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COSMOS
figuraros que salté del drojki. Recurrí al
comisario de policía. Me hizo brevemen
te una explicación que yo comprendí con
igual brevedad: durante mi ausencia, uno
de mis empleados armenios había tirado
sobre un tártaro que pasaba y lo había
matado. Informado del hecho, el gober
nador dió órdenes a\ prista/áe cañonear
mi casa, caramba! como ya habían pro
cedido con algunas otras. Me precipité
hacia mi coche donde se encontraba Go-
unsowskv y le dije en dos palabras de lo
se trataba- Me respondió que no era de
su incumbencia el intervenir en esa eno
josa historia y que no me quedaba más
que entenderme con el prista/: «Dadle un
buen nachai, cien rublos y dejará vuestra
casa tranquila!» Fui á hablar con el pris
ta/ llamándolo aparte; y el hombre me
respondió que tenía voluntad en serme
agradable, pero que debía cumplir abso
lutamente la orden recibida de cañonear
mi casa. Fui á contar á Gounsowsky lo
que se me había respondido, y me dijo:
Decidle que haga girar la boca del cañón
de modo que cañonéen la casa del boti"
cario de enfrente y podrá dar como dis
culpa la de que se haequivocado. Yo ha
blaré esta tarde con el gobernador. Re
gresé á ver al prista/ y logré que voltea
ran el cañón; cañonearon la casa del far
macéutico y me salvé de la ruina de mi
casa por medio de cien rublos Go
unsowsky, este buen señor que parece
ser todo de grasa y que se asemeja á un
comerciante en paraguas, me inspiró to
do el agradecimiento que le reservo en el
fondo del corazón, me entiendes, Atana-
sio Georgevitch ?
—Y qué reputación tiene en la corte el
tal príncipe Galitch,—preguntó Rouleta-
bille.
—Oh!—dijeron todos riendo,—desde
que se supo que había ido á las tierras de
Tolstoi, no se le recibe más en la corte!
—Y sus opiniones? Qué opinio-
. nes tienes?
—Pues cualquiera las conece, hoy que
las opiniones de todo el mundo son tan
confusas que nada se sabe! Nadie las
sabe!
—Ivan Petrovitch dijo:
—Ante algunos pasa por ser muy atre
vido .... y.... muy comprometido . ..
—Y no le inquieta?—insistió Rouleta-
bille.
—Bah!—dijo el alegre consejero del
imperio. Es él el que causa inquietud..'
—Tadeo se agachó para decirle:
—Se cuenta que no puede tocársele por
que lo apoyan; y que lo apoyan porqu*
conoce los secretos de un gran persona)*
de la corte y . .. sería un escándalo!
un verdadero escándalo!
—Calla, Tadeo! — interrumpió ruda
mente Atanasio Georgevitch.... Cóm c
se conoce que llegas de provincia, puest*
que eres tan charlatán.... pero si conti'
núas yo te abandono
—Tienes razón Atanasio Georgevitch
cállate la boca, Tadeo,—aconsejó Iva!;
Petrovitch.
Los charlatanes guardaron silencio'
pues el telón se elevó. Entre los concii
rrentes parece que se hablaba misteriosa
mente de la segunda parte del número d¡
Annouchka, pero nadie podía decir d<
qué se iba á componer y, de hecho, fu*
muy sencillo. Tras el torbellino de da®
zas y de coros y de todo el esplendor d<
que estaba rodeada, apareció Annouchb
vestida con el traje de una pobre aldean*
rusa en una decoración de estepa y d<
miseria y no hizo más que venir con tod*
sencillez á arrodillarse en medio de la e*
cena, juntar las manos y cantar su ora
ción de la tarde. Annouchka estaba sia
gularmente bella. Su aguileña nariz cu'
yas ventanas se agitaban por su jadear
te respiración, el atrevido dibujo ds si*
negras cejas, su mirada alternativamefl
te tierna, amenazante, siempre extrañé
la palidez de sus mejillas muy contornei
das y toda la expresión de su fisonom 1
hacían traición á la independencia desü
ideas, á la espontaneidad, la resolució 1
y sobre todo la pasión suya. Su oració 1
fué apasionada. Tenía una admirable vo
de contralto que levantaha al públiP
desde las primeras notas. Tuvo una ma'
ñera de pedir á Dios el pan de cada di
para todos aquellos que habitan la i 11
mensa tierra rusa....el pan cuotidiano d
la carne y del espíritu-, que hizo brotar U
lágrimas á los ojos de los circunstante*
cualquiera que fuese el partido á que pe (
fenecieran. Y cuando su última nota W
ló sobre la estepa infinita, y se levan! 1
para entrar á su miserable isba, los bP
vos interminables le tradujeron frenét'
camente la emoción prodigiosa de uf
concurrencia delirante. El pequeño Ro 1 *
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