COSMOS
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obscuridad; en cuanto a su compañero,
brincó a un arbusto, quedando prendido
a sus hojas; el escorpión trepó rápida
mente por el tronco, pero a punto ya de
echarle garra, el astuto insecto dió un
nuevo salto yendo a caer entre la yerba,
donde desapareció, siéndole imposible a
su perseguidor encontrarlo.
Después de haberse entregado duran
te mucho tiempo a inútiles pesquisas, el
chasqueado cazador continuó su hasta
entonces, infructuosa batida. Abandonó
el césped y empezó a caminar por un es
pacio de terreno desprovisto de vegeta
ción.
El astro de la noche, libre ya de las
nubes que lo habían ocultado, iluminaba
el jardín hasta en sus menores detalles,
y a su luz pudo contemplar el alacrán un
curioso espectáculo: no lejos de allí ele
vábase un árbol de hermoso follaje verde
y, lustroso, un naranjo; pues bien, pare
cía como si las hojas, cansadas de perma
necer quietas en el sitio en que la natu
raleza las había colocado, hubieran re
suelto marcharse a correr mundo. Una
hilera no interrumpida de ellas bajaba
por el tronco dirigiéndose hacia un mon
tículo situado como a ocho metros de
distancia; a cada momento una hoja de
las que aún estaban adheridas a las ra
mas, se estremecía, se inclinaba sobre el
tallo como saludando en señal de despe
dida a sus compañeras, y tomaba el mis
mo camino; bajo aquellas hojas móviles
distinguíanse unos pequeños seres, espe
cie de gnomos, de cuerpo diminuto y
enorme cabeza de color rojizo, que mar
chaban lentamente bamboleándose con
su carga; otro cordón de aquellos anima*
les ascendía hasta alcanzar las últimas
ramas del pobre árbol, poco antes tan
frondoso, y que estaba destinado a ama
necer más escueto que si hubieran pasa
do sobre él todas las rachas del invierno.
La hormiga arriera, pues de ella se
trata, es uno de los insectos más perju
diciales para los jardines; sale de su
guarida al caer la tarde y bástale una
sola noche para despojar completamente
a un árbol de todo su follaje. Es proba
ble que, como lo hace la Hormiga Sauba,
se sirva de las hojas que corta para tapi
zar las galerias subterráneas del hormi
guero, e impedir los desprendimientos de
tierra que podrían obstruir los conductos.
Lo mejor para librarse de las arrieras
es la bomba que inyecta en el hormigue
ro un gas asfixiante; pero los campesinos
acostumbran quemarlas, paseando a lo
largo del cordón que forman una antor
cha de ocote, dándose a menudo el caso
de que, enfurecidas, se precipiten en
gran número sobre la llama, sofocándola
bajo la masa de sus cuerpos. En cuanto
a un cerillo, basta una sola de ellas para
apagarlo, apresándole la cabeza entre
sus vigorosas pinzas, y puede entonces
verse chisporrotear el cuerpo de la hor
miga, y a ésta apretar las tenazas con
rabia, hasta extinguir la flama. ¿Cómo
queda el decantado valor del león junto
al de este insecto?
El escorpión dió prudentemente un
rodeo para no pasar cerca de aquellos
activos acarreadores, cuyas formidables
pinzas había aprendido a respetar. De
pronto se le puso delante un insecto de
pequeña talla, armado de punta en blan
co, a semejanza de los antiguos barones
feudales, y cuya bruñida coraza brillaba
a la luz de la luna con resplandores me
tálicos; era un coleóptero carnicero, de
la familia de los carábicos, tan útiles a
la Agricultura por la gran cantidad de
larvas que destruyen.
El alacrán permaneció un instante in
deciso; después, tranquilizado por la pe-
queñez de su adversario, se le echó en
cima, pero el insecto, con la rapidez del
relámpago, hizo una pirueta, oyóse una
pequeña detonación, y el asaltante reci
bió casi a boca de jarro una descarga de
un vapor corrosivo y asfixiante que le
causó varias quemaduras, dejándolo pri
vado de sentido. Cuando volvió en su
acuerdo, ya el artillero había desapare
cido. (1)
(1) «Muchos carábicos al sentirse cogidos, tra
tan de defenderse arrojando un licor corrosivo;
otros dejan escapar una detonación, acompa
ñada de humo, por lo que se les ha dado el nom
bre de bomberos.—Luciano Biart.—Avetdicras
de un joven jtaturalista en México.
«M. Léon Dufour ha dado a conocer [Mém. du
Mus. d’Hist. nat.] las costumbres de la especie
llamada por él Disflosor, la cual, como los Bra-
chinus, tiene la facultad de producir una fuerte
explosión; el humo es de un olor intenso, pareci
do al del ácido nítrico; enrojece el papel azul y
produce en la piel el efecto de una quemadura
que se hace sentir durante varios días.—Castel-
nau.—Histoire Naturelle des Insertes*.