Full text: Año 2.1913=No. 17 (1913001700)

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COSMOS 
tren y de un sa,lto me he llegado hasta 
aquí.... 
—Pero, Excelencia,—interrumpió Na 
tacha,—ni siquiera hemos visto vuestras 
uvas 
—Ah! conque todavía no os las han 
servido! Tanto mejor, grandes dioses! 
—Los viñedos del Emperador están 
pues enfermos?—interrogó Rouletabille. 
—Tal vez la filoxera invade sus inverna 
deros? 
—Nada la contiene, según me dijo 
Douce', porque quería la víspera no de 
jarme salir hasta no haber lavado las 
uvas él en persona. . .. desgraciadamen 
te estaba yo muy de prisa y me las he 
traído tal como estaban; no recordaba 
que el ingrediente que se les echa para 
preservarlas del mal, fuera tan peligro 
so. . . .Según parece en los países donde 
hay viñas, suceden accidentes cada año. 
Se llama, si mal no recuerdo, caldo.. .. 
—Caldo bórdeles,—dijo con voz tem 
blona Rouletabille. . ..—y sabéis lo que 
es, Excelencia, el caldo bordelés! 
—No. Qué es? 
—En ese momento el General bajaba 
la escalera afianzándose al pasamano y 
sostenido por Matrena Petrovna. 
—Pues bien—continuó Rouletabille 
mirando áNatacha,—el caldo bordelésde 
que deben haber estado cubiertas las 
uvas que trajisteis ayer al General es ni 
más ni menos que arseniato de sosa, 
—Ah! Dios mío!—-exclamó Natacha. 
En cuanto á Matrena Petrovna lanzó 
una sorda exclamación y soltó al General 
que tuvo que acabar de bajar solo la es 
calera. Todos se precipitaron. El Gene 
ral reía. Matrena, bajo la mirada de ace 
ro de Rouletabille, tartamudeaba que 
había tenido “una especie de debilidad”. 
Por fin todos se hallaron reunidos en la 
galería. El General se acomodó en un 
sillón y preguntó: 
—Vaya! conque qué es lo que 
referiáis hace poco, querido Mariscal, 
algo de unas uvas que habíais traído? 
—Pues sí, —dijo Natacha muy asusta 
da, —y lo que nos cuenta el señor Maris 
cal no tiene nada de alegre: que el hijo de 
Doucet, el jardinero de la corte, acaba de 
envenenarse con las mismas uvas que el 
señor Mariscal nos había traido, según 
dice. 
—Dónde están las uvas? Qué uvas? 
No las he visto! —-exclamó Matrena. 
Os vi ayer, en el jardín, pero partís- 
tes casi inmediatamente y á fe mía q ue 
me llamó mucho la atención. ¿Qué histo 
ria es esa? 
—De verás! Sería preciso aclararla! S e 
necesita saber qué ha pasado con ln s 
uvas? 
— Ciertamente, agregó RouletabiH 6 ' 
—podrían ocasionar alguna desgracia! 
—Si no es que ha pasado ya,—tartam u- 
deó el Mariscal. 
—Pero en resúmen: dónde están, i 
quién se las habéis entregado? 
—Las traje en una caja de cartón blan 
co.... la primer caja que encontré á 
mano en casa de Ducet. Vine aquí un& 
primera vez y no os encontré.... Regr e " 
sé con mi caja y el General estaba dispo 
niéndose á recogerse; además apenas te 
nía tiempo para alcanzar mi tren. Migue' 
Nikolaievitch y Boris Alexandrovitch es 
taban en el jardín y fué áellos á quienes 
confié mi comisión mientras dejaba la ca 
ja cerca de donde estaban, sobre la me’ 
sita del jardín, rogándoles no fueran L ] 
olvidar el decir á Uds. que era necesaf 11 
lavar las uvas porque Doucet lo recoffiW 
daba expresamente.. .. 
—Pero es increíble! Eso es espantoso-"" 
gimió Matrena;—qué ha pasado pues coa 
las uvas? Precisa saberlo. 
—Absolutamente!—aprobó Rouletabi' 
ile. 
—Hay que preguntárselo á Boris y a 
Miguel!—dijo Natacha—Dios mío! Tm 
vez las hayan comido! Quizá estén en' 
fermos! 
—Hélos aquí -dijo el General. 
Todos se volvieron, Miguel y Bot" lS 
subían las gradas de la escalinata. R° u ' 
letabille que se había agazapado en m 1 
obscuro rincón bajo la escalera, no p er ’ 
día el menor movimiento de uno solo 
los músculos de las dos caras que se p {e ' 
sentaban ante él como dos enigmas P° l 
descifrar. Los dos rostros parecían son' 
rientes, demasiado sonrientes quizás.--' 
—Miguel, Boris, venid aquí!—exclaj 
mó Feodor Feodorovitch.—Decid q u ® 
habéis hecho con las uvas que trajo e * 
señor Mariscal? 
Se miraron uno al otro ante estabruS 
ca interrogación, parecía que no com 
prendían, y luego, como acordándose í e ‘
	        
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