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La Estética de Hipólito Taine
Por AGUSTIN BASA VE
B ipólito Taine pertenece a la era
brillante de la crítica francesa,
iniciada por Chataubriand y
Mme. de Stáel.
El punto de partida de su método con
siste en reconocer que una obra de arte
no está aislada, y por consecuencia, en
buscar el conjunto de que depende y que
la explica; es decir: en establecer la rela
ción de causa a efecto entre determinado
medio, determinado momento y determi
nada raza y su producción artística. Para
ello, primeramente, toma una época de
cualquiera civilización, la del Renaci
miento Italiano por ejemplo, y exami
nándola detalladamente en lo que tiene
de característica—el amor a la vida pro
ducido por su naturaleza y su clima be
nigno y por la herencia de los antepasa
dos helenos y latinos—deriva de ahí la
floración exhuberante de un arte que, al
contrario del medioeval, fue la glorifica
ción de la alegría y la vuelta a la tradi
ción pagana.
Como buen determinista, Taine profe
sa la imparcialidad más absoluta. Nos
dice que la crítica que él inicia es histó
rica y no dogmática; es decir, que no im
pone preceptos, sino que hace constar le
yes, que acepta todas las formas del arte
como otras tantas manifestaciones del
espíritu humano y que sin tratar de es
tablecer categorías, explica sólo su naci
miento.
Su estilo brillante y claro se desen
vuelve en períodos de incomparable har
monía. Taine, como Flaubert y los Gon-
court, amaba las palabras por su sonido
y sin sacrificar la idea, por supuesto, se
extasiaba combinándolas, haciéndolas so
nar, ensartándolas una a una como cuen
tas de colores en el hilo de seda de su
frase. Era un poderoso colorista. Gusta
ba de oponer los tonos más vivos, en
violentos contrastes, dando un gran vi
gor a sus imágenes. Cuando pintaba un
medio histórico procedía, como Horacio
Vernet y como David, por grandes lien
zos en cuyo primer término agrupaba las
más importantes figuras, perdiendo en el
segundo y en las lejanías la muchedum
bre de los ejércitos o del pueblo. Toma
ba de cada época los hombres represen
tativos, las figuras dominantes, las flores
extremas de una civilización para expli
car la influencia que tuvieron el medio,
el momento y la raza sobre la dirección
en que manifestó su genio; a Sófocles, el
gran trágico, nos lo presenta desnudo y
adolescente después del triunfo de Sala-
mina, para ostentar ante el ejército griego,
que era enamorado de estas gallardías,
la belleza y la fuerza de su cuerpo—el
más fuerte y el más bello de aquel en
tonces—bailando el sagrado ‘'pasan 1 ’ an
te el trofeo. En la Edad Media nos pin
ta al caballero cruzado, armado de punta
en blanco, partiendo con su mesnada