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. LETRAS
posa Americana pueden contarse: M. Jusse-
rand, cuya esposa pertenece a la 'familia
Richards; el Conde Bernstroff, Embajador
de Alemania, cuya esposa llevaba de solte
ra el apellido Luckemeyer; el Ministro Lou-
don, de los Países Bajos, casado con Miss
Eustis; el Ministro Riano y Gayangos, de
España, casado con Miss Alicia Ward; el
Conde Moltke, Ministro de Dinamarca, ca
sado con Miss Thayer; el Ministro Have-
nith, de Bélgica, casado con Miss Foulke;
el Embajador Bakhmetoff, de Rusia, casa
do con Miss Beale; a éstos puede agre
garse el Visconde Chambrun, Attache Mi
litar de la Embajada Francesa, casado con
Miss Longwoeth; y el Encargado de Nego
cios Mirza Ali Kuli Khan, de Persia, cuya
esposa es Americana.
Cuando los calurosos días de verano lle
gan, la mayor parte de los diplomáticos van
los carraos
Desde el fondo de! mar subió buscando
la tremenda ilusión que la acosara,
hermosa como el sol, toda claveles;
triste, muy triste, pero blanca, blanca ...
Deslumbraba su faz. La cumbre altiva
rugía de emoción bajo su planta;
cantaron las alondras en el bosque,
discurrieron irónicas las dríadas,
tuvo celos la Tierra, y voluptuosos
atisbaron los sátiros con ansias
mientras, risueña y displicente, iba
pulsando su arco la implacable Diana.
La Ondina suspiró. Igual que el eco
de acorde suave o música lejana,
igual que el viento cuando sopla lúgubre
trayendo crudo invierno a la comarca,
igual que el son de cuerdas muy sensibles
que una mano diabólica pulsara,
igual que los rumores cuando tañen
en la cúpula a duelo las campanas,
igual fueron los ayes de su boca
tendiendo en curva colosal las alas.
Y el llanto resonó. Nunca otros ojos
virtieron con dolor mejores lágrimas
que al abismo corrieron despeñándose
más puras que el cristal. Hilos de plata
parecían más bien ¡ Rico torrente
de cuántas desventuras y esperanzas !
Secas quedaron sus divinas órbitas;
rígido el busto, parecía estatua
esculpida por mano prodigiosa
en el mármol mejor de la montaña.
La engalanaron gasas de neblina,
la perfumaron brisas de las faldas
y ablandaron su torvo desconsuelo
todos los silfos que en el aire vagan.
Levantó entonces la turbada frente,
mesó la cabellera fina y larga