CYRANO DE BERGERAC EN MUSICA
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najes, incluso la espiritual Roxana, no
sirven sino para completarlo. Roxana es
irreal, como la doncella del Toboso: es
una «preciosa» sin individualidad casi,
que el poeta guerrero de Gascuña crea y
sostiene con su propio amor, abnegado
V soberbio. Sólo un genio gálico, que
Uniese la sutil espiritualidad de Rameau,
el vigor de Saint-Saens y el esplendor
magnífico de Berlioz, podía haber mati
zado acertadamente el cuadro: Rameau,
el de las exquisitas gavotas añejas, para
hacer juguetear la aguda coquetería de
Magdalena Robin; Saint-Saens para dar
color á los vibrantes apasionados discur
sos de Cyrano, y Berlioz para manchar
de tonos tenues, indecisos y melancóli
cos el crepúsculo de aquella alma hecha
de polvos de estrellas y vestida de an
drajos.
Quizás por todas estas consideracio
nes, y ya con semejante prevención, el
aria con que Roxana se presenta parece
extraordinariamente pobre, y la balada
que Cyrano ha de recitar mientras pe
lea con De Guiche, arrastrarse penosa
mente y sin gracia, sin que en ella chis
peen las hojas de los aceros ni brille la es
piritual arrogancia del improvisador.
'Imaginad á Cyrano batiéndose, sin
chambergo ni capa—que de ambos se
despoja impropiamente—sin elegancia ni
donaire en la acción, y recitando monó
tona melodía de vulgar estribillo descen
dente! IY luego,la salida de Cyrano, pa
voneándose, á batir al centenar de asal
tantes pagados por De Guiche para mo
lerlo á palos, se hace á una marcha igual
mente tímida y claudicante!
*
* *
Breve en demasía es el acto segundo.
Hay un dúo entre Cyrano y Roxana que
nologra expresar, ni lejanamente, la brus
ca transición de Cj'rano, de la más ha*
lagüeña esperanza al desencanto brusco,
despiadado, irremediable. Viene luego la
Presentación de los cadetes gascones, de
la que los rotundos versos de Rostand
s alen bastante mal librados.
El tercer acto marca sin duda el límite
de los esfuerzos del compositor. Brínda
le en efecto, la ocasión más favorable
Para poner en acción toda su potencia
emotiva. Claro es que sus esfuerzos te
nían que concentrarse en la célebre es
cena del balcón, la más teatral y también
la más apasionada de toda la obra. El
compositor ha intentado aquí los recur
sos más eficaces de que podía disponer.
Mas como no son muchos y la escena es
breve, resulta abrumadoramente recar
gada de efectos que acentúan más la po
breza del talento musical. Comienza por
una frase melódica realzada por una su
cesión tenza, punzante, de arpegios que
la orquesta repite, á la manera corno
Wagner realza, hasta hacerla penetran
te y desgarradora, la condenación de
Brunhilde. Sigue el dúo, medianamente
expresivo, pero mezquinamente matiza
do, y la orquesta marca lo que induda
blemente el compositor quiso que fuese
el climax, cuando Cristián, triunfante,
sube á tomar, de labios de Roxana, el
dulce galardón. Pero ya no es un climax:
ya no hay gradación: el dúo no ha ido
como en la escena original, «presque in-
sensiblement dusourire, et du soupir aux
larmes»: hay sacudimientos pasionales,
espasmódicos, separados por períodos en
que la melodía se hace fatigosa sobre un
tratamiento orquestral inexpresivo.
En la primera representación, después
del tercer acto, el compositor llamado a
escena, invitó especialmente al público
(acostumbrado aquí á salir antes de que
termine la representación) á que oyese
íntegro el último acto, pues en él había
puesto el mayor estudio y atención. Los
cronistas aseguran que este último acto,
dividido en dos cuadros, había sido rehe
cho varias veces hasta dejar contento al
autor.
Pero es en el último acto donde la de
bilidad emotiva de la música llega al col
mo, á lo desconcertante. Divídese en dos
cuadros: el primero pasa á las puertas
de la sitiada ciudad de Arras, cuando
Roxana, vencida por la elocuencia delas
cartas que por Cristián le escribe Cyra
no, llega al campamento arrostrando
riesgos y fatigas, y con su presencia re
anima á los desfallecidos, pero batalla
dores cadetes. Un dúo de Cyrano y Ro
xana lo llena casi todo, dúo discretamente
apasionado, probablemente la página mu
sical más inspirada de la obra, y el cua
dro termina con el fragor del combate.
Y aquí la orquesta intenta hacerse des
criptiva, estruendosa y bélica. ¿Hasta