RARA LÇ>S
MIAOS
EL SECRETO
DEL SR. TORIBIO
(rry-^^N el portalucho de una casa vieja
Tf Ljq y fea vivía un zapatero remen-
,.don que pasaba la vida con la
lezna en la mano y la sonrisa en
los labios. Charlaba alegremente con to
do el que pasaba, y, cuando estaba solo,
amenizaba su monótono trabajo cantando
flamenco por todo lo alto. El señor To-
nbio (como le llamaban en el barrio) era
más alegre que unas castañuelas; en
cambio, su veci
no, un respetable
banquero, que ha
bitaba suntuoso
Palacio en la acera
de enfrente, pasa
ba los días desde
la mañana a la no
che en 1 a más
completa desespe
ración. Sus mil
achaques le tenían
aburrido y nervio
so; renegaba de su
mala suerte y en-
V >diaba la del mo
desto zapatero,
bna mañana, de
cidido a sorpren
der el secreto que
Poseía indudable
mente el señor
foribio para no estar nunca de mal hu
mor, se puso el sombrero cruzó la calle.
—-Buenos días, amigo—le dijo.
, Y el zapatero, interrumpiendo su cán-
t, co y levantando los ojos para mirarle
Por encima de las gafas, repuso:
-—Muy felices los tenga usted.
—Si no le importunase mi pregunta,
quisiera saber cuánto gana al fin del
año.
—Con mil amores se lo diría, señor;
pero no lo sé.
Y soltó una alegre carcajada.
-—¿ Cómo?
—Lo que gano, pasa del bolsillo al es
tómago, y no llevo la cuenta.
—¿Luego no tiene usted ahorros?
—Ni un céntimo.
—¿Y está tan
alegre, cantando,
sin pensar en el
día de la mañana ?
—Dios provee
rá; también los
pájaros cantan, y
no creo que ten
gan hucha.
—Es cierto; pe
ro, dígame: ¿le
gustaría ser rico?
—¡Anda! ¡Tie
ne gracia la pre-
g un t a! ¡Ya 1 o
creo!
—Bueno, pues
tome estas mil pe
setas; gástelas a
s u capricho, y,
cuando se acaben,
dígamelo y le da
ré otro billete igual pero tiene usted que
decirme cuál es el secreto para estar siem
pre alegre.
—¡Ay, señor; si no lo sé! La alegría la
tengo dentro.
Pasaron varios días; el señor Toribio
no cantaba; trabajaba en silencio y no
tenía gana de conversación; miraba a to-
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