LA RECOMPENSA .INACEPTABLE
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la injusticia, como ningún empleado de
ja de faltar á su deber clandestinamen
te, ya sea empleado civil, militar ó po
licía, cualquier queja aportada ante un
superior, por un proceso manifiestamen
te ilógico pero invariablemente justicie
ro, porque todos allí delinquen, resulta
en la cesantía y prisión del funcionario
acusado; ¿para qué aportar un descargo
de un cargo específico que puede desvir
tuarse, cuando el acusado sabe que ha
incurrido en más graves responsabilida
des?
Sobre todo, con alzar la voz un súbdi
to inglés ó un ciudadano americano, y
anunciar «acudiré á mi ministro», pali
dece hasta un gobernador de Provincia
en Rusia, y hasta en San Petersburgo
se pone asunto al quejoso.
El teniente palideció; Lucas se diri
gió á la madre judáica, que permanecía
arrodillada, le hizo señal para que se pu
siera de pie, y obligándola á que lo pre
cediera, señaló con la flauta hacia su ca
sa enfentre, y dijo:
—Venga usted conmigo, y olvide lo
ocurrido.
Y tuvo que repetir esta frase antes que
ella lo comprendiera y lo obedeciera; el
teniente estupefacto no acertaba á expli
carse y callaba; los espectadores, gozan
do al contemplar la derrota del corchete,
saludaban á Lucas respetuosamente y
despejaban el camino.
Ya estaban para llegar al dintel de la
Puerta, cuando el teniente, volviendo en
Sl > y comprendiendo que después de to
do, él obraba en virtud de una orden re
gular y explícita, y que quizás se podría
castigar su desobediencia, resolvió hacer
u n último esfuerzo, pero con evidente
desconfianza y timedez; al sacar la llave
Lucas de su bolsillo é ir á insertarla en
la cerradura de su puerta, el oficial, con
la gorra en la mano, se acercó, tocóle
respetuosamente en un hombro, y dijo
como quien da una noticia más que co-
uro quien anuncia una consigna^
'—Pero pasa que esta mujer está man
dada arrestar.
Lucas, como si tal cosa, hizo funcionar
e l Havín, y cuando la mujer con el niño
en brazos, estuvo puerta adentro, miró
fijamente al teniente, y repuso:
-—Tenga usted cuidado; recuerde que
he yisto el atropello innecesario de esa
infeliz madre que cargaba á su hijito.
—Sea—agregó el oficial—pero el caso
es que usted obstrucciona la justicia.
—¡Ah, la justicia! Pero como usted pon
ga un pie dentro de mi casa incurrirá us
ted en violación del domicilio de un ex
tranjero; usted podría arrestar á esa mu
jer en su casa ó en la calle, pero no en
mi morada. En todo caso, vuelva usted y
asesórese con el Gobernador, con el de
monio, haga lo que le dé la gana.
—Usted no tiene derecho para arreba
tarme la prisionera.
—Y sin embargo, lo he hecho: arréste
me á mí si se atreve; vamos, condúzca
me al cuerpo de guardia.
—Yo me limito á cumplir mi deber—
dijo el esbirro, y oyó esta filípica:
—Su deber, dice usted, y ha empezado
por faltar á él poniendo las manos con
violencia sobre la prisionera! Oiga usted:
por última vez, le aconsejo que se queje
al Gobernador, y le anuncio que me que
jaré al ministro; yo no soy un ruso infeliz
á quien se atropella impunemente: le repi
to que usted no sabe con quién trata y que
corre grave peligro al provocarme. Y sin
dar tiempo á que el ‘otro contestara, se
entró en su morada y cerró la puerta en
las narices del teniente, policías y espec
tadores.
Pero el oficial tocó con la mano en la
madera del portón, y Lucas abriéndolo
se presentó severo, como dispuesto á oír
lo que de nuevo se tuviera á bien comu
nicarle.
—Excelencia, ¿dígame al menos por
qué y para qué se lleva usted esa mujer?
¿qué diablo va á hacer con ella, dónde
la mandará?
—Hombre, pues yo no he pensado en
nada de eso; para nada la quiero ni voy
á mandarla á ningún lado; lo que sí quie
ro es que usted no se la lleve brutalmen
te, y de aquí á mañana pensaré lo que
haré definitivamente.
—¿Querría usted acompañarme al cuer
po de guardia, para hacer constar que he
tratado de cumplir la orden, ó me daría
dos líneas escritas á ese efecto?
—¿Yo? Ni lo sueñe, explique usted lo
ocurrido á su manera, que yo lo haré co
mo deba, y retírese, pues no vuelvo á
abrir.
Apartó al oficial con su brazo y entró