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COSMOS
hacer que un juez listo y honrau deje de
serlo y haga una injusticia.
La Ratolina.—¿No nos decía usté que
aunque tuviésemos la razón, el juez sería
capaz de sentenciar en contra nuestra si
tratábamos de comprálo con regalos o con
dinero?
docena de perdices y las mandé con un pro
pio y una esquelica al juez. La esqueiica
decía que sabidores los firmantes de que le
gustaban mucho las perdices y de que no
podía comerlas siempre que le apetecían,
por tener mucha familia, le mandábamos
aquéllas pa que sentenciara en favor de los
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EL ABOGADO.—Y así es de celoso de su
honorabilidad...
El RatolÍN.— Pus, ¿quié usté saber, de
una vez, por qué ¡limos ¿anau? Por una
docena de perdices que le mandamos ayer
al juez incorrutible y celoso de su honori-
lidá.
El ABOGADO.—¿Es posible?
La Ratolina.—Fué idea mía. Cogí la
firmantes, y le prometíamos otras tantas si
venía a gusto nuestro la sentencia...
El abogado.—¡Parece imposible!
La Ratolina,—Pus es muy fácil.... Es
que, en la esquela, mi mariu no firmó con
su nombre y apellidos...
El abogado.—Pues, ¿con cuáles?
La Ratolina.—¡Con los del contrario!