LA HERMANA DE LOS AVILAS
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e bien quisiera que mis ternuras quebran
tan y deshicieran las rocas de la altivez de
to's hermanos....
En esto, interrumpióse ella mesma, por-
*} Ue se oyeron pasos e voces en lo interior
* e l aposento: corrió de prisa las celosías, y
trutia,que presumió lo que pasaba dentro,
^hozóse de nuevo en la raída capa, frun
cí 10 enojoso las sus pobladas cejas, edirigió-
w c °n apresuramiento rumbo a la.Iglesia
^ a yor; pasó por el atrio e cimenterio, y ba-
ando por las rúas de Sant Francisco, des-
. Pareció por ellas, quedando todo en el si-
sncio e soledad de aquella noche obscura e
Sln luceros.
II.
Los Avilas y el pacto con
Arrutia.
aquella joven era hija del conquistador
P González Benavides y de Leonor Alva
ro; había nacido en esta ciudad de Méxi-
el H' aao ^ Señor de 1539 e baptizádose
bia 15 de enero, siendo sus padrinos Jor-
«e de Alvarado, Hernán Pérez de Bocane-
* a ’ Doña Beatriz, mujer de éste, y Doña
p® a de Rivera, esposa del Lie. Pedro Ló-
UiJuvo María de Alvarado, que ansí se ape-
Gil a doncella, tres hermanos varones,
> Alonso, e otro que muy niño se ahogó
q u bfts letrinas, e una hermana, Beatriz,
o, e dicen unos que se metió monja e otros
aue t U é casada.
Cont e Gil González Benavides, su padre,
el ri 11 ? osas f eas > de muertes e despojos,
Pal quieren dicir que fizo cierto agravio
hLygañó a un hermano suyo que se nom-
,U¡: )a Alonso, conquistador que había sido
p a ; a Nueva España, a quien dieron un re-
pjí^ento del que fué despojado por aquél,
hohu e el contrato que entre los dos
bl °°’ de suerte «que se quedó con los pue-
tj e „ e * Gil González, y el otro murió casi
dió eS r? rado; e dizen que le maldijo, e pi
llar? - s de ^. aze ^ e justicia y que su her-
e sus Dijos gozaren de su hazienda,
me.»
b r ¡ Amando a los hermanos de María so-
Poiau S e ,P° see dores de los bienes del des-
dUp f do ’ hobieron en efecto mal fin, por-
d eg , ÍUe . r °n degollados en la Plaza Mayor
] 6 y ta ciudad, por haberse conjurado para
¡o» fiarse con estos reinos, juntamente con
pbijos de Hernán Cortés.
Gil w , a María—antes que esto subcediese—
r, ^Alonso la tenían sobre los ojos, «y muy
^°rni da P ara cazada honestamente e con-
a Su calidad;» mas vino el diablo en
a del Arrutia, e metiendo prenda cada
uno se juraron amor eterno e cambiáronse
palabras de esponsales.
E como estos negocios de amoríos, por
más a hurtadillas que se fagan, no son tan
secretos; aquella noche obscura e sin estre
llas, el Alonso de Avila vino a entendellos
y sabellos, e sorprendió a la doncella cuan
do echaba las celosías, la riñó ahincadamen
te, mofándose de aquel mozo, mestizo, bajo
en tanto extremo que aún paje no merecía
ser; «con cuyos amoríos—la dixo—mancillas
el honor de mis difuntos padres.»
E descobierto ya el lío, el dicho Alonso
de Avila y sus debdos, «con el mayor se
creto que les fué posible, no quiriendo ma
tar al mozo, y por no acabar de derramar
por el lugar su infamia, le llamaron en cier
ta parte muy a solas e le dixeron, que a su
noticia había venido, que él había imagina
do un negocio, que si como no lo sabían de
cierto lo supieran, le hicieran pedazos, mas
que por su siguridad de él le mandaban que
luego se fuese a España, y llevase cierta
cantidad de ducados (que oí decir—habla el
cronista—fueron como cuatro mili), y que
sabiendo estaba en España e vivía como
hombre de bien, siempre le acudirían, y que
si no se iba le matarían cuando más descui
dado estuviese; y que luego desde allí se
fuese, e con él un debdo hasta dejallo em
barcado, y que naide lo supiese, y que el
dinero ellos se lo inviarían trás él....»
Y así lo fizo, que el mozo se amedentró,
o quizá era cobdicioso, o pensó regresar ri
co e cubierto de gloria, si en España le so
plaba la Fortuna; pero lo cierto es, que se
embarcó en el puerto déla Veracruz, donde
estaban ancladas las naos de una flota pro
pincua a izar sus velas.
Mas cuando estas se hincheron e dexó la
tierra de sus amoríos en donde había naci
do, con el dinero que le habían dado, e las
ilusiones que se había fecho y con todo,
sospiró y libró tan lastimosamente, que con
movió a los más duros marineros, al mesmo
Maestre de la Nao, al Piloto, y a un grume
te que se fizo muy su amigo.
Y aunque soplaron buenos vientos por la
mar, e no toparon con gente enemiga del
Rey, ni piratas e corsarios; no le consola
ban en la travesía ni la letura de la dotri-
na que cotidianamente se enseñaba sobre la
cubierta de la Nao, ni las devotas oraciones
que rezaban noche a noche, ni las imagines
de santos e santas que le daban a besar, ni
los libros de caballerías e de otros pasatiem
pos, que iban leyendo los tripulantes para
distraer lo monótono y luengo del viaje.
No se le apartaba María de sus pensa
mientos, porque toda su ánima estaba con
ella, y con ella vivía y con ella penaba siem
pre.