Full text: Año 2.1913=No. 15 (1913001500)

LOS DINAMITEROS RUSOS 
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—Tú, mamá, eras quien debía de to- 
Jfiar algo para que durmieras; i dicen que 
la morfina es buena!.... 
—Lo que es yo,—dijo Rouletabille, cu- 
ya cabeza desde hacía algunos instantes 
0s cilaba cayendo con pesadez ya sobre 
Un hombro, ya sobre el otro,—sí que no 
necesitaría de nárcotico alguno para dor- 
n*'r. Y si me lo permitís voy á recostar 
le un poco á mi lecho ahora mismo.. .. 
—Ya lo creo, caro pequeño domovoi- 
d°ukh, yo os voy á llevar en brazos. 
Y diciendo esto Matrena adelantó sus 
gruesos y redondos brazos como para to- 
j^ar en ellos á Rouletabille como lo hu- 
n>era hecho con un pequeñuelo. 
_ —¡No, no! Yo subiré por mi pie, —gru 
ñó Rouletabille, levantándose y como si 
Se sintiera avergonzado ante su debili 
dad. 
—Al menos le acompañaremos las dos 
nastasu cuarto,-dijo Natacha,-al mismo 
le mpo me despediré de papá deseándole 
nuena noche. También yo siento deseos 
descansar. Una gran noche nos hace 
, a 'ta á todos, Ermolai y ñiañia velarán 
JUnto con el schwitzar en la portería. To 
no ello me parece razonable. 
Subieron los tres junto-. Rouletabille 
n ,' siquiera fué á despedirse del General 
s, Ro que se recostó en el lecho. Natacha 
mostró jovial con su padre, lo besó 
die: 
M 
z veces y descendió. Tras ella bajó 
atrena para cerrar las puertas y venta 
bas, volvió á subir, cerró la puerta que 
aba á la escalera y al regresar halló á 
Rouletabille sentado en su cama, con los 
tazos cruzados y como si en la vida hu- 
ler a sentido ganas de dormir. Su fiso 
nomía estaba tan extraordinariamente 
Pe nsativa que sintió inquietud Matrena, 
Ja que no había comprendido ni los acon- 
ec imientos ni los gestos del joven en el 
CUr so de todo aGuel día. 
, —Amigo mío,—dijo ella en voz muy 
a Ja,—¿queréis decirme por fin? 
'Sí señora,—respondió inmediatamen- 
-sentáos en aquel sillón y escuchad, 
ay cosas que es necesario que sepáis 
'Uruediatamente, porque la hora es gra- 
v e. 
te, 
H 
, ¡Los alfileresl ¡primero lo de 
° s alfileres! 
I Rouletabille se deslizó ligeramente del 
, 6c ho, y frente á ella, pero mirando no 
e Üa sino alguna otra cosa: 
—Es preciso que sepáis que, tal vez 
ahora mismo, va á volver á comenzar el 
atentado del bouquet] 
Matrena se levantó con una rapidez 
tal que habría podido creerse que había 
sentido una bomba en un hueco de su si 
llón. Volvió á dejarse caer en él obede 
ciendo á la mirada enérgica de Rouleta 
bille que le ordenaba inmovilidad. 
—Recomenzar el atentado del bouquet, 
—murmuró con la respiración anhelante; 
—¡pero si no hay una sola flor en el cuarto 
del General! 
—Calma, señora; comprendedme y res 
ponded: Habéis escuchado el tic tac del 
bouquet, cuando estábais en vuestro cuar 
to ? 
—Sí, con las puertas abiertas, natu 
ralmente. 
—Me habéis citado los nombres de las 
personas que habían venido y deseado 
buena noche al General. En aquel mo 
mento, ¿no se oía aún el ruido del tic 
tac? 
—¡No! ¡No! 
—Pensad bien que, si hubiera habido 
el ruido, mientras todas esas personas se 
hallaban en el cuarto y hablando, ¿lo ha 
bríais podido escuchar? 
—¡Yo lo oigo todo! ¡Yo oigo todo! 
—Vos habéis bajado al mismo tiempo 
que todas esas personas? 
-—¡No, no! Permanecí algún tiempo 
cerca del General hasta el momento en 
que éste se hubo dormido profundamen 
te. 
—¿Y no escuchásteis nada? 
—¡Nada! 
—Cerrásteis las puertas cuando salie 
ron todos ? 
—Sí, la puerta que da á la escalera sí. 
La puerta de la escalera de servicio es 
taba condenada desde hacía mucho tiem 
po: además está cerrada con llave, yo 
misma la cerré y yo tengo la llave y en 
el interior del cuarto del General hay to 
davía un cerrojo que está siempre echado. 
Todas las demás puertas de los cuartos 
habían sido condenadas por mí. Para 
penetrar á las cuatro piezas del primer 
piso era necesario pasar por la puerta de 
mi cuarto que da directamente sobre la 
escalera. 
—Perfectamente. Así, pues, nadie ha 
podido entrar á la habitación y ya en 
ella después de las dos, cuando menos,
	        
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