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COSMOS
tren y de un sa,lto me he llegado hasta
aquí....
—Pero, Excelencia,—interrumpió Na
tacha,—ni siquiera hemos visto vuestras
uvas
—Ah! conque todavía no os las han
servido! Tanto mejor, grandes dioses!
—Los viñedos del Emperador están
pues enfermos?—interrogó Rouletabille.
—Tal vez la filoxera invade sus inverna
deros?
—Nada la contiene, según me dijo
Douce', porque quería la víspera no de
jarme salir hasta no haber lavado las
uvas él en persona. . .. desgraciadamen
te estaba yo muy de prisa y me las he
traído tal como estaban; no recordaba
que el ingrediente que se les echa para
preservarlas del mal, fuera tan peligro
so. . . .Según parece en los países donde
hay viñas, suceden accidentes cada año.
Se llama, si mal no recuerdo, caldo.. ..
—Caldo bórdeles,—dijo con voz tem
blona Rouletabille. . ..—y sabéis lo que
es, Excelencia, el caldo bordelés!
—No. Qué es?
—En ese momento el General bajaba
la escalera afianzándose al pasamano y
sostenido por Matrena Petrovna.
—Pues bien—continuó Rouletabille
mirando áNatacha,—el caldo bordelésde
que deben haber estado cubiertas las
uvas que trajisteis ayer al General es ni
más ni menos que arseniato de sosa,
—Ah! Dios mío!—-exclamó Natacha.
En cuanto á Matrena Petrovna lanzó
una sorda exclamación y soltó al General
que tuvo que acabar de bajar solo la es
calera. Todos se precipitaron. El Gene
ral reía. Matrena, bajo la mirada de ace
ro de Rouletabille, tartamudeaba que
había tenido “una especie de debilidad”.
Por fin todos se hallaron reunidos en la
galería. El General se acomodó en un
sillón y preguntó:
—Vaya! conque qué es lo que
referiáis hace poco, querido Mariscal,
algo de unas uvas que habíais traído?
—Pues sí, —dijo Natacha muy asusta
da, —y lo que nos cuenta el señor Maris
cal no tiene nada de alegre: que el hijo de
Doucet, el jardinero de la corte, acaba de
envenenarse con las mismas uvas que el
señor Mariscal nos había traido, según
dice.
—Dónde están las uvas? Qué uvas?
No las he visto! —-exclamó Matrena.
Os vi ayer, en el jardín, pero partís-
tes casi inmediatamente y á fe mía q ue
me llamó mucho la atención. ¿Qué histo
ria es esa?
—De verás! Sería preciso aclararla! S e
necesita saber qué ha pasado con ln s
uvas?
— Ciertamente, agregó RouletabiH 6 '
—podrían ocasionar alguna desgracia!
—Si no es que ha pasado ya,—tartam u-
deó el Mariscal.
—Pero en resúmen: dónde están, i
quién se las habéis entregado?
—Las traje en una caja de cartón blan
co.... la primer caja que encontré á
mano en casa de Ducet. Vine aquí un&
primera vez y no os encontré.... Regr e "
sé con mi caja y el General estaba dispo
niéndose á recogerse; además apenas te
nía tiempo para alcanzar mi tren. Migue'
Nikolaievitch y Boris Alexandrovitch es
taban en el jardín y fué áellos á quienes
confié mi comisión mientras dejaba la ca
ja cerca de donde estaban, sobre la me’
sita del jardín, rogándoles no fueran L ]
olvidar el decir á Uds. que era necesaf 11
lavar las uvas porque Doucet lo recoffiW
daba expresamente.. ..
—Pero es increíble! Eso es espantoso-""
gimió Matrena;—qué ha pasado pues coa
las uvas? Precisa saberlo.
—Absolutamente!—aprobó Rouletabi'
ile.
—Hay que preguntárselo á Boris y a
Miguel!—dijo Natacha—Dios mío! Tm
vez las hayan comido! Quizá estén en'
fermos!
—Hélos aquí -dijo el General.
Todos se volvieron, Miguel y Bot" lS
subían las gradas de la escalinata. R° u '
letabille que se había agazapado en m 1
obscuro rincón bajo la escalera, no p er ’
día el menor movimiento de uno solo
los músculos de las dos caras que se p {e '
sentaban ante él como dos enigmas P° l
descifrar. Los dos rostros parecían son'
rientes, demasiado sonrientes quizás.--'
—Miguel, Boris, venid aquí!—exclaj
mó Feodor Feodorovitch.—Decid q u ®
habéis hecho con las uvas que trajo e *
señor Mariscal?
Se miraron uno al otro ante estabruS
ca interrogación, parecía que no com
prendían, y luego, como acordándose í e ‘