LOS DINAMITEROS RUSOS
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—Tú, mamá, eras quien debía de to-
Jfiar algo para que durmieras; i dicen que
la morfina es buena!....
—Lo que es yo,—dijo Rouletabille, cu-
ya cabeza desde hacía algunos instantes
0s cilaba cayendo con pesadez ya sobre
Un hombro, ya sobre el otro,—sí que no
necesitaría de nárcotico alguno para dor-
n*'r. Y si me lo permitís voy á recostar
le un poco á mi lecho ahora mismo.. ..
—Ya lo creo, caro pequeño domovoi-
d°ukh, yo os voy á llevar en brazos.
Y diciendo esto Matrena adelantó sus
gruesos y redondos brazos como para to-
j^ar en ellos á Rouletabille como lo hu-
n>era hecho con un pequeñuelo.
_ —¡No, no! Yo subiré por mi pie, —gru
ñó Rouletabille, levantándose y como si
Se sintiera avergonzado ante su debili
dad.
—Al menos le acompañaremos las dos
nastasu cuarto,-dijo Natacha,-al mismo
le mpo me despediré de papá deseándole
nuena noche. También yo siento deseos
descansar. Una gran noche nos hace
, a 'ta á todos, Ermolai y ñiañia velarán
JUnto con el schwitzar en la portería. To
no ello me parece razonable.
Subieron los tres junto-. Rouletabille
n ,' siquiera fué á despedirse del General
s, Ro que se recostó en el lecho. Natacha
mostró jovial con su padre, lo besó
die:
M
z veces y descendió. Tras ella bajó
atrena para cerrar las puertas y venta
bas, volvió á subir, cerró la puerta que
aba á la escalera y al regresar halló á
Rouletabille sentado en su cama, con los
tazos cruzados y como si en la vida hu-
ler a sentido ganas de dormir. Su fiso
nomía estaba tan extraordinariamente
Pe nsativa que sintió inquietud Matrena,
Ja que no había comprendido ni los acon-
ec imientos ni los gestos del joven en el
CUr so de todo aGuel día.
, —Amigo mío,—dijo ella en voz muy
a Ja,—¿queréis decirme por fin?
'Sí señora,—respondió inmediatamen-
-sentáos en aquel sillón y escuchad,
ay cosas que es necesario que sepáis
'Uruediatamente, porque la hora es gra-
v e.
te,
H
, ¡Los alfileresl ¡primero lo de
° s alfileres!
I Rouletabille se deslizó ligeramente del
, 6c ho, y frente á ella, pero mirando no
e Üa sino alguna otra cosa:
—Es preciso que sepáis que, tal vez
ahora mismo, va á volver á comenzar el
atentado del bouquet]
Matrena se levantó con una rapidez
tal que habría podido creerse que había
sentido una bomba en un hueco de su si
llón. Volvió á dejarse caer en él obede
ciendo á la mirada enérgica de Rouleta
bille que le ordenaba inmovilidad.
—Recomenzar el atentado del bouquet,
—murmuró con la respiración anhelante;
—¡pero si no hay una sola flor en el cuarto
del General!
—Calma, señora; comprendedme y res
ponded: Habéis escuchado el tic tac del
bouquet, cuando estábais en vuestro cuar
to ?
—Sí, con las puertas abiertas, natu
ralmente.
—Me habéis citado los nombres de las
personas que habían venido y deseado
buena noche al General. En aquel mo
mento, ¿no se oía aún el ruido del tic
tac?
—¡No! ¡No!
—Pensad bien que, si hubiera habido
el ruido, mientras todas esas personas se
hallaban en el cuarto y hablando, ¿lo ha
bríais podido escuchar?
—¡Yo lo oigo todo! ¡Yo oigo todo!
—Vos habéis bajado al mismo tiempo
que todas esas personas?
-—¡No, no! Permanecí algún tiempo
cerca del General hasta el momento en
que éste se hubo dormido profundamen
te.
—¿Y no escuchásteis nada?
—¡Nada!
—Cerrásteis las puertas cuando salie
ron todos ?
—Sí, la puerta que da á la escalera sí.
La puerta de la escalera de servicio es
taba condenada desde hacía mucho tiem
po: además está cerrada con llave, yo
misma la cerré y yo tengo la llave y en
el interior del cuarto del General hay to
davía un cerrojo que está siempre echado.
Todas las demás puertas de los cuartos
habían sido condenadas por mí. Para
penetrar á las cuatro piezas del primer
piso era necesario pasar por la puerta de
mi cuarto que da directamente sobre la
escalera.
—Perfectamente. Así, pues, nadie ha
podido entrar á la habitación y ya en
ella después de las dos, cuando menos,