8
Letras
tadas por Guillermo el Conquistador,
Carlomagno i Carlos Y—de donde data
la grandeza i prosperidad injeutes del
novísimo imperio, en todos los órdenes
i categorías: intelectual, mercantil, eco
nómica i financieramente. La Europa
presencia desde entonces con asombro
la vasta expansión de su comercio, el
insuperable desarrollo de sus indus
trias, el aumento incesante de su ma
rina mercante i el dilatado movimiento
de sus aduanas, sin descuidar su pode
río militar.
El método científico aplicado a la agri
cultura, dió como resultado inmediato
a la Alemania, un aumento positivo
en el porcentaje por hectárea de tierra,
mui superior al rendimiento conseguido
por Francia, Inglaterra i Rusia, en un
59, 73 i 83 por ciento de kilos en el
trigo, la cebada, el centeno, la avena i
otros productos de valer. I como con
secuencia natural, la riqueza pública se
elevó i aumentó en igual proporción:
basta el grado de notarse con pasmo
en el último lustro, un superávit de dos
cientos diez mil millones de marcos so
bre la de Inglaterra i de doscientos
cuarenta mil millones sobre la de Fran
cia.
Estas opulencias agrícolas, lo mismo
que el prodijioso crecimiento de sus
industrias fabriles i su comercio exte
rior, eran el resultado fecundo de la
inteligente organización bancaria del
imperio, que acordaba su ayuda eficien
te i segura al pueblo honesto i traba
jador.
Su riqueza pública en los años de
1912, 13 i 1914, había alcanzado a qui
nientos veinte mil millones de francos,
en tanto que la de la Gran Bretaña
sólo se estimó en trescientos diez mil
millones i la de Francia en doscientos
ochenta mil millones.
I en el concepto moral intelectual
ofrecía idéntico espectáculo. Sus facul
tades universitarias que sumaban el
triple i quíntuple de todas las otras
potencias de primer orden, llevaban la
palabra e imprimían acción directriz a
la mente i el espíritu humano. De esas
cátedras de ciencias convertidas en fa
ros de luz, se derramaban para el mun
do las fórmulas postreras i finales de la
civilización, que un divino ideal de per
fección jestara para los siglos veni
deros. ♦
Lójico era pués que este imperio, el
más joven, el más vigoroso, de la más
pura moral en la vida privada i públi
ca—que empezaba a ocupar por su sa
biduría el puesto culminante en la hu
manidad—despertara celos, inquina o
envidia entre naciones envejecidas i
caducas.
Ante la inminencia de quedar rele
gados a segundo térmido o, a ser sa
télites, después de haber sido astros de
primera magnitud; ante el convenci
miento de que no les basta haber gas
tado los años hábiles en acumular el
becerro de oro, arrancado al sudor i la
sangre de seres desventurados someti
dos a la coyunda de la esclavitud—que
no será jamás el único ideal de los
pueblos, para seguir ejerciendo la se
cular hejemonía mundial—resuelven ju
gar a los dados sobre la suerte de la
moderna Alemania, comprometiendo sus
propios destinos.
Mas como no se consideraron bastan
te fuertes para arrojar el reto de na
ción a nación, han empleado dos déca
das en buscar alianzas; i únicamente
cuando se hubo conseguido el concur
so armado de la raza amarilla, del co
saco i el africano—es decir la ayuda
de los bárbaros contra la nacionalidad
más culta de la tierra—se atrevió a
proceder.
El guante ha sido recojido por Gui
llermo II, el mismo príncipe que reci
biera la heredad suprema de los esfor
zados fundadores del más glorioso im
perio conocido en la Historia; i ha jus
tificado ser merecedor de la ilimitada
confianza que el valeroso pueblo ale
mán tiene depositado en sus manos,
por el patriotismo, talento i condi
ciones de superioridad personal, que
lleva desplegados en este duelo mortal.