Letkas
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LA VIDA DE NUESTRAS JÓVENES
.. »Voy a tratar de dar una idea de
la vida de nuestras jóvenes. Antes de
que nazcan, ya las leyes las han despoja
do. Ya se dá por supuesto que se las
proveerá de un hombre que se case con
ellas. El matrimonio es para ellas una
manera de ganarse el pan, como para
los jóvenes lo es el derecho o la mili
cia, Se las educan para este fin es
decir, mucho más para adquirir el di
ploma que da acceso a esta carrera
que para aprender a desempeñarla. Así
crecen, sin verdaderos conocimientos,
sin intereses serios llevando una exis-
cia desocupada, llena de vanos goces.
Se diría que los padres a consecuencia
de una debilidad que la compasión pro
duce, no se cansan nunca de procurar
les estos placeres negativos, ni son ca
paces de prepararlas para los graves
destinos que han de corresponderles.
Por lo menos lo pasarán bien y se di
vertirán mientras vivan eri casa de sus
padres. A menudo, en medio de todo
esto sobreviene una pena del corazón,
que se insinúa como se desliza un in
cendio en el bosque y del cual no se
apercibe uno con la brillante luz del
estío. Entonces, se encuentran frente a
este dilema: de un lado el partido que
se presenta y del otro la carencia abso
luta de recursos. La elección no es muy
difícil de hacer. El cordón de seda es
siempre mas honroso que la cuerda.
Se casan, y ¿ahora vamos a esperar
que las mejores de entre ellas desem
peñen un papel más noble que aquel,
para el cual los triunfos mundanos las
han preparado? No, lo que hacen, sola
mente, es sumirse en una noche deses
perada de obscuridad e insignificancia.
Hay un signo innegable de este fe
nómeno; en adelante no se vuelve a
saber más de estos seres, que otras
veces eran designados por el nombre de
«la hermosa fulana». Ni siquiera se las
reconoce cuando se apercibe su ajada
silueta,
Los matrimonios de conveniencia,
como se les llama, ofrecen más ga
rantía de dicha recíproca de lo que se
cree. No hay que despreciarlos.
El «amor femenino» es el que debe-
escoger. . . .
Entre todas las condiciones imagina
rias o reales que el hombre busca en
la mujer que escoge, solo olvida una
pequeña cosa bien insignificante, y este-
es su «amor».
Si, no obstante, se apercibe de que
falta esa cosita, piensa: eso ya vendrá.
Todos los hombres se creen Pygma-
liones y se imaginan que podrán ani
mar la estatua, cuando, por el contra
rio, lo que ha de llegar es el tiempo
en que necesariamente habrá que bajar
del pedestal.
El matrimonio no despierta el amor;
es preciso, por el contrario, haber lle
vado una gran provisión de él, para
que dure. Un hombre, aunque no sea
un marido tierno, puede ser un exce
lente marido. Puede desempeñar su
cometido con tanto ardor como con
ciencia. Sus deberes tienen límites de
terminados.
Una mujer, por el contrario, debe
ser tierna, si quiere ser buena esposa.
La vocación de esposa no tiene seme
jantes límites. Está compuesta de un
conjunto de detalles imprecisos, di
versos, sin nombre, invisibles como el
rocío y que solo toman significación
por las disposiciones de espíritu con
que se cumplen. En esto, en el amor,
está contenido el infinito. Sin el amor,
estos detalles se convierten en un yu
go, en un deber vulgar, que a cada
momento busca su límite.
Camila Collet