Full text: Año 2.1914=No. 23 (1914002300)

LOS DINAMITEROS RUSOS 
T 4°7 
de las bombas vivientes.... Tendrían 
3Ún un poco de paciencia? 
MErmolai precedía a Koupriane y a 
Rouletabille; en el momento en que el 
S f upo llegaba a la escalera de la galería. 
e * intendente, repitiendo su lección dijo 
e n voz alta: 
. —Oh, el General os espera, Excelen- 
c 'a! Me ha recomendado que os hiciera 
subir inmediatamente a donde se halla; 
ya se encuentra bien lo mismo que la 
oarinia. 
Cuando todos estuvieron en la galería 
agregó: 
—La generala va a recibir ahora mis- 
010 también a estos señores, que podrán 
comprobar que ya está fuera de peli 
gro. 
Y pasaron los tres saludando vaga 
mente, Koupriane y Rouletabille, a los 
dos gaspadines que se distinguían en el 
onda del salón. El momento era decisi- 
v °; y al reconocer a Koupriane los dos 
^Mistas podían, como lo pensara el re 
pórter, creerse descubiertos y precipitar 
¿ catástrofe. Sin embargo, Ermolai, 
koupriane y Rouletabille subieron la es 
calera del primer piso como autómatas, 
Sln poder mirar detrás de sí, pero te 
niéndolo todo, creyendo a cada momen- 
o oír un estruendo formidable.... Na 
da se movió. 
Ermolai, por orden de Rouletabille, 
a ló inmediatamente con la indiferencia 
y tranquilidad de antes, y ellos se en 
contraron en el cuarto de la generala: 
i,° e l mundo estaba allí, era una asam- 
ea de espectros. 
He aquí lo que había pasado arriba 
'entras se desarrollaban los anteriores 
^contecimientos: Si los médicos se en 
contraban todavía en la sala, si no se les 
a bia recibido inmediatamente, en una 
^alabra, si la catástrofe se retardaba 
^ a sta entonces, era una vez más a Ma- 
rena Petrovna a quien se debía, a su 
mor siempre en acecho, a su instinto 
^tPerior de perra de guarda. Aquellos 
n ° s médicos, de los cuales ignoraba el 
?mbre, que llegaban tan tarde, ylapre- 
^P'tada partida del locuaz doctorcillo de 
assili Ostrow, todo en fin, no la tran- 
1,1 izaban; antes de dejarlos subir a 
ba' 6 es ^ a ^ a General, había decidido 
r ^ ar 6 ^ a m ’ sma a donde se hallaban pa- 
sondearles y he aquí que no se equi 
vocaba: cuando se levantaba para poner 
en práctica su pensamiento, el enviado 
de Koupriane, Ermolai, lúgubre y mis 
terioso llegó hasta ella, al fijar en él su 
mirada, lo había comprendido todo; las 
bombas vivientes se hallaban en la casa! 
Mientras Ermolai hablaba, un profun 
do terror se apoderaba de todos, el gol 
pe había sido terrible!.. .. Al principio, 
ella misma, Matrena Petrovna, envuelta 
en la bata de casa de Feodor, en la cual 
violentamente se había envuelto, daba 
la ¡dea de una loca, tal era el espanto 
que se veía en su cara. Cuando Ermo 
lai salió, el General que sabía que ella 
no temblaba sino por él, quiso tranqui 
lizarla y en medio de un espantoso si 
lencio había redordado en algunas pala 
bras lo inútil de las pasadas tentativas, 
pero ella movía la cabeza, movía la ca 
beza y temblaba, temblaba de miedo por 
él, mientras lo contemplaba, sintiéndose 
morir porque nada podía intentar, allí 
arriba de las bombas vivientes, sino a 
esperar a que estallaran! 
En cuanto a los amigos del General 
todos eran presa de un extraordinario 
pánico, sus piernas temblaban y por un 
instante sintiéronse incapaces de mover 
se. El alegre consejero del imperio, Ivan 
Petrovitch, ya no pensaba en sus chan 
zas y la atroz perspectiva de «la mezcla 
desagradable» que iba a producirse den 
tro de poco, lo tenía menos alegre que 
en los hermosos días pasados en casa de 
Cubat. Y el pobre Tadeo Tchichinikof 
estaba más blanco que la nieve que cu 
bre los campos de la vieja Lituania en 
la época de las cazas de invierno; uno 
más que no volvería otra vez a la «tia- 
ga» y que no haría por su culpa caño 
near los establecimientos de los farma 
céuticos por los pristaffs enamorados del 
matchai.... Atanasio Georgevitch mis 
mo no estaba muy satisfecho y su buen 
semblante había desaparecido, como si 
su estómago no pudiera digerir su últi* 
mo gastronómico bocado, pero esto en 
realidad, no era sino la primera impre 
sión que siempre es emocionante; no se 
puede saber así, de pronto, que se tiene 
que morir, que se va a morir en una 
mezcla desagradable, sin que el corazón 
deje de latir un instante; las palabras de 
Ermolai, pues, cambiaron en estatuas de 
cera a aquellos amables gaspadines; pe-
	        
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