LOS DINAMITEROS RUSOS
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de las bombas vivientes.... Tendrían
3Ún un poco de paciencia?
MErmolai precedía a Koupriane y a
Rouletabille; en el momento en que el
S f upo llegaba a la escalera de la galería.
e * intendente, repitiendo su lección dijo
e n voz alta:
. —Oh, el General os espera, Excelen-
c 'a! Me ha recomendado que os hiciera
subir inmediatamente a donde se halla;
ya se encuentra bien lo mismo que la
oarinia.
Cuando todos estuvieron en la galería
agregó:
—La generala va a recibir ahora mis-
010 también a estos señores, que podrán
comprobar que ya está fuera de peli
gro.
Y pasaron los tres saludando vaga
mente, Koupriane y Rouletabille, a los
dos gaspadines que se distinguían en el
onda del salón. El momento era decisi-
v °; y al reconocer a Koupriane los dos
^Mistas podían, como lo pensara el re
pórter, creerse descubiertos y precipitar
¿ catástrofe. Sin embargo, Ermolai,
koupriane y Rouletabille subieron la es
calera del primer piso como autómatas,
Sln poder mirar detrás de sí, pero te
niéndolo todo, creyendo a cada momen-
o oír un estruendo formidable.... Na
da se movió.
Ermolai, por orden de Rouletabille,
a ló inmediatamente con la indiferencia
y tranquilidad de antes, y ellos se en
contraron en el cuarto de la generala:
i,° e l mundo estaba allí, era una asam-
ea de espectros.
He aquí lo que había pasado arriba
'entras se desarrollaban los anteriores
^contecimientos: Si los médicos se en
contraban todavía en la sala, si no se les
a bia recibido inmediatamente, en una
^alabra, si la catástrofe se retardaba
^ a sta entonces, era una vez más a Ma-
rena Petrovna a quien se debía, a su
mor siempre en acecho, a su instinto
^tPerior de perra de guarda. Aquellos
n ° s médicos, de los cuales ignoraba el
?mbre, que llegaban tan tarde, ylapre-
^P'tada partida del locuaz doctorcillo de
assili Ostrow, todo en fin, no la tran-
1,1 izaban; antes de dejarlos subir a
ba' 6 es ^ a ^ a General, había decidido
r ^ ar 6 ^ a m ’ sma a donde se hallaban pa-
sondearles y he aquí que no se equi
vocaba: cuando se levantaba para poner
en práctica su pensamiento, el enviado
de Koupriane, Ermolai, lúgubre y mis
terioso llegó hasta ella, al fijar en él su
mirada, lo había comprendido todo; las
bombas vivientes se hallaban en la casa!
Mientras Ermolai hablaba, un profun
do terror se apoderaba de todos, el gol
pe había sido terrible!.. .. Al principio,
ella misma, Matrena Petrovna, envuelta
en la bata de casa de Feodor, en la cual
violentamente se había envuelto, daba
la ¡dea de una loca, tal era el espanto
que se veía en su cara. Cuando Ermo
lai salió, el General que sabía que ella
no temblaba sino por él, quiso tranqui
lizarla y en medio de un espantoso si
lencio había redordado en algunas pala
bras lo inútil de las pasadas tentativas,
pero ella movía la cabeza, movía la ca
beza y temblaba, temblaba de miedo por
él, mientras lo contemplaba, sintiéndose
morir porque nada podía intentar, allí
arriba de las bombas vivientes, sino a
esperar a que estallaran!
En cuanto a los amigos del General
todos eran presa de un extraordinario
pánico, sus piernas temblaban y por un
instante sintiéronse incapaces de mover
se. El alegre consejero del imperio, Ivan
Petrovitch, ya no pensaba en sus chan
zas y la atroz perspectiva de «la mezcla
desagradable» que iba a producirse den
tro de poco, lo tenía menos alegre que
en los hermosos días pasados en casa de
Cubat. Y el pobre Tadeo Tchichinikof
estaba más blanco que la nieve que cu
bre los campos de la vieja Lituania en
la época de las cazas de invierno; uno
más que no volvería otra vez a la «tia-
ga» y que no haría por su culpa caño
near los establecimientos de los farma
céuticos por los pristaffs enamorados del
matchai.... Atanasio Georgevitch mis
mo no estaba muy satisfecho y su buen
semblante había desaparecido, como si
su estómago no pudiera digerir su últi*
mo gastronómico bocado, pero esto en
realidad, no era sino la primera impre
sión que siempre es emocionante; no se
puede saber así, de pronto, que se tiene
que morir, que se va a morir en una
mezcla desagradable, sin que el corazón
deje de latir un instante; las palabras de
Ermolai, pues, cambiaron en estatuas de
cera a aquellos amables gaspadines; pe-