Letiíah
51
ORO VIEJO
FRAY MUÑEIRA
Era yo Hinchadlo, alegre como un
jilguero, travieso como una cabra; no
tenía otras ocupaciones que las de ha
cer con todo el cuidado y esmero po
sibles una plana, según el primoso arte
de Torio e Iturzaeta, y estudiarme de
memoria una lección al día. Después co
rría por el Parroto, al cual daban los
balcones de nuestra casa, escapábame
a veces al rugiente Orzan, y aun me
aventuraba en ocasiones a hacer excur
sión campestre con otros diabólicos chi-
cuelos a la fuente de Santa Margarita.
¡Qué novedad, qué alegría infundía
en mi ánimo aquel campo siempre ves
tido de verdor! ¡Qué asombro, qué in
tensa maravillosidad aquel mar inmen
so, aquellas innumerables manadas de
encrespados leones que incesantemente
se arrojaban con furia y majestad so
bre las negras rocas, cubriéndolas de
espuma blanca, leve, profusa y ligera,
tenue y graciosa como un velo nupcial.
Para un chiquillo criado en el terru
ño de Castilla la Vieja los dichos es
pectáculos habían de ser sorpren
dentes, y en efecto, nada había en Po
ruña que no fuese para mí motivo in
cesante de admiración; no se ven hoy
confundidos los recuerdos, sino bien
precisos, distintos y claros se conservan
en mi mente. Veo aquel lugar encan
tado en que hallábamos todos los días
una portentosa abundancia y una pas
mosa variedad de conchas y caracolas,
que en nosotros despertaron la afición a
la malacología; veo la poza en cuyo fon
do divisé al horrendo eefalóporo, al
repugnante pulpo; veo salir del puerto,
levantando a babor y a estribor montes
de espuma, al vaporcillo de ruedas que
diariamente salía para Ferrol. Todo lo
veo; las unas veces nacarina nebulosi
dad, las otras esplendorosa extensión
azul del cielo, el verde bronce del mar,
la riqueza de aquella grandiosa paleta
con que Dios iluminó de mil colores
la tierra y el mar de Galicia.
Conservo recuerdos de muchas per
sonas, de mis camaradas de travesuras,
valerosos maestros de natación; de una
graciosa niña, a la cual veia todas
las mañanas pasar por la calle de Ta
bernas con los libros en la maño, niña
que después logró palma y victoria en
las letras españolas, y, en fin, recuerdo
al negro Domingo, viejo, tartajoso, ino
fensivo, pero terror de los chicos, pues
era el coco oficial señalado por todas
las madres como amenaza de los deso
bedientes. ¡Pobre negro! Lleno de reu
ma, humillado, tímido, viviendo de la
pública caridad, vistiendo grotescamen
te una vieja bata verde y un gorro
colorado; pero el más firme, el más
querido de mis recuerdos después de
don Ildefonso, mi maestro, es el de fray
Muñeira.
Yo no recuerdo la Coruña de los
hombres, la del comercio, la de la na
vegación, la del exquisito y selecto tra
to social; yo sólo puedo presentar la
Coruña en que yo vivía, una Coruñaa
vista de niño.
Fray Muñeira era un exclaustrado;
vivía en el portalón de un caserón de