Full text: 1.1915=Nr. 2 (1915000102)

LlíTüAS 
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cés a la rama primogénita de los Bor 
bolles y elevó a Luis Felipe. ¿Qué ex 
traños reflujos se operaron entonces en 
su ánimo? ¿Aguardaría el descendiente 
del Gran Corso, en su «Santa Helena 
moral», un llamado de Francia, la no 
ble nación entusiasta, inteligente y he 
roica hacia la cual volaba de continuo 
su espíritu? ¿Fué el desengaño dema 
siado cruel para esa alma joven y adus 
ta, tempranamente azotada por la fa 
talidad? Es lo cierto que, desde poco 
después arranca su exaltación y luego 
su fatiga, la postración desesperada 
que acrecentó su mal y le condujo al 
sueño inacabable. 
En 1831, su enfermedad, una tisis 
pulmonar, a lo que parece, se presen 
tó con graves caracteres. Los cuidados 
del médico Malfatti, fueron vanos. El 
facultativo, por lo demás, aconsejó un 
viaje a paises soleados, de cielo azul, 
de belleza serena, pero el gobierno 
austríaco impidió la partida y el pri 
sionero melancólico siguió en su jaula 
real, llena de pompas sarcásticas. 
Su salud siguió empeorando hasta 
hacerse visibles los progresos del mal. 
«Morir tan joven; decía el príncipe; mi 
nacimiento y mi muerte, he ahí los 
únicos recuerdos que dejaré». 
Poco tiempo después pidió con in 
sistencia qué fuera llamada su madre. 
Esta accedió al ruego conmovedor y 
trajo consigo una cuna que la ciudad 
de París la había regalado el día del 
nacimiento de su hijo. Viendo el artís 
tico mueble decía el enfermo a los que 
le rodeaban: «Dejadlo cerca de mí; esa 
cuna y mi lecho, he ahí los dos extre 
mos de mi vida. No hay entre este 
lecho que pronto será mi tumba, y esa 
cuna, nada más que mis veinte y un 
años, mi nombre y mis dolores». (Rela- 
de M. Fayot). 
El 22 de Julio de 1832, a las 4 y 
media de la tarde comenzó la agonía 
del príncipe. Conservando toda su ra 
zón, el rey de Roma monologaba, cla 
vada la ^vista a lo lejos, como hacia 
una visión ausente. De sus labios sa 
lieron estas palabras desarticuladas: 
«Si... sin gloria..., por la Francia 
.... oh! mi padre!» 
A las 5 de la tarde expiraba. Fran 
cisco II de Austria ordenó que se gra 
vara sobre la tumba de su nieto una 
inscripción que comenzaba con esta 
frase: «A la eterna memoria de José 
Carlos Francisco, duque de Reichstadt, 
hijo de Napoleón, emperador de los 
franceses, y de María Luisa, archidu- 
queza de Austria, nacido en París el 
20 de Marzo de 1811». 
Yo prefiero dice un historiador fran 
cés, el epitafio que el duque de Reichs 
tadt preparó para su tumba algunos 
instantes antes de morir: 
Aquí yace el hijo del gran Napoleón! 
Nació Iiey de Roma 
Murió coronel austríaco!! 
Un mes más tarde, Víctor Hugo, es 
cribía estos versos que glosaban la céle 
bre fiase «El destino es mío», de Napo 
león: 
Non, l’avenir n’est á personne! 
Sireí l’avenir est à Dieu! 
A chaqué fois que l’heure sonne, 
Tout ici has nous dit adieu. 
Enrique Boudisnave.
	        
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