Full text: Año 3.1914=No. 26 (1914002600)

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La Estética de Hipólito Taine 
Por AGUSTIN BASA VE 
B ipólito Taine pertenece a la era 
brillante de la crítica francesa, 
iniciada por Chataubriand y 
Mme. de Stáel. 
El punto de partida de su método con 
siste en reconocer que una obra de arte 
no está aislada, y por consecuencia, en 
buscar el conjunto de que depende y que 
la explica; es decir: en establecer la rela 
ción de causa a efecto entre determinado 
medio, determinado momento y determi 
nada raza y su producción artística. Para 
ello, primeramente, toma una época de 
cualquiera civilización, la del Renaci 
miento Italiano por ejemplo, y exami 
nándola detalladamente en lo que tiene 
de característica—el amor a la vida pro 
ducido por su naturaleza y su clima be 
nigno y por la herencia de los antepasa 
dos helenos y latinos—deriva de ahí la 
floración exhuberante de un arte que, al 
contrario del medioeval, fue la glorifica 
ción de la alegría y la vuelta a la tradi 
ción pagana. 
Como buen determinista, Taine profe 
sa la imparcialidad más absoluta. Nos 
dice que la crítica que él inicia es histó 
rica y no dogmática; es decir, que no im 
pone preceptos, sino que hace constar le 
yes, que acepta todas las formas del arte 
como otras tantas manifestaciones del 
espíritu humano y que sin tratar de es 
tablecer categorías, explica sólo su naci 
miento. 
Su estilo brillante y claro se desen 
vuelve en períodos de incomparable har 
monía. Taine, como Flaubert y los Gon- 
court, amaba las palabras por su sonido 
y sin sacrificar la idea, por supuesto, se 
extasiaba combinándolas, haciéndolas so 
nar, ensartándolas una a una como cuen 
tas de colores en el hilo de seda de su 
frase. Era un poderoso colorista. Gusta 
ba de oponer los tonos más vivos, en 
violentos contrastes, dando un gran vi 
gor a sus imágenes. Cuando pintaba un 
medio histórico procedía, como Horacio 
Vernet y como David, por grandes lien 
zos en cuyo primer término agrupaba las 
más importantes figuras, perdiendo en el 
segundo y en las lejanías la muchedum 
bre de los ejércitos o del pueblo. Toma 
ba de cada época los hombres represen 
tativos, las figuras dominantes, las flores 
extremas de una civilización para expli 
car la influencia que tuvieron el medio, 
el momento y la raza sobre la dirección 
en que manifestó su genio; a Sófocles, el 
gran trágico, nos lo presenta desnudo y 
adolescente después del triunfo de Sala- 
mina, para ostentar ante el ejército griego, 
que era enamorado de estas gallardías, 
la belleza y la fuerza de su cuerpo—el 
más fuerte y el más bello de aquel en 
tonces—bailando el sagrado ‘'pasan 1 ’ an 
te el trofeo. En la Edad Media nos pin 
ta al caballero cruzado, armado de punta 
en blanco, partiendo con su mesnada
	        
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