Full text: Año 2.1913=No. 14 (1913001400)

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COSMOS 
cristía; en el costado derecho levantáron 
se más tarde dos capillas, y al izquierdo 
una. La construcción de estas capillas 
data de medio siglo; los feligreses piado 
sos hicieron colectas y mendigaron para 
aportar cuanto demandaban los gastos 
de la construcción de dos de ellas, 3' para 
la tercera capilla mi sórdido tío don San 
tiago abrió á las manos del señor cura 
sus bolsillos, con un muy extraordinario 
desprendimiento que fue el único en su 
vida. Aquel extraordinario acto de su 
vida avarienta y rapaz, que torturaron 
todas las ambiciones que el vulgo llama 
con entonación hipócrita y solemne bajas 
ambiciones, fue cuanto tuvo en su pró 
para el juicio supremo, según el criterio 
de la beatería. Y si su alma Dios sabe 
por cuáles tenebrosos turbiones fué arras 
trada, en este mundo se le hizo justicia y 
su cadáver halló reposo en sagrado recin 
to, bajo el suelo de la capilla del Sagra 1 
rio. No ha mucho tiempo todavía señala 
ba el sitio donde descansan los despojos 
de aquel tremendo avaro una lápida de 
negro mármol; pero esta lápida desapa 
reció del lugar donde estuvo luengos años 
empotrada cuando en buena parte se 
remozó la anticuada traza de la iglesia, 
por obra del diligente celo de mi venera 
ble tío el doctor don Enrique, quien fué 
recientemente Cura párroco y Vicario fo 
ráneo de esta parroquia. En estas obras 
por mi venerable tío realizadas es verdad 
que se cometieron terribles pecados con 
tra el buen gusto, pero en gracia de sus 
loables afanes yo de todo corazón ansio 
que le sean perdonados. La lápida aquella 
que gravitó sobre la carroña del tío don 
Santiago, después del nombre, fechas de 
su nacimiento y de su defunción, una 
crucecita con una palma oblicua, mos 
traba en la parte inferior esta sentencia, 
grabada en menudos caracteres: «Aquí 
acaba la vida.» 
* 
* * 
Aquella inmensa fortuna, que en opi 
nión de los mejor informados pasaba del 
millón, decían la envidia y la malevolen 
cia lugareñas que había sido amasada 
con sangre y con lágrimas. No podría vi 
vir la envidia si no murmurara. La ver 
dad se exageraba. En sus primeros tiem 
pos don Santiago fué solamente un taca 
ño absoluto.—Existe lo absoluto? Yo no 
encuentro un adjetivo que determine co 
mo era aquella tacañería sin límites, des 
ligada de todo sentimiento humano, que 
vivió y á punto estuvo de morir con él.— 
Por entonces la taimada maledicencia 
comenzó á hincar su diente en las mori' 
geradísimas costumbres de mi tío, por 
que en medio de aquel oleaje de inquie 
tudes humanas, él vivía como en un re 
tiro, como un cenobita entregado al ob 
jeto de su adoración; y sólo sabía de los 
demás hombres que podían entregarle 
sus dineros. Jurábase que, cuando con 
dos vueltas de llave se encerraba en su 
cuartucho, sigilosamente, irguiéndose con 
movimientos ágiles de felino, súbitos 
temblores y con los ojos desorbitados al 
escuchar el ruido más ténue, levantaba 
una gruesa tabla del entarimado y deja 
ba á descubierto un botijo ventrudo, de 
cuyo seno iba sacando á puñados mone 
das y monedas. Eran aquéllos sus ins 
tantes de supremo éxtasis; las palpaba 
largamente, amorosamente; las miraba, 
las remiraba, ya acercándolas, 3 7 a aleján 
dolas; las hacía sonar, y hasta, con un 
rudimentario gusto por la armonía de los 
sonidos, las dejaba caer ordenadamente, 
alternándolas, grandes y pequeñas. Oro, 
plata, más oro que plata, todo espejeaba, 
bruñido por el sobar y resobar de aque 
llas manos amorosas. Y agregábala ma 
ledicencia: pasados larguísimos instan' 
tes, las monedas vuelven á ser colocadas 
en su botijo, y éste en su escondite; la 
tabla cae, cuidadosamente, sobre su sitio, 
de tal manera que quien desconozca el 
secreto fuera imposible que consiguiera 
levantarla; y espiando por el ojo de la 
llave, todo oídos para escuchar el más 
ligero ruido, salía de su cuartucho satisfe 
cho, contento de vivir... 
Y así el tesoro de aquel avaro fué 
acrecentándose, á fuerza de economías y 
de privaciones. Después, la transición 
de un medrar pasivo á una activa y ur 
gida fiebre de poseer, se hizo en don 
Santiago al correr de los días en un pro 
ceso de lógica naturalidad. Pensado y 
repensado el camino que debía de se 
guir para llegar á la meta por él soñada, 
un día tomó la suprema resolución: ex 
humó el botijo, guardó su tesoro en re 
cio arcón, y dióse con suma cautela á 
prestar sus dineros, primero en peque''
	        
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