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COSMOS
mento que fué cocina, el guía Francisco
se despide, y parte camino de Espina-
ma, por la ca?ial de la Gendua, en la ver
tiente Sur de la Sierra Arredonda y por
Fuente Deva.
Decirte, lector, que lo pasamos bien
aquella noche sería engañarte: durmien
do (?) sobre unos tablones, a 2.040 me
tros de altura, en una noche de viento
formidable, y sin más abrigo que la pe
lerina o capa de montaña, no es posible
exigir que el sueño llegue.
A las seis de la mañana estamos dis
puestos para marchar. Descendemos ver
tiginosamente por la empinada y pedre
gosa ladera de Hoyo sin Tierra, sorpren
diéndonos en el trayecto una avalancha
de pedruscos, promovida por un rebeco
que huye en los altos de la montaña.
Después del descenso comienza la su
bida fuerte y un tanto penosa por la ver
tiente Sur de Peña Vieja. Entramos en
la angosta hondonada de la Canalona. A
un lado y otro se alzan imponentes las
agujas de Santa Ana, algunas inaccesi
bles absolutamente; otras, brindando con
sus grietas emocionantes escaladas.
En una gruta natural resposamos la
jadeante ascensión; desde allí contempla
mos en derredor nuestro el majestuoso
circo de montañas que rodean el Hoyo
sin Tierra: de izquierda a derecha elé-
vanse las cumbres afiladas de Punta Ma-
dejuna (2.521 metros), Tiro Llago {2.503
metros), la Torre del Llambrión (.2.638
metros), Punta de Horcados Rojos (2.469
metros), la Punta de Santa Ana (2.565
metros), a cuyos pies nos hallamos; vol
viendo más a la izquierda, se admiran
las torres agudísimas que la Peña Vieja
lanza al Sur, y entre ellas, al fondo, el
mar de nubes que se cierne sobre el va
lle de Baró.
Proseguimos el ascenso por una estre
cha grieta de Santa Ana, y conseguimos
alcanzar el Collado de la Canalona,donde
descansamos junto aun extendido nevero.
A las once emprendemos el ataque al
Pico de Santa Ana por la falda que mira
al Collado, y a la media hora ya hemos
dominado varias de las gigantescas to
rres que le circundan; aún restan varias,
de las que podemos prescindir para lle
gar a la cumbre; pero hay una, que se
yergue esbelta y cuya gallardía parece
invitarnos a conquistarla; nos decide a
realizarlo el mohín de incredulidad que el
guía hace cuando le proponemos atacarla.
¿Cómo hemos subido? No lo podría
explicar; sólo sé deciros que hubiera que
rido ser miriápodo, porque había momen
tos en que necesitaba tres o cuatro ma
nos más y otros tantos pies.
La torre innominada ha sido vencida;
nosotros, por ese derecho de primeros
ocupantes,la hemos bautizado con el nom
bre de Torre del Madrileño; hemos deja
do sobre su cimera una pirámide de pie
dras y bajo ellas nuestras tarjetas. Ahí
queda rememorada la conquista en una
fotografía para la íntima satisfacción
nuestra. ¡Oh vanidad de los humanos!
José Fernández Zavala.
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Estribaciones S. E. de Peña Vieja y, a la derecha, el desfiladero
llamado Canal del Vidrio.