rv
Al
y <
» 15=" C
PARA TRIUNFAR
Por JULIO JIMENEZ RUEDA
PERSONAJES;
Evangelina. Leandro. D. Anselmo.
La escena: un saloncito amueblado con gusto. Hay fiesta, santo de alguien tal vez. Se baila en las pie
zas contiguas. La lámpara que cuelga del techo alumbra discretamente, su luz se esparrama de
una manera velada, tenue Balcón abierto a la calle por donde penetra el relente de la noche.
El baile no es de etiqueta: el frac nos molesta en México, lo usamos solamente en las grandes
ocasiones y eso en lo particular; en nuestras fiestas caseras, permanece en el armario: se viste de
negro, con eso basta. La fiesta, sin embargo, es elegante, no porque la hayan anunciado así los
cronistas de sociales, sino porque a ella concurren personas de buen tono, lo que no empece para
que por ahí se cuele uno que otro figurón. Al día siguiente exagerarán los diarios ¡exageran tan
to! Se escuchan conversaciones apagadas: las señoras murmuran escudándose tras los abanicos,
los caballeros hablan de negocios, de conquistas, murmuran los malsines también, sustentando sus
murmuraciones en la base deleznable del humo de un cigarro puro.
(Un vals de opereta, llama a los concu
rrentes. Las parejas se pierden por el fon
do. En el saloncillo queda sólo un viejo
caballero, de noble presencia, viste bien,
fuma y sus ojos conversan con la luz de
tas estrellas.
Leonardo entra a poco, Leonardo es un
artista; no pinta sonrisas enigmáticas de
mujeres como aquel otro divino Leonardo,
Que éste modela en el mármol la línea y
ta forma, la grandeza. Leonardo es a las
veces soñador. ¿Qué artista no lo es? Prin
cipia la charla.
Leonardo.—D. Anselmo.
, D- Anselmo.—Querido Leonardo, te ha-
ci a dando vueltas a los compases de ese vals.
LEON.—Yo, no bailo.
tL Ans.—Y, sin embargo
León.—Hace un momento no bailaba.
P • Ans.—Hubiera creído
León.—Conversaba. El baile no se hizo
Para mí. Mucho menos el baile moderno. El
ade antiguo tal vez; el ritmo puro, las fi-
«uras blancas, modelos perennes de már
moles eternos, figuras que llevaban en sus
0c as las sonrisas de las gracias. Los bailes
modernos no. ¡Oh! para bailar se baila en
todas partes. Salón: la ciudad, el mundo.
Parejas, las que se quiera; un día una, otro
día otra. Cada uno de esos chiquillos que
ahora danza cambia de pareja diariamente,
como pueden cambiar de puños. Yo estoy
por la unidad, D. Anselmo. Una sola quisie
ra tener. Hasta ahora la he tenido de már
mol, distintas estatuas, distintas figuras, pe
ro el alma una, siempre una, y esa alma,
D. Anselmo, es un trasunto del alma mía.
La última la arrancaron de mis brazos hace
poco.
D. Ans.—La que compró el marqués de
los Rosales.
LEON.—Esa. Ya ve usted un extranjero.
Crea usted que soy fuerte, si no....
D. ANS.—¡Hermosa era!
LEON.—Me costó el sueño de muchas no
ches. El mármol se resistía a ser labrado.
¡Ah, D. Anselmo, si viera usted el trabajo
que cuesta, la desesperación que causa, el
desaliento que produce! Para después rodar
en palacios extranjeros. Porque en los pa
lacios nuestros El arte en México. Si
viviera uno de lo que produce el arte aquí,