SUEÑO INFANTIL
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En lugar de tristeza lo que se refleja
ba en sus rostros era una marcadísima
a ' e gría ... Y no porque desearan mi
fuerte, no... 1 Bien sabía yo que otra
c °sa les alegraba!
El motivo de su satisfacción estaba
bien patente encima de la cómoda...
Ocho cucuruchos como ocho soles ates
tados de almendras y confites,
fue repartirían entre ellos des
pués de la ceremonia, tenían la
Cu lpa de que aquellos golosines
ex perimentaran cierto contento,
®al reprimido, ante mi inerte
c uerpecillo.
Al poco rato llegó el señor cu-
ra y con él ha-
nía por supuesto) se quejaron de cansan
cio y el señor cura ordenó que se hiciera
una posa.
Mientras respiraban creí atisbar que
Angelillo aproximó sus labios al oído de
Pedrín y le dijo:—¿Cuánto pesa este ba
boso, eh ?
—¡Rediez si pesa!—le replicó el inter
pelado—¿pero has visto qué cucurucho-
nes de dulces tienen allí?
.... Al cabo de cinco minutos me con
templé en las obscuras y heladas pro
fundidades de la fosa.. ..
El tío Manolón, el enterrador, me
cubrió con una porción de quin
tales de tierra y— ¡adiós mun
do!
&
m
Cl endo oficios de
Monaguillo, dos
c hicos que me
t e nían mucha ti-
rr ia.... El uno,
Pericandas, lle-
Va ba la cruz y el
Martine-
’ as , empuñaba el
hisopo,
Me cantaron
K la tremenda», hu
medecieron mi hábito
c ° n las benditas gotas
íe unos cuantos asper-
H es i y... arrearon con
migo.
—‘ Ay, hijo de mi
a hia! ¡Ay, herma-
"¡fio mío!... ¡Adiós,
n luin, adiós que ya
n ° te volveremos a
Vert
Todas esas excla
maciones, y muchí r
St ”ias más, brotaban
del acongojado pecho
'A mi desconsolada
'"■adre y de mis afli
gidos hermanos....
Mi padre, atmque
’ n ás tranquilo y resignado, al parecer,
ta mbién estaba abatido por la pérdida
su querido hijo.
Pero la ley para los muertos es esa: al
,°yocon ellos y nada más decontempla-
c *°nes.
Aa cerca del cementerio los chiquillos
Potadores de la caja (y de lo que conte
Cuando mi madre, j^a
enjugadas las lágrimas,
se entretenía en distri
buir las golosinas entre
aquellos ingratos,
yo ya había aban
donado el Campo
santo y volando, vo
lando, ascendía en
dirección al cielo.
Aleteaba con tan
extraordinaria lige
reza, que, en menos
tiempo que canta un
gallo, trans
puse el teja
do de la casa
del Conde,
queconstaba
de cinco pi
sos, y el de
la torre del
reloj que aún era más alto.
Medio minuto más y
pasé como una flecha por
el intrincado laberinto de
las nubes.... y en seguida,
.me cubrió con una porción de quintales casi de repente, iplaf! caí
de tierra y.... ¡adiós mundo. en el cielo.
Me recibieron con gran
júbilo, colmándome de atenciones y aga
sajos Entre el numeroso tropel de cria
turas que pasó a cumplimentarme, vi a
infinidad de niños de mi pueblo que me
habían precedido en mi viaje.
Allí estuve una semana, poco más o me
nos, engullendo cuantos manjares que se
me antojaran—sobre todo miel, manteca-