DE NUESTRAS VIEJAS COSTUMBRES
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Canoa trajinera llena de paseantes
e l ardor de los pechos juveniles de estas
niuchachas bulliciosas que tienen los la
bios, por gracia de la naturaleza ó por
ar tes de perfumerías, rojos como los pé
lalos de las amapolas y de los claveles;
'as canoas no se miran como antaño col
eadas de flores, pero sí lucen adornos
de flores y follajes, y desfilando 1111a tras
otr a, con la gracia femenil que las ani-
ea, tienen una loca belleza. Deestedes-
, e de canoas parten
r >sas, voces alegres,
canciones, y caden
cias de guitarras,
•fl'entras el sol pone
e l conjunto de aque-
as abigarradas y jo
yantes pinceladas de
^ lv °s colores, el oro
e sus ra3'os, pródi
gamente. . .. Y hasta
a fiesta profana de-
Spnera, comentan los
v >ejos que creen que
" eron más bellas co
sas en aquel paseo, en
j Us uauertas moceda-
es > y que entonces
ambién escucharon
ri stes comentarios y
arnentaciones seme
jantes á las que
de sus bocas
escuchamos.
¡Quién sabe si
el paseo haya si
do siempre igual,
ni mejor ni peor
que como lo es
en los tiempos
presentes!
A lo largo de
las calzadas que
bordean los ca
nales, se apiñan
aquí y allá los
puestecillos de
condumi os, de
refrescos, de be
bidas de varias
suertes, abun
dando el pulque,
este pulque tan
combatido in
útilmente, que
decían los cro
nistas del tiempo de la Conquista, «es el
licor de los indígenas»—¡en nuestros tiem
pos ya no lo es solamente délos indíge
nas!—Cada puesto tiene su clientela del
momento. Y cuando se llega á Santa
Anita, se encuentra el pueblecillo inva
dido de puestos, por todas sus callejue
las, sobre la orilla del canal, en todas las
plazoletas, en donde ha habido asiento
para cada uno de esos comercios de un
tity.
,
£
Un puesto de barbacoa.