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COSMOS
pués hízose boxeador. En el boxeo su ca
rrera se realizó con rapidez asombrosa; es
decir, que allí resultó en lo suyo lo que aquí
nos ha resultado Belmonte: un fenómeno.
Los ingleses le adoraban; hicieron de él un
emblema, o poco menos, del honor nacio
nal; por sus clamorosos triunfos, fue pro
clamado campeón inglés de boxeo, lo cual
quiere decir, en llanas palabras, que atizaba
unos puñetazos formidables.
—Quiere decir también que el buen hom
bre era un tanto bruto.
—Aguarde, aguarde. Así las cosas, surge
en Francia otro boxeador famoso, un tal
Carpentier, muchacho de veinte años, pero
recio y fuerte como un castillo. Y aquí entra
el drama. A este Carpentier ocúrresele re
tar al ínclito Wells. ¡Brava osadía! Los in
gleses se indignan, se alborotan; antójaseles
absurdo que alguien se atreva a atentar
contra el rancio prestigio del atletismo bri
tánico.
—¿Pero aceptaron el reto del francés?
—Lo aceptaron, cruzándose una apuesta
de cien mil francos a favor del vencedor.
Llega en esto Carpentier, pénese delante de
Wells, le suelta cuatro puñetazos en me
nos que se dice y me lo deja en el suelo
agotado, maltrecho, sin sentido.
—¡Diablo! ¡Pues no quisiera tropezar por
ahí con ese bendito Carpentier! ...
—¿Y qué dirá usted que hizo el público?
—Hombre, sentir compasión por el pobre
inglés.
—No, señor. Le denostaron, le injuria
ron; le persiguieron. Y si no interviene la
fuerza pública, se lo comen.
—¡Cáspita! Entonces se ha reproducido
allí nuestra tradicional escena de echar a
un torero el toro al corral.
—Una reproducción exacta. Por donde
hemos de inferir, mi querido amigo....
—Que en todas partes cuecen habas.
EL SALTO MORTAL DE PEGOUD
Aunque el nombre de Pégoud lo han he
cho célebre todos los periódicos del mundo,
sus hazañas nos fascinan todavía. Pégoud
nos ha demostrado que, con cabeza fría y ner
vios templados, se puede realizar proezas
con el aeroplano y que, por muy elevado
que esté el aparato, puede el aviador salvar
se si aquél se ladea o se invierte. Pégoud
se ha puesto, intencionalmente, en todas las
posiciones posibles; posiciones en las que
sus desgraciados antecesores se han visto y
que han sido causa de su infortunio.
Un testigo ocular de los vuelos hechos
por Pégoud nos suministra datos interesan
tes de vuelos ascendentes, invertidos y des
cendentes realizados por tan marvilloso
aviador.
Dejando a un lado la curiosidad natural
de los espectadores en la parte sensacional
de sus ejercicios y el derroche de sangre
fría del piloto, ¿cuál es el lado serio o cien
tífico del hecho?
El gerente general de los monoplanos Ble-
riot, en Inglaterra, Mr. Norbert Chereau,
asegura que el monoplano que usó Pégoud
fué construido en 1911 como modelo de 50
caballos de fuerza, de un solo asiento y que
los únicos cambios que se le hicieron para
estas pruebas fueron los siguientes:
19 Un pylon nuevo de 12 pulgadas más
de elevación colocado 6 pulgadas más hacia
atrás.
29 Cambio de la cola original por una de
las usadas en los asientos tandem de pa
tente.
Ninguno de estos cambios afecta en lo
más mínimo al principio de estabilidad na
tural o al aparato. Es claro que el objeto del
pylon más elevado es colocar los tirantes
que sujetan las alas en un ángulo más agu
do reduciendo, por tanto, la tensión de los
mismos.
La cola modelo tandem es más larga que
la de un solo asiento y proporciona más ca
pacidad de control que la que se requiere
para vuelos extraordinarios, pero no es tan
necesaria para vuelos corrientes.
Según el Flight, es éste un aeroplano per
fectamente normal combinado con un pilo
to perfectamente anormal: y el piloto es per
fectamente anormal, no porque haga rápi
dos y complicados movimientos de control
con la agilidad de Paderewski sino porque
tiene fibra para mantenerse sereno en las
posiciones más difíciles, mientras que su
máquina continúa efectuando las evolucio
nes a que él dió comienzo.
Si Pégoud se hubiera desmoralizado y hu
biera perdido el control de la palanca en un
momento de incertidumbre, hubiera termi
nado por caer del mismo modo que otros
han caído en semejantes circunstancias. Pé
goud, es una maravilla precisamente por
que conoce lo que su aparato va a hacer y
porque calcula exactamente el tiempo que
el mismo debe hacer lo que está haciendo.
Pégoud, en una palabra, es un autómata hu
mano perfecto.
En vez de controlar el aparato, Pégoud
hace que éste se controle así mismo. Desde
el punto de vista del experimentador cien
tífico, Pégoud es el piloto ideal porque tie
ne el talento de eliminarse en el momento
preciso en el que el aparato entra en su fun
ción señalada. Pégoud lo eleva con maravi
llosa destreza hasta la altura que desea, lo
invierte en dirección a tierra, como si lan-