ESPAÑA EN AFRICA
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Cuando por la difusión de la enseñan
za, aprenda el pueblo marroquí que sus
más sagrados recuerdos—aparte la con
servación de las llaves y los títulos de
las casas que poseyeron en España—se
refieren a la obra inmensa y brillantísi
ma de su raza directora en nuestro sue-
lo, empezarán a sentir la satisfacción de
la antigua grandeza, a mirar con interés
y con amor el teatro donde se produjo, a
considerar como colaboradores, como
hermanos, a los que supieron defender
de los desdenes del tiempo y del olvido
la herencia común.
En los anales de Córdoba, de Sevilla,
Aquellos alarifes supieron escalar las ci
mas de la inmortalidad, levantando mez
quitas, alcázares, alcazabas, que segui
mos mostrando hoy todavía con legítimo
orgullo al «turista» sorprendido y en
cantado.
Los matemáticos, los geógrafos, los
astrónomos, los químicos, los filósofos,
los habilísimos agricultores, los indus
triales del papel, de la seda, de los cue
ros, de los tapices, de la cerámica, que
tan enorme contingente prestaron desde
España al progreso general, en el trans
curso de los siglos IX al XV, hispano
árabes fueron en buena parte.
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os generales Jordana, comandante general, y Aguila, director de las maniobras, oyendo la relación
hecha por el teniente coronel Sacanelles, que manda el batallón de Cazadores de Segorbe, de las
operaciones que efectuó dicho batallón durante el desarrollo del combate. Escuchan la rela
ción los generales Domingo Villalba, Moltó y Aizpirú, y gran número de jefes y oficiales.
e Granada, de Valencia; en las distin
as regiones de nuestra Península, doft-
e e l arabismo dejara su huella lumino
sa, deben buscar los marroquíes lo me-
l° r de su existencia pretérita, si no han
Perdido todo instinto de vida; si todavía
es queda algún sentido de nacionali"
dad.
Lo que alcanza más alto relieve en la
cu tura musulmana durante el deslum
brador período de su apogeo,—la Edad
viedia a tierra española se refiere.
Nombres y obras acuden en tropel a
la memoria. La inagotable cultura grie
ga entró a torrentes en Europa por el
fecundante cauce de nuestro Averroes.
Todo el siglo XII fue averroista en ma
teria filosófica. ¿A qué hablar de Alha-
san, de Gabirol, de Tofail, de Edrisi, si
la lista de sabios se haría interminable?
Lo que importa afirmar es que el rico te
soro de la historia «mora» quedó en Es
paña; que sólo España puede devolverlo
en servicios civilizados:—enseñanza, jus-