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COSMOS
cristía; en el costado derecho levantáron
se más tarde dos capillas, y al izquierdo
una. La construcción de estas capillas
data de medio siglo; los feligreses piado
sos hicieron colectas y mendigaron para
aportar cuanto demandaban los gastos
de la construcción de dos de ellas, 3' para
la tercera capilla mi sórdido tío don San
tiago abrió á las manos del señor cura
sus bolsillos, con un muy extraordinario
desprendimiento que fue el único en su
vida. Aquel extraordinario acto de su
vida avarienta y rapaz, que torturaron
todas las ambiciones que el vulgo llama
con entonación hipócrita y solemne bajas
ambiciones, fue cuanto tuvo en su pró
para el juicio supremo, según el criterio
de la beatería. Y si su alma Dios sabe
por cuáles tenebrosos turbiones fué arras
trada, en este mundo se le hizo justicia y
su cadáver halló reposo en sagrado recin
to, bajo el suelo de la capilla del Sagra 1
rio. No ha mucho tiempo todavía señala
ba el sitio donde descansan los despojos
de aquel tremendo avaro una lápida de
negro mármol; pero esta lápida desapa
reció del lugar donde estuvo luengos años
empotrada cuando en buena parte se
remozó la anticuada traza de la iglesia,
por obra del diligente celo de mi venera
ble tío el doctor don Enrique, quien fué
recientemente Cura párroco y Vicario fo
ráneo de esta parroquia. En estas obras
por mi venerable tío realizadas es verdad
que se cometieron terribles pecados con
tra el buen gusto, pero en gracia de sus
loables afanes yo de todo corazón ansio
que le sean perdonados. La lápida aquella
que gravitó sobre la carroña del tío don
Santiago, después del nombre, fechas de
su nacimiento y de su defunción, una
crucecita con una palma oblicua, mos
traba en la parte inferior esta sentencia,
grabada en menudos caracteres: «Aquí
acaba la vida.»
*
* *
Aquella inmensa fortuna, que en opi
nión de los mejor informados pasaba del
millón, decían la envidia y la malevolen
cia lugareñas que había sido amasada
con sangre y con lágrimas. No podría vi
vir la envidia si no murmurara. La ver
dad se exageraba. En sus primeros tiem
pos don Santiago fué solamente un taca
ño absoluto.—Existe lo absoluto? Yo no
encuentro un adjetivo que determine co
mo era aquella tacañería sin límites, des
ligada de todo sentimiento humano, que
vivió y á punto estuvo de morir con él.—
Por entonces la taimada maledicencia
comenzó á hincar su diente en las mori'
geradísimas costumbres de mi tío, por
que en medio de aquel oleaje de inquie
tudes humanas, él vivía como en un re
tiro, como un cenobita entregado al ob
jeto de su adoración; y sólo sabía de los
demás hombres que podían entregarle
sus dineros. Jurábase que, cuando con
dos vueltas de llave se encerraba en su
cuartucho, sigilosamente, irguiéndose con
movimientos ágiles de felino, súbitos
temblores y con los ojos desorbitados al
escuchar el ruido más ténue, levantaba
una gruesa tabla del entarimado y deja
ba á descubierto un botijo ventrudo, de
cuyo seno iba sacando á puñados mone
das y monedas. Eran aquéllos sus ins
tantes de supremo éxtasis; las palpaba
largamente, amorosamente; las miraba,
las remiraba, ya acercándolas, 3 7 a aleján
dolas; las hacía sonar, y hasta, con un
rudimentario gusto por la armonía de los
sonidos, las dejaba caer ordenadamente,
alternándolas, grandes y pequeñas. Oro,
plata, más oro que plata, todo espejeaba,
bruñido por el sobar y resobar de aque
llas manos amorosas. Y agregábala ma
ledicencia: pasados larguísimos instan'
tes, las monedas vuelven á ser colocadas
en su botijo, y éste en su escondite; la
tabla cae, cuidadosamente, sobre su sitio,
de tal manera que quien desconozca el
secreto fuera imposible que consiguiera
levantarla; y espiando por el ojo de la
llave, todo oídos para escuchar el más
ligero ruido, salía de su cuartucho satisfe
cho, contento de vivir...
Y así el tesoro de aquel avaro fué
acrecentándose, á fuerza de economías y
de privaciones. Después, la transición
de un medrar pasivo á una activa y ur
gida fiebre de poseer, se hizo en don
Santiago al correr de los días en un pro
ceso de lógica naturalidad. Pensado y
repensado el camino que debía de se
guir para llegar á la meta por él soñada,
un día tomó la suprema resolución: ex
humó el botijo, guardó su tesoro en re
cio arcón, y dióse con suma cautela á
prestar sus dineros, primero en peque''