Full text: 1.1915=Nr. 1 (1915000101)

Letiíah 
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ORO VIEJO 
FRAY MUÑEIRA 
Era yo Hinchadlo, alegre como un 
jilguero, travieso como una cabra; no 
tenía otras ocupaciones que las de ha 
cer con todo el cuidado y esmero po 
sibles una plana, según el primoso arte 
de Torio e Iturzaeta, y estudiarme de 
memoria una lección al día. Después co 
rría por el Parroto, al cual daban los 
balcones de nuestra casa, escapábame 
a veces al rugiente Orzan, y aun me 
aventuraba en ocasiones a hacer excur 
sión campestre con otros diabólicos chi- 
cuelos a la fuente de Santa Margarita. 
¡Qué novedad, qué alegría infundía 
en mi ánimo aquel campo siempre ves 
tido de verdor! ¡Qué asombro, qué in 
tensa maravillosidad aquel mar inmen 
so, aquellas innumerables manadas de 
encrespados leones que incesantemente 
se arrojaban con furia y majestad so 
bre las negras rocas, cubriéndolas de 
espuma blanca, leve, profusa y ligera, 
tenue y graciosa como un velo nupcial. 
Para un chiquillo criado en el terru 
ño de Castilla la Vieja los dichos es 
pectáculos habían de ser sorpren 
dentes, y en efecto, nada había en Po 
ruña que no fuese para mí motivo in 
cesante de admiración; no se ven hoy 
confundidos los recuerdos, sino bien 
precisos, distintos y claros se conservan 
en mi mente. Veo aquel lugar encan 
tado en que hallábamos todos los días 
una portentosa abundancia y una pas 
mosa variedad de conchas y caracolas, 
que en nosotros despertaron la afición a 
la malacología; veo la poza en cuyo fon 
do divisé al horrendo eefalóporo, al 
repugnante pulpo; veo salir del puerto, 
levantando a babor y a estribor montes 
de espuma, al vaporcillo de ruedas que 
diariamente salía para Ferrol. Todo lo 
veo; las unas veces nacarina nebulosi 
dad, las otras esplendorosa extensión 
azul del cielo, el verde bronce del mar, 
la riqueza de aquella grandiosa paleta 
con que Dios iluminó de mil colores 
la tierra y el mar de Galicia. 
Conservo recuerdos de muchas per 
sonas, de mis camaradas de travesuras, 
valerosos maestros de natación; de una 
graciosa niña, a la cual veia todas 
las mañanas pasar por la calle de Ta 
bernas con los libros en la maño, niña 
que después logró palma y victoria en 
las letras españolas, y, en fin, recuerdo 
al negro Domingo, viejo, tartajoso, ino 
fensivo, pero terror de los chicos, pues 
era el coco oficial señalado por todas 
las madres como amenaza de los deso 
bedientes. ¡Pobre negro! Lleno de reu 
ma, humillado, tímido, viviendo de la 
pública caridad, vistiendo grotescamen 
te una vieja bata verde y un gorro 
colorado; pero el más firme, el más 
querido de mis recuerdos después de 
don Ildefonso, mi maestro, es el de fray 
Muñeira. 
Yo no recuerdo la Coruña de los 
hombres, la del comercio, la de la na 
vegación, la del exquisito y selecto tra 
to social; yo sólo puedo presentar la 
Coruña en que yo vivía, una Coruñaa 
vista de niño. 
Fray Muñeira era un exclaustrado; 
vivía en el portalón de un caserón de
	        
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