Full text: Año 2.1913=No. 19 (1913001900)

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COSMOS 
mente enamorada de mí, solicitadora de 
mis atenciones, y anhelosa de que mis 
ojos se fijasen en ella. Se me figuraba 
que de ese modo adquiría á los de mis 
amigos las grandiosas proporciones de un 
conquistador, amado sin esperanza, ins 
pirador de pasiones gratuitas, y capaz de 
causar tempestades y terremotos en el 
mundo femenino. Recuerdo también con 
fusamente que mi auditorio, que comen 
zó por mostrarse asombrado, gustó so 
bremanera de mi confidencia. Algunos 
de los oyentes se rieron so pretexto de 
que les hacían gracias mis donaires, y 
otros me dirigieron preguntas arteras, 
con el objeto de obligarme á llevar el re 
lato hasta su término. Empero ninguna 
frase, ni la más atrevida de todas las 
que declamé durante aquella larga pero 
ración, causó el efecto de mis palabras 
finales, que fueron como el «clou d’or» 
de mi discurso. Para articularlas levanté 
la cabeza, ahuequé la voz, y dirigí en 
torno una mirada soberbia: 
—La caballerosidad,—dije,—me obli 
ga á sostener mis amores; pero maldito 
lo que me preocupo por Sara. 
—Eso no--exclamóuno délos circuns 
tantes:—te tiene sorbido el seso. 
—Mentira, — repliqué;—la cedería al 
que la quisiera. 
—¿De verás?—preguntaron varias vo 
ces. 
—Lo dicho; la cedo al que la quiera. 
No bien hube pronunciado estas pala 
bras, oí cerca de mí el «frú frú» de un 
traje de seda. Volví la cabeza, y alcancé 
á ver por la puerta una forma femenil 
que se alejaba á toda prisa. ¿Era mi 
prima? ¿Me había oído? 
Como si se hubiera desgarrado un ve 
lo que hubiese tenido en los ojos, adqui 
rí en aquel instante la clara percepción 
de lo mucho que valía Sara, y de la gran 
deza de mi desolación en el caso de que 
ella me abandonara. La torpeza de mi 
cerebro desapareció como por encanto, y 
con extraña lucidez comprendí lo vergon 
zoso de mi proceder. Sentí que el corazón 
se me desgarraba, que me saltaban lassie 7 
nes y que una angustia horrible se apode 
raba de mi pecho. Me levanté bruscamen 
te y corrí desalado en busca de Sara. Iba 
dispuesto á darle una satisfacción pú 
blica, á caer de rodillas ante ella y á be 
sarle, si era preciso, los pies para obte 
ner su perdón: pero no pude hallarla en 
ninguna parte. En vano crucé por los 
salones y por las alcobas y escudriñé los 
rincones todos de la casa. Al cabo de in 
quirir largo tiempo, díjome el portero 
que la había visto salir sola, tomar asien 
to en su coche y alejarse déla casa. 
No dormí toda esa noche pensando en 
lo que había pasado, y penetrado de la 
convicción de que había abierto entre 
Sara y yo un abismo insondable. A ra 
tos me serenaba, imaginándome que tal 
vez no me hubiera oído mi prima; y me 
decía ámí mismo que no había razón pa 
ra apenarme de aquel modo, y que mis 
sobresaltos no reconocían más origen que 
el de mis vanas aprensiones. 
Pero al día siguiente, cuando vi á Sa 
ra, me convencí de que todo estaba per 
dido. Aunque triste, ojerosa y con visi 
bles muestras de haber llorado, me reci- ¡ 
bió con glacial indiferencia, y no profi 
rió una sola queja. 
—¿Que tienes?—le dije—¿por qué me 
tratas con tanta frialdad? 
—Nada,—repuso,—no tengo nada. 
—¿Acaso no me quieres ya?—insistí. 
—Nunca te he querido,—repuso.—Lo 
que he sentido y siento por tí, es... lás- j 
tima... 
III 
Hondamente penetraron en mi corazón 
aquellas palabras, y guardé por varios 
días vivo en el pecho el rencor que me 
produjeron; pero al fin perdieron gra- j 
dualmente su fuerza, y acabé por persua 
dirme de que habían sido dictadas por el 
enojo, y de que no eran más que el velo 
doloroso de una herida profunda. Ali 
menté algún tiempo la ilusión de vencer 
aquella resistencia por medio de ruegos, 
pues reputaba imposible que la mujer 
que me había querido tanto, pudiese 
apartarse de mí para siempre. Como de 
continuo sucede en tales casos, mi afecto 
por mi prima había ido creciendo á com 
pás de su desvío, y había acabado por 
tornarse en la adversidad una especie de 
delirio, una pasión desbordada, una ob 
sesión de todos los momentos. Pero no 
hubo querella, ni plegaria, ni postración 
suplicatoria que la moviesen á compa 
sión: inflexible y altiva, soberbia y ren 
corosa, no volvió á oírme, ni á verme, ni
	        
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