Full text: Año 2.1913=No. 14 (1913001400)

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HORRORES DE 
¿bEÇAD©? 
REPITA era el alma jacaran 
dosa de su hogar. Sus die 
ciocho años reían alegre 
mente, lo mismo en los am 
plios tecorrales donde ca 
careaban las bulliciosas 
gallinas y graznaban los pacienzudos án- 
sares, que en la coquetona salita en la 
fl Ue se exhibían, para pasmo de visitantes, 
’as dos ó tres docenas de chucherías de 
P° r celana compradas expresamente para 
Pepita, por el buenazo de su padre, en 
alguno de los más afamados estableci- 
m 'entos de la Metrópoli. Las risas y las 
capciones de la hermosa muchacha rega- 
Dan alegría, sana por juvenil, ya en la 
Pequeña troje, ante los escasos trabaja 
dores de la casa, ya frente á frente de 
l°s marchantes de la tienda en la que el 
Padre de Pepita despachaba autentica caña 
y espumoso tlachique á los caminantes, ó 
abarrotes de México, y latas extranjeras 
á los vecinos de Huitzilac, pueblecillo 
jPorelense donde se hallaba la casona de 
l°s padres de Pepita. 
La historia déla familia de la alegre ra- 
Paza era una historia vulgarísima, una de 
esashistorias sin aristas ni relieves, la his 
toria poco interesante de los seres verda 
deramente felices: Juan, el padre de Pe- 
Pita, había nacido en la propia Capital de 
la República, en donde trabajo tan sólo 
ppos cuantos años, porque, hombre de as 
piraciones y de empuje, abandonó pron 
to el ambiente metropolitano, poco pro 
picio para que se labren un porvenir las 
gentes sin capital, y fue á establecerse 
al agreste pueblecillo del Sur. Hizose 
allí comerciante traspasando un mal ten- 
dajón que la constancia y la energía del 
dueño conviertieron en poco tiempo en 
una bien surtida tienda. Juan siguió tra 
bajando con paciencia, y á los siete ú 
ocho años de establecido, cuando apenas 
contaría él unos treinta de edad, encon 
tróse dueño de una hermosa casona, con 
sus amplios tecorrales, su troje, y unas 
tierrucas adyacentes, tierrucas donde po 
drían sembrarse unas cuatro ó cinco fa 
negas, cómodamente. Por lo tanto, Juan 
era ya rico, y entonces pensó en casarse. 
Eligió parsimoniosamente entre las chi 
cas del lugar, y, por fin, unióse en santo 
lazo con María, la hija de un honrado la 
brador de las cercanías. 
Corrieron los años y la felicidad de 
Juan y de María iba siempre en aumento, 
pues el capital crecía, en sonoros y con 
tantes pesos, al propio tiempo que crecía 
también, en estatura y en gracia, Pepita, 
la única hija que la suerte había conce 
dido á los jóvenes esposos. Así en la más 
dulce tranquilidad, sin locas ambiciones, 
ni amargos desconsuelos, “ni envidiosos 
ni envidiados” para usar las palabras del 
clásico, vivieron aquellos tres seres du 
rante luengos y tranquilos años. 
Ya Juan tenía los cabellos grises, ya 
María encontraba de vez en cuando un 
hilo de plata en la mata de sus cabellos 
negrísimos, en tanto que Pepita íbase 
trocando en una gentil doncella, hermosa 
como una flor, fresca como una mañana
	        
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