CASI ARTISTA
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preciso que a su casa viniesen sin rece
los sus parroquianas, las señoras princi
pales ....
Extendida estaba sobre las mesas del
obrador una canastilla de hijo de millo
nario—la más cara y completa que le ha
bían encargado a la costurera, un poema
de incrustaciones, realces y pliegues —
cuando se entró habitación adelante, en
tre las risas fisgonas de las oficialas, un
hombre de trazas equívocas. Venía fu
mando un pitillo, y, al preguntar por
«Dolores» y oír que no se podía hablar
con ella—lo cual era un modo de despe
dirle,—soltó a la vez un terno y la coli
lla ardiendo; el terno sólo produjo alar
ma en las chiquillas; la colilla chamuscó
el encaje Richelieu de una sábana de
cuna.
—¡Soy su marido!—gritó el intruso,—
y a cualquier hora mese figura que la po
dré ver....
No cabía réplica. Corrieron a avisa 1 "
a la maestra; se presentó temblona, y se
le llevó a un cuarto, allá dentro. No se
sabe lo que conversarían; acaso el Ver
derón confesase que se hallaba ya con
vencido de que también allá en el Nue
vo Continente tienen la absurda exigen
cia de que se trabaje, si se ha de ganar
la plata... Lo cierto es que se hizo nn
convenio: el Verderón comería a cuenta
de su mujer, y hasta bebería y fumaría,
comprometiéndose a respetar la labor de
ella, su negocio, su industria ya funda
da, su arte elegante. Y Frutos prometió.
Mas no era el holgazán del escaso nú
mero de los que cumplen lo pactado, y
su orgullo de varón y dueño tampoco se
avenía a quella dependencia, a aquel pa
pel accesorio... ¡Vamos, que él tenía de
recho a entrar y salir en su casa cuándo
y dónde se le antojase! ¡Bueno fuera
que por cuatro pingos de cuatro señora
das que venían allí se le privase de pa
sarse horas en el taller, requebrando a
las oficialitas! Y as'í lo hizo, a pesar del
enojo y las protestas de Dolores.
—¿Tienes celos, eh, salada?—pregun
tábale él, sarcástico.
—¡Celos!—repetía ella.—Si te gustan
las oficialas llévatelas a todas... pero
fuera de aquí, ¿entiendes...? A un sitio
en que tus diversiones no me estropeen
la labor ¡Eso no! Eso no te lo aguanto, y
te lo aviso...¡No me toca a mis encargos
un vago como tú!
Con la malicia de los borrachos, así
que Frutos comprendió que ahí le dolía
a su mujer, empezó a meterse con la ro
pa blanca. Escupía en el suelo, tiraba los
cigarros sin mirar, manoseaba las pren
das, se ponía las enaguas bromeando, se
probaba los camisones. Naturalmente,
cualquier desmán de las oficialas lo dis
culpaban achacándoselo al marido de la
señora maestra. Venían ya quejas de
clientes, recados agrios—el descrédito
que principia...—Un día «se perdieron»
unos ricos almohadones... Dolores ave
riguó que estaban empeñados por Fru
tos para beber.
Una tarde de exposición de equipo de
novia, anunciada hasta en periódicos, el
carpintero volvió a su casa chispo y ma
ligno. La madre de la novia, la novia y
parte de la familia examinaban el ajuar.
Entró el Verderón, y su boca hedionda,
de alcohólico, comenzó a disparar pullas
picantes, a glosar, en vocabulario de la
taberna, los pantalones y los corsés, las
prendas íntimas, florecidas de azahar. .,
Cuando las señoras hubieron escapado,
despavoridas e indignadas, exigiendo el
envío inmediato de su ropa y jurando no
volver más a tal casa y contárselo a las
amigas, Dolores, pálida, tranquila, se
plantó ante el esposo.
—Vuelve a hacer lo que hiciste hoy...
y sales de aquí y no entras nunca.
—¿Tú a mí?—rugió el borracho.—¿Tú
a mí? Ahora mismo voy a patear esas pa
yaserías que haces .... ¿Ves ? Las pateo
porque me da la gana.
Y agarrando a puñados las blancuras
vaporosas de tela diáfana, orladas de en
cajes preciosos, las echó al suelo, dan
zando encima con sus zapatos sucios. ..
Dolores se arrojó a él... La pacífica, la
mansa, la sufrida de tantos años se ha
bía vuelto leona Defendía su labor, de
fendía, no ya la corteza para comer, si
no el ideal de hermosura cifrado en la
obra. Sus manos arañaron, sus pies ma
gullaron, la vara de metrar puntilla fué
arma terrible... Apaleado, subyugado,
huyó Verderón a la antesala y abrió la
puerta para salvarse. Todavía allí Do"
lores le perseguía, y el borracho, trope
zando, rodó la escalera. La cabeza fué
a rebotar contra los últimos peldaños, de