Full text: 1.1915=Nr. 2 (1915000102)

Letras 
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abismo que a sus pies se abre, tiene mie 
do, tiemblan las carnes bajo el agua, 
y mientras vuélvese ansiosa la mira 
da hacia la choza que se esconde en 
la espesura, el pensamiento salvaje se 
pregunta para qué puede servir un ár 
bol desprovisto de frutos y de hojas. 
Ahora ya el negro tiende sus brazos 
suplicantes hacia el rayo de civilización 
que le contempla. 
Una lijera embarcación, zarpa veloz, 
con el fin de rescatar la riqueza per 
dida, y tan fija se halla la atención 
del oficial, sobre la maniobra que se 
ejecuta, que no se ha dado cuenta de 
que manera el negro ha ido cortando 
distancias, hasta llegar al ansiado mo 
mento de encontrarse junto al costado 
del mismo barco; pero en el critico 
instante, en que los rendidos brazos se 
levantan para asir la redentora escala, 
el oficial lo observa; la más profunda 
•ira dibujase en su rostro; como una 
fiera airada revuélvese en el puente, y 
escupiendo sobre el negro, los más ba 
jos insultos, le muestra con un signo 
imperioso de su brazo, la dirección 
que debe seguir para recuperar las 
maderas que a él le fueron confiadas. 
Un hombre blanco, es siempre algo 
superior, pero un hombre que además 
de ser blanco, es el amo y señor de 
aquel májico palacio, que con toda la 
enormidad de su grandeza se sostiene 
soberbio sobre el agua, es más pode 
roso que los dioses; así el negro lo 
piensa, suelta la escala a la que como 
un náufrago estaba asido, y limitase a 
dar obediencia dejándose humilde arras 
trar por la corriente. 
Ya no es bocanada de viento mecien 
do las ramas; es formidable hura- 
can que silba, brama amenaza, sacude 
la espesura, troncha el árbol arran 
ca las raíces y tornando desde la 
misteriosa selva al oceano, elevase 
a las nubes, que hechas mares, se preci 
pitan en catarata sobre abismos insonda 
bles, de color de plomo, mientras el espa 
cio en cintas de color celeste, por 
todas paites con chasquidos estridentes- 
se va quebrando. 
Ya la nave dejó la accidentada costa. 
En sus bodegas y sobre un charco de 
agua que asemeja sangre reposan los 
troncos de madera. 
Ninguno se ha perdido, solo el ne 
gro salvaje es el que falta. El ha pre 
ferido el regazo solemne del océano. 
El ha preferido mezclarse, confundirse,, 
ser un átomo en medio de aquella na 
turaleza como él salvaje, a sufrir el 
vergonzoso castigo del rayo de civili 
zación, que vino un instante a visitarlos., 
José Saeafranca
	        
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