LA DOCTRINA MONROE
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plicará las probabilidades de él sin esa ape
lación.»
Monroe celebró, además, varias consul
tas con sus ministros, y en Noviembre de
ese mismo año, Adams, uno de ellos, con
signó en su diario la siguiente observación
con respecto al presidente: «Le hallo vaci
lante aun respecto a la contestación que de
ba darse a las proposiciones de Mr. Ca-
nning, y alarmado sobre toda ponderación
por el temor de que la Santa Alianza vuelva
ta Alianza,^ con diez mil hombres, restable
cerá en México y en la América del Sur el
dominio de España.»
La emoción de los Estados Unidos era in
tensa, la prensa procuraba aumentarla, y en
tretanto que las multitudes pedían la alian
za con Inglaterra, manifestábase el presi
dente profundamente decaído de espíritu
por la división en que había entrado su ga
binete. Una semana antes de la apertura del
Congreso, aún no estaba resuelto lo que el
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Mr. James Monroe, autor de la doctrina que lleva su nombre.
a reducir inmediatamente a la obediencia
óe España, a toda la América del Sur: Cal-
noun (Secretario de Guerra entonces) cree
Jlue la noticia de que Cádiz se ha rendido a
los franceses, ha afectado de tal modo al
Presidente, que parece desesperar de la
causa de la América del Sur.» Pocos días
después volvió a escribir: «He encontrado
Pronto la explicación del abatimiento del
presidente; se relaciona con los negocios de
la América del Sur. Calhoun está espantado
de la rendición de Cádiz, y dice que la San-
presidente debiera decir en su mensaje. Por
fin se llegó a un acuerdo, y, redactado el
documento, llegó al Congreso en tiempo
debido. Antes que todo se trató en él la
cuestión rusa, y aunque fueron consagradas
expresiones explícitas de simpatía para el
movimiento liberal de España y Grecia, no
se dijo palabra contra Francia y la Santa
Alianza, a fin de no invadir el terreno de
los negocios europeos. Por lo que se refie
re a la proclamación de la doctrina, he aquí
cuáles fueron sus términos: