Letras
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OltllfACIÍ Di LAS CATLIIMS DI FILOSOFIA
La convicción es el principio incon
testable de las formas activas. Ningún
estado de conciencia puede resolverse en
actos sin tener por verdaderos sus con
tenidos. La falta de creencias es el
resultado no del análisis que descubre
la verdad sino del criticismo que erige
en dogma la duda. La crítica si bien
abunda en juicios, nunca ahonda el
estudio de una proposición; considera
determinados aspectos y teje, así, ella
misma la red sutil de un engaño de
la que no se siente substraído quien
cree en este depurativo ilusorio del
pensamiento, que siembra la obscuridad
y cierra, por tanto, los caminos al im
pulso y a la aspiración.
Nada ha sido más estéril para el
pensamiento que la metafísica, nada
más fecundo para los ideales que la
ciencia. Las nociones inabarcables de
espacio y tiempo fueron siempre temas
predilectos de los retóricos. Los filó
sofos de nombradla hicieron gala de
agudeza y penetración para definir
las; pero estamos bien seguros de
no saber lo que son fuera del con
cepto de cantidad con que los utiliza
la matemática. «Confieso a Vd. que no
conozco libro alguno, en el mundo, cu
ya lectura me haya costado tanto es
fuerzo», escribía el profesor Grave a
Kant después de leer sus manuscritos
de la Crítica a la Razón Pura. La Me
tafísica, que no tiene por base la ex
periencia, parece destinada a ser la
contradicción de lo físico o estar en
pugna con la verdad cuya conquista
ennoblece nuestras vanidades. Su len
guaje confuso obscuro, porque pretende
ocuparse de un conocimiento que no está
en las cosas, única evidencia, consigue
Para «Letras»
siempre producir ese estado de duda tan
cruel para los espíritus sinceros, al entre
garlo alexcepticismo;tan entretenido pa
ra los espíritus paradojales porque nutre
su cinismo; tan acariciador para los
temperamentos soñadores cuya insacia
ble libertad no encuentra fuero en nin
guna ley.
La filosofía alemana de los últimos
años divorciada de la ciencia y, por
tanto, esencialmente individualista, es
la crisis más desconcertadora de la
moral humana; se ha levantado, de es
ta suerte, un personalismo anacrónico
que, triunfando fácilmente en todas las
conciencias, ha traído la guerra que
lamentamos. En ninguna de las civili
zaciones actuales, la metafísica ha divi
dido más y construido más sistemas de
interpretación. Sin ideas generales y
comunes capaces de formar una con
vicción más universal que la circuns
cripta de cada ciencia, en la nación se
impuso la de fuerza que es primitiva
y oligárquica. El emperador ha repe
tido con tal insistencia en sus procla
mas la aspiración al predominio uni
versal mediante el ejército y la ayuda
divina, y los 60 millones de súbditos
la acatan con tanta fé, que solo eso
acusa una incurable crisis de las ideas
generales, el retroceso a las épocas fa
raónicas y la causa verdadera del co
losal cataclismo que no tiene justifica
ción en un siglo razonante. Alemania
ha tenido cien filósofos en el siglo XIX.
Pero todos han sido críticos, negativis
tas, disolventes; han destruido el pen
samiento general nuevo nacido en las
ciencias; por eso fué fácil a una casta
mediocre desplegar la bandera de un
ideal bárbaro para una acción conjun-