Full text: 1.1915=Nr. 6 (1915000106)

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LETRAS 
de fiesta. Aquel «primer pedazo de cielo 
que vimos desde el umbral de nuestra casa » 
parece que ella llevara impreso como en 
una placa fotográfica, en la retina de su¡ 
espíritu. El cielo, los campos, las selvas, 
los horizontes paraguayos, contemplados a 
la luz de sus recuerdos, la llenan todavía 
de embeleso; y siente incurable nostalgia 
de aquella sociabilidad patriarcal, de cos 
tumbres tan sobrias y patrióticas, en que 
se formó y vivió, y en cuyo periodo todo 
el país era «un pueblo feliz en medio de 
un paraíso de la naturaleza». 
El último eco triste que le ha llegado de 
la patria ha sido la reciente muerte de su 
hermana la Señora Isidora Acosta de Arte- 
cona, y con cuya muerte se ha roto un 
eslabón más de la cadena de recuerdos y 
afectos que 1.a une a la tierra natal. De 
las que fueron sus amigas y contemporá 
neas muy pocas sobreviven todavía. 
Es germanista ultra, grande admiradora 
de la poderosa Alemania. Considera a los 
alemanes como los primeros soldados del 
mundo, porque están peleando, dice, con 
el patriotismo y la bravura del paraguayo, 
hace medio siglo. 
Todo su punto de comparación arranca 
del Paraguay pasado, el recuerdo de cuya 
grandeza lleva como cristalizado en el cere 
bro; y así, su orgullo patriótico, su altivez 
de paraguaya sufre una dolorosa conmoción 
cada vez que los diarios, en gruesos carac 
teres publican noticias con este encabeza 
miento fatídico: “Una revolución más en 
el Paraguay—El Paraguay chapotea en un 
charco de sangre ”, etc. En tales mo 
mentos su patriotismo se irrita y se su 
bleva contra la demagogia recalcitrante, em 
peñada en desacreditar y llenar de lodo a 
la civilización política paraguaya, y en dar 
motivos a que nos sean aplicables estos 
juicios depresivos de un escritor europeo, 
al estudiar las modalidades latino-ameri 
canas: «Viven en repúblicas de vaude- 
ville, donde no hay sino revoluciones en 
la mañana, toros en la tarde y un nuevo 
gobierno al día siguiente». 
Entre ■ los contemporáneos el paraguayo 
que merece su más sincera admiración es 
el aviador Teniente Silvio Pettirossi, cuyas 
hazañas aéreas que ha contemplado con 
delirio, a veces con espanto, colman su 
vanidad patriótica y le parecen «dignas de 
los paraguayos de antes». 
El motivo que originó la salida de Do 
ña Cándida del Paraguay daría tema su 
ficiente para un poema; pero nosotros só 
lo vamos a referirlo en sencilla prosa, uti 
lizando, al efecto, algunas páginas de unas 
memorias íntimas, escritas por el prota 
gonista, algún tiempo después de su en 
cuentro, asociando sus recuerdos a los de 
su señora madre, y en colaboración con ésta. 
Antes de seguir adelante conviene tener 
presente que cuando los acorazados bra 
sileros bombardearon la ciudad de Asun 
ción, a principios de 1869, el niño Adol 
fo, de 5 años de edad, hijo de Doña 
Cándida, se hallaba en el puerto abordo 
de uno de los buques de guerra paragua 
yos— siémpre con los fuegos encendidos—, 
llevado allí, a paseo, por el Capitán de 
Navio Romualdo Núñez, el valeroso com 
pañero del Teniente Andrés Herreros en 
la expedición a Matto - Qrosso. Con la 
aparición repentina de los buques brasi 
leros, el resto de la escuadrilla paraguaya, 
con el niño abordo de uno de los bu 
ques, se retiró precipitadamente hacia el 
Norte y la madre se transladó a Luque, 
junto con las demás familias que abandona 
ban, por orden suprema y en términos 
perentorios de algunas horas, la Asunción. 
Desde entonces empieza la separación y 
pérdida de su hijo Adolfo, con el cual no 
se volvió a encontrar sino tres años des : 
pués, en el Brasil. Cuando^ los buques 
paraguayos, para no caer a manos del 
enemigo, fueron quemados y echados a 
pique en el Yhagüy, Adolfo quedó en po 
der de un mozo de cámara, a cuyo cui 
dado fué encomendado, y el cual cum 
plió fielmente el encargo hasta caer pri 
sionero, después de la acción de Piribe 
buy. Allí comenzó la triste peregrinación 
del niño perdido, que desde el Yhagüy 
hasta Piribebuy y de Piribebuy hasta Pa 
nadero, siguió la ruta del ejército enemigo 
en operaciones, yendo a parar a la ciu 
dad de Pelotas, en Río Grande del Sud. 
De esa odisea dan una pálida idea los 
párrafos que siguen, de una conmovedora 
elocuenncia, en su sencillez:
	        
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