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abismo que a sus pies se abre, tiene mie
do, tiemblan las carnes bajo el agua,
y mientras vuélvese ansiosa la mira
da hacia la choza que se esconde en
la espesura, el pensamiento salvaje se
pregunta para qué puede servir un ár
bol desprovisto de frutos y de hojas.
Ahora ya el negro tiende sus brazos
suplicantes hacia el rayo de civilización
que le contempla.
Una lijera embarcación, zarpa veloz,
con el fin de rescatar la riqueza per
dida, y tan fija se halla la atención
del oficial, sobre la maniobra que se
ejecuta, que no se ha dado cuenta de
que manera el negro ha ido cortando
distancias, hasta llegar al ansiado mo
mento de encontrarse junto al costado
del mismo barco; pero en el critico
instante, en que los rendidos brazos se
levantan para asir la redentora escala,
el oficial lo observa; la más profunda
•ira dibujase en su rostro; como una
fiera airada revuélvese en el puente, y
escupiendo sobre el negro, los más ba
jos insultos, le muestra con un signo
imperioso de su brazo, la dirección
que debe seguir para recuperar las
maderas que a él le fueron confiadas.
Un hombre blanco, es siempre algo
superior, pero un hombre que además
de ser blanco, es el amo y señor de
aquel májico palacio, que con toda la
enormidad de su grandeza se sostiene
soberbio sobre el agua, es más pode
roso que los dioses; así el negro lo
piensa, suelta la escala a la que como
un náufrago estaba asido, y limitase a
dar obediencia dejándose humilde arras
trar por la corriente.
Ya no es bocanada de viento mecien
do las ramas; es formidable hura-
can que silba, brama amenaza, sacude
la espesura, troncha el árbol arran
ca las raíces y tornando desde la
misteriosa selva al oceano, elevase
a las nubes, que hechas mares, se preci
pitan en catarata sobre abismos insonda
bles, de color de plomo, mientras el espa
cio en cintas de color celeste, por
todas paites con chasquidos estridentes-
se va quebrando.
Ya la nave dejó la accidentada costa.
En sus bodegas y sobre un charco de
agua que asemeja sangre reposan los
troncos de madera.
Ninguno se ha perdido, solo el ne
gro salvaje es el que falta. El ha pre
ferido el regazo solemne del océano.
El ha preferido mezclarse, confundirse,,
ser un átomo en medio de aquella na
turaleza como él salvaje, a sufrir el
vergonzoso castigo del rayo de civili
zación, que vino un instante a visitarlos.,
José Saeafranca