LOS DINAMITEROS RUSOS
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revolucionarios; todos se miraron en si
lencio.
Entonces el presidente dijo:
—Os concedemos cinco minutos.
—Poned vuestro reloj aquí.... allí,
en ese clavo.... Es la hora menos seis
minutos.... con el tiempo de instalarme
me daréis hasta que dé la hora.. ..
—Sí, hasta que suene la hora.... el
reloj mismo os advertirá.
¡Ah! suena. . .. entonces es como el reloj
del general.. .. Muy bien, ya estoy.
Un curioso espectáculo se vió enton
ces: Rouletabille, sentado sobre el esca
bel del suplicio, con la cuerda fatal sus
pendida sobre su cabeza, estaba con las
piernas cruzadas y los codos sobre la ro
dilla, en la actitud eterna que el arte ha
dado al pensamiento humano, la barba
en las manos y la mirada fija.... y a su
rededor todos aquellos jóvenes inclinados
ante su silencio.. .. sin pestañear, cam
biados en estatuas, para no distraer aque
lla otra estatua que pensaba.
XVIII
Una experiencia singular.
Los cinco minutos transcurrieron y el
reloj comenzó a dar las siete campana
das de la hora. ¿Sonaba la hora de la
muerte de Rouletabille? ¡Acasol
Pues al primer golge de la sonora cam
pana se vió al joven extremecerse, er
guir la cabeza, una cabeza y una frente
inspiradas, con ojos llenos de rayos ....
lo vieron enderezarse, extender los bra
zos y exclamar:
¡La he encontrado!
Tal alegría brillaba en su rostro que pa
recía sumergido en un éxtasis, que esta
ba auroleado por el júbilo de su pensa
miento, que nadie dudó de los que se
hallaban allí, de que hubiera encontrado
la solución del imposible problema.
¡La he encontrado! ¡La he encon
trado!
Todos se estrechaban a su alrededor y
él los apartó con un gesto de alucinado.
—Dejadme el campo libre.... habré
eficontrado si mi experiencia se corona por
el éxito. .. Una, dos, tres, cuatro
¿Qué hacía? Contaba sus pasos en el
suelo, largos pasos como sise tratara de
medir el terreno paraun duelo, y los otros,
todos los otros le seguían en silencio, es
tupefactos, pero sin protestar; como si
se sintieran arrastrados con él en aque
lla extravagante alucinación.
Siempre contando sus pasos, el joven
repórter atravesó el patio, todo el patio
que era enorme
Cuarenta cuarenta y....
cuarenta y dos—exclamó con fuerza. Es
to es extraño y de buen agüero.
Los otros, que nada comprendían,
tampoco preguntaban, pues comprendían
que era mejor dejarlo hacer sin inte
rrumpirlo, del mismo modo que es preci
so evitar el despertar a un sonámbulo
bruscamente. No tenían desconfianza al
guna, pues ni remotamente pensaban que
Roulerabille fuera tan cándido para es
perar llegar a salvarse de ellos por me
dio de algún imbécil subterfugio .... no;
se dejaban conducir por aquella frente
inspirada y muchos de ellos estaban tal
mente impresionados que repetían sus
ademanes y gestos inconscientemente.
De aquel modo Rouletabille había lle
gado al umbral del edificio donde se ha
bía verificado el juicio. Allí fué preciso
subir una escalinata de madera carcomi"
da, de la cual contó los escalones....
penetró en el corredor pero dejando a un
lado la puerta que conducía a la sala en
que le habían sentenciado, se dirigió a
otra escalera que subía al piso superior
y de la cual contó igualmente los escalo
nes mientras subía. Algunos de los nihi"
listas iban tras él, otros marchando ha
cia atrás, caminaban delante, pero ni los
unos ni los otros parecían existir para el
joven, que sólo vivía para su pensa
miento.
De esta suerte llegaron a la meseta de
la escalera, internándose en el corredor
donde Rouletabille, empujando una puer
ta, se encontró en un cuarto amueblado
con una mesa, sillas, un jergón y un
enorme armario; dirigióse a este último,
dió vuelta a la llave, lo abrió.. .. el ar
mario estaba vacío.... lo cerró de nue
vo, puso la llave en su bolsa y volvió a
la meseta de la escalera; allí pidió la lla
ve de la puerta del cuarto de donde aca
baba de salir; se la dieron, cerróla puer
ta con llave y colocó ésta donde había
colocado la primera, luego bajó hasta el
patio, pidió una silla que le trajeron y