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A. J. 11.—Concepción.—Oiga la única
respuesta que puedo dar á sus versos;
cada vez que una mujer lo engañe, sui
cídese ó suicidóla, pero no pierda su.
tiempo ni gaste esos centavitos del co
rreo.
Srta. C. L. B.—Santiago.
No me digas, mintiendo, que me quieres,
porque eso no lo creemos las mujeres...»
Señorita,usted me está plagiando. Sin
duda ha observado que soy cojo y
quiere imitarme en algo.
Sta. XX. Valdivia.— Le daremos res
puesta en el próximo número, pues aún
no hemos podido descifrar los arabescos
que nos envió.
Sta. R. N. Concepción.—¿Conque esa
opinión tiene usted de las mujeres? ¡Po
bres! ¡Y tan buenos que son! No obstante,
publicaré sus versos (después de corre
girlos un poco, según nos autoriza, y aun
que no nos dedicamos á este oficio) para
ver si le envían los padrinos.
Srta.N.N. Térmico.—No están malos,
pero estamos atiborrados de verso. En
víe usted prosa, que si es de esta misma
calidad y marca, le daremos el pase.
Shta. D. U. S. Santiago.—¡Qué ca
sualidad! lo mismo ha dicho Juan de
Dios Poza. Exactamente lo mismo. Creo
que si acaso habrá la diferencia de una
estrofa. Pero ¡qué picaro es ese Peza!
¡como la quiere copiar á usted!
W. R. B. Valdivia.—No tienen correc
ción posible, ni podemos dedicarnos á
eso.
S. Q. Y. Valparaíso.—¿Conque:
No tiene usted «consuelo en esta vida?»
¡Pobre! con esa herida
se debe suicidar cualquier cristiano;
y más cuando se ha escrito
un plagio tan bonito,
en que se agarra el cielo con la mano.
X. Y. Z. Temaco.—¿Dice que es usted
sonetista? ¿que tiene una gran colec
ción de sonetos? ¿que me los enviaría to
dos? ¿que me remite dos de muestra?
Yo á usted, le llamaría, caballero,
más bien que sonetista, sonktkko,
pues juzgo por la muestra (dos bolones)
es decir, ¿los sonetos muy ramplones.
M. N. Talca.—No podemos publicar
sus ¿versos?