COSMOS
420
no, pero la retira, vana, estéril. El su-
dor corre también por su faz marchita y
rugosa. Pasan unos instantes. El calor
arrecia, implacable y siniestro. Se ve ir
y venir, sonsonando, a un moscardón.
El mendigo.—Te juro que me alegra
verte y hablarte. ¡Me recuerdas cosas tan
antiguas! ¡Mira que haber sido yo un
mozo garrido, con más novias que un
bailabonitas! ¡Mira que haber sido yo un
soldado tan valiente que D. Carlos mis-
me, terrible hendidura. Luego, sonrien
do, exclama fanfarrón:
¡Nada! Un boyonetazo.. ¡Presume!
El zapatero,—Y con derecho. Que sí
tú puedes enseñar ese costurón, puedo
enseñar otros que achican a ese. En un
brazo tengo huellas de metralla, y en 1»
cabeza un chirlo de sable. Fue una he
rida que me tuvo a morir.
El mendigo.—¡A morir! A morir es
tuve yo en Victoria, recogido en un con
tó* l. v
*
/i VÜ
s
ito, —
nttijumi*
’Át:
7S
---
j
mo, con su mano real, me puso una cruz
en la,guerrera! Al recordarlo, aveces llo
ro como un niño.
El zapatero.—Pues no te digo nada.,.
¡Yo! En Cartagena me batí como un hé
roe, cuando los cantonales. No tengo
cruces, pero tengo una cicatriz en este
muslo que vale por todas las cruces.
El mendigo.—No presumas de cica
trices estando yo a tu vera. Mira
/, orgulloso, enfático, se desabrocha
la mugrienta camisa, y enseña un costa
do lleno de mugre, donde hay una enor-
vento. Un tiro en el vientre. ... ¡Una bi'
coca! ¡Presume!
El zatateeo.—Y tengo por qué. Y n®
hables de sacrificios ni de valentías, 1,1
te des tanta importancia conmigo. ¡E 5 '
tuviste a morir! ¡Vaya una cosa! Taro
bién estuve yo, y además perdí en uiP
batalla el manejo de la mano izquierds-
Un maldito cartucho que me reventó-
Así me veo de zapaterillo, pudiendo se
un gran zapatero de charol. ¡Presume)
hombre, presume!
El mendigo.—Tú sí que presume s ’