LITERATURA Y ARTE
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loca por él; pero me gustaba de veras; no hacía la cor
te como los otros, parecía algo descuidado, un sí es no
es desdeñoso, no andaba siempre tras de mí y cuando
nos encontrábamos en alguna parte, se apresuraba a
hacerme saber que había sido por casualidad, que él
no me buscaba, que se felicitaba de aquel encuentro,
meramente casual, y es que le diferenciaba de todos
mis enamorados, me había hecho que le fuera tomando
cariño. Luego, pasan días y semanas y meses, y nada
de declararse, por más que las ocasiones no faltaban,
como que yo las preparaba, y él, sin decir esta boca es
mía, comiéndome con los ojos pero nada más.
Y no era cobardía, no; ya te he contado una que
otra audacia suya, y aún creo que tú presenciaste al"
guna. Cada día, la cosa tomaba incremento, las mira -
das eran más intensas, los apretones de manos más
fuertes y más frecuentes; me seguía de cuando en
cuando. Y de aquello, nada.
A poco más, llegó a enamorarme de verdad.
Creí que no se iba a declarar nunca, que aun en
aquello quería diferenciarse de los vulgares amantes
que ponen prólogo a sus insípidas novelas, mascullan
do un discurso mal forjado ante la señora de sus pen
samientos.
No me desagradaba la idea, por más que siempre
pensé que llegaría la vez en que me dijera, así en se
co, sin más ni más: «la quiero a usted, mucho, como
me quiere usted, que bien sé que ya he conquistado su
cariño».
Todas las noches, al acostarme, me forjaba la es
cena, del principio al fin, una escena enteramente ori
ginal, sin asomo de parecido con lo que me habían
contado de sus aventurillas de amor todas mis amigas
Y todas mis compañeras. Y, rezando mis oraciones,
pensaba en ella, y con la cabeza sobre la almohada
seguía mi dulce tarea imaginativa hasta que el sueño
completaba la obra.
Y luego, la noche fatal, mi noche triste, bailamos
'a primera pieza y hablamos del tiempo; la segunda y
hablamos de los noviazgos que entretejían sus mallas
al amor de la música; en la tercera, me hizo tres o cua
tro preguntas que me dieron frío—en ellas asomaba
la oreja una horrible vulgaridad:—que si tenía novio,
Que si había tenido alguno, que si había querido mu
cho, en fin, eso que nos han preguntado tantas veces
todos cuantos han querido abrirse camino hacia nues
tro corazón.
Tocaron por fin el décimo vals, y aprovechando
u n momento en que no había parejas muy próximas,
empezó: «Señorita (aquel señorita me hizo extremecer)
hace mucho tiempo que yo quería decirle.... algo
que.... que usted podrá imaginarse». Empezaba mal,
Pero podría componerse.
Y siguió: «desde el primer momento en que....» y
terminó pidiéndome que le dispensara si sus palabras
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