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Letras
tos, sino de un espíritu colectivo. Es
decir, que no debemos ignorar los prin
cipios de la Sociología, de la Psicología
colectiva, sin las cuales la historia
sería bien poco útil. El fatigoso pro
ceso de la formación de la nacionalidad,
interesa a la ciencia, mucho más que
la historia narrativa. La Geografía
«es de una influencia visible» en este
problema. Es necesario estudiar las
«causas telúricas», (Reclus), las causas
étnicas y las causas morales de la for
mación de la nacionalidad y eso no
puede hacerse sino conociendo la his
toria y estudiándola con el auxilio de
la Sociología.
DEL VALOR DE LOS PRECEPTOS
La «letra muerta» del precepto, como
la letra del dogma, tiene efímera in
fluencia en la moralidad de los hom
bres. Sentimientos e ideales vigorosos
son las palancas de los grandes hechos
humanos. Ellos no se adquieren con
preceptos, sino con algo que penetre
al fondo del alma para conmoverla y
que se imponga a la razón hasta me
recer su devoción más absoluta.
Llenar la cabeza, — como se dice
con una materialidad muy elocuente,—
de reglas y fórmulas, no es enseñar a
obrar ni a pensar. Tal alumno brillan
te de Lógica, que se sabe mil silogis
mos de memoria, es incapaz de colocar
en su puesto las premisas y la con
clusión si se las presentan desarticu
ladas. Es que no se aprenden con
reglas, sino con gimnasia los movi
mientos, así sean físicos, intelectuales
o morales. No pretendamos, pues ense
ñar moral con preceptos, porque nos
exponemos a realizar la hazaña de aquel
patán que, habiendo estudiado con su
ma atención un manual del arte de na
dar arrojóse al agua y se ahogó. Tra
temos de dar la sensación de belleza
que de sí sugieren las leyes morales;
mostremos las armonías de la vida in
dividual y colectiva; insistamos en los
principios morales sin los cuales nues
tras instituciones son máquinas sin mo
tor; cantemos a la victoria del hombre
sobre la materia y sobre sí mismo; ele
vemos un culto al esfuerzo de la volun
tad soberana y vencedora; despertemos
el decoro, el aprecio de si mismo y el
sentimiento de la responsabilidad, y
enseñemos, con perseverancia, esa bella
filosofía del optimismo, que es compa
ñera inseparable de todo lo que flota
como ideal, belleza, risa, amor, entu
siasmo, esperanza y deseo, sobre el es
tercolero de la vida,—que es abono ex
celente para que sobre él nazcan, colo
sales y policromas, las flores del en
sueño! ...
Ernesto León O’dena