Full text: 1.1915=Nr. 1 (1915000101)

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Letras 
tadas por Guillermo el Conquistador, 
Carlomagno i Carlos Y—de donde data 
la grandeza i prosperidad injeutes del 
novísimo imperio, en todos los órdenes 
i categorías: intelectual, mercantil, eco 
nómica i financieramente. La Europa 
presencia desde entonces con asombro 
la vasta expansión de su comercio, el 
insuperable desarrollo de sus indus 
trias, el aumento incesante de su ma 
rina mercante i el dilatado movimiento 
de sus aduanas, sin descuidar su pode 
río militar. 
El método científico aplicado a la agri 
cultura, dió como resultado inmediato 
a la Alemania, un aumento positivo 
en el porcentaje por hectárea de tierra, 
mui superior al rendimiento conseguido 
por Francia, Inglaterra i Rusia, en un 
59, 73 i 83 por ciento de kilos en el 
trigo, la cebada, el centeno, la avena i 
otros productos de valer. I como con 
secuencia natural, la riqueza pública se 
elevó i aumentó en igual proporción: 
basta el grado de notarse con pasmo 
en el último lustro, un superávit de dos 
cientos diez mil millones de marcos so 
bre la de Inglaterra i de doscientos 
cuarenta mil millones sobre la de Fran 
cia. 
Estas opulencias agrícolas, lo mismo 
que el prodijioso crecimiento de sus 
industrias fabriles i su comercio exte 
rior, eran el resultado fecundo de la 
inteligente organización bancaria del 
imperio, que acordaba su ayuda eficien 
te i segura al pueblo honesto i traba 
jador. 
Su riqueza pública en los años de 
1912, 13 i 1914, había alcanzado a qui 
nientos veinte mil millones de francos, 
en tanto que la de la Gran Bretaña 
sólo se estimó en trescientos diez mil 
millones i la de Francia en doscientos 
ochenta mil millones. 
I en el concepto moral intelectual 
ofrecía idéntico espectáculo. Sus facul 
tades universitarias que sumaban el 
triple i quíntuple de todas las otras 
potencias de primer orden, llevaban la 
palabra e imprimían acción directriz a 
la mente i el espíritu humano. De esas 
cátedras de ciencias convertidas en fa 
ros de luz, se derramaban para el mun 
do las fórmulas postreras i finales de la 
civilización, que un divino ideal de per 
fección jestara para los siglos veni 
deros. ♦ 
Lójico era pués que este imperio, el 
más joven, el más vigoroso, de la más 
pura moral en la vida privada i públi 
ca—que empezaba a ocupar por su sa 
biduría el puesto culminante en la hu 
manidad—despertara celos, inquina o 
envidia entre naciones envejecidas i 
caducas. 
Ante la inminencia de quedar rele 
gados a segundo térmido o, a ser sa 
télites, después de haber sido astros de 
primera magnitud; ante el convenci 
miento de que no les basta haber gas 
tado los años hábiles en acumular el 
becerro de oro, arrancado al sudor i la 
sangre de seres desventurados someti 
dos a la coyunda de la esclavitud—que 
no será jamás el único ideal de los 
pueblos, para seguir ejerciendo la se 
cular hejemonía mundial—resuelven ju 
gar a los dados sobre la suerte de la 
moderna Alemania, comprometiendo sus 
propios destinos. 
Mas como no se consideraron bastan 
te fuertes para arrojar el reto de na 
ción a nación, han empleado dos déca 
das en buscar alianzas; i únicamente 
cuando se hubo conseguido el concur 
so armado de la raza amarilla, del co 
saco i el africano—es decir la ayuda 
de los bárbaros contra la nacionalidad 
más culta de la tierra—se atrevió a 
proceder. 
El guante ha sido recojido por Gui 
llermo II, el mismo príncipe que reci 
biera la heredad suprema de los esfor 
zados fundadores del más glorioso im 
perio conocido en la Historia; i ha jus 
tificado ser merecedor de la ilimitada 
confianza que el valeroso pueblo ale 
mán tiene depositado en sus manos, 
por el patriotismo, talento i condi 
ciones de superioridad personal, que 
lleva desplegados en este duelo mortal.
	        
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