LETRAS
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corría toda la materia de su cuerpo, se le
vantaba, y espumante la boca, se lanzaba
con furia brutal sobre una bacante para
caer aturdido por la consumación de la
voluptuosidad.
La choza del Rey era el mirto de Milita,
en cuya sombra resonaba constantemente
el rumor de repugnante orgía.
Bella entre todas, dominaba a todas laá
damas jóvenes con sus lúbricas danzas la
hija.del Rey, la princesa Urutaú. Su pecho
siempre consumido por un fuego secreto,
su alma arrebatada por un incendio, le ha
cían correr en las horas calladas de la no
che en pos de nuevos placeres.
A tres horas de caminar continuo hacia
donde nace el Sol se encontraba el pueblo
patriarcal de Tapaicuá, regido por rey so
berbio y fuerte.
Guerrero como su pueblo, afilaba su sil
bante flecha, y le daba una virtud formi
dable untándole el Kurará, veneno' que ocul
taba un sueño de muerte. Su hijo 1 Carau,
valiente luchador de la pantera rugidora,
fuerte como nadie, veloz como la silbante
flecha disparada por el robusto brazo de
su padre, de negra y honda pupila, vivía
intranquilo, vagando inquieto de sombra
en sombra en la selva secular de prolon
gados ecos, como impelido por un vago
misterio. El arrayan blanco y gigante mo
vido en sus ramas por un soplo del noto
producía un chirrido, una nota como un
quejido que resonaba en la sombra um
brosa; y el príncipe corría en pos de este
sonido moWbundo, buscando una palabra
de amor en el viento, en las auras, en el
céfiro, en cada hoja del árbol, hasta que
disipado el eco, melancólico y abatido, se
dejaba caer a la sombra del Cedrón Añoso.
Vano intento: el suspiro fugitivo pronto
iba a transformarse en la voz trágica de
un cataclismo!
En estos días, cuando resonaba el son de
besos, el rumor de la orgía en el festín
de Guaran; cuando un canto de guerra, un
alarido de combate dejó oir el pueblo de
Tapaicuá, en lucha entonces con una raza
de caníbales venidos del otro lado de un
monte que diseñaba su vago peristilo en el
horizonte, aparece de repente una figura
tétrica como un cadáver ambulante evocado
de las criptas profundas de un sarcófago,
un hombre de cuerpo descarnado, de rostro
demacrado, de expresión airada y siniestra,
de cabellos luengos y desordenados, de
torvo gesto, fulminando con acento espan
table un grito de maldición, y vaticinando
como iracunda Sibila la consumación de un
misterio terrible, de una temerosa justicia.
Era este el profeta Tamandaré.—«Oigo,
decía, un rumor como de mundo que se
desmorona. El rumor de la caverna de los
gigantes en que zumba el soplo de huracán,
no será nada, comparado con el trueno que
resonará a la puerta de la diva Luna.
Será ruido 1 de hundimiento, ruido de mu
chas aguas.
Ya oigo el rugido desesperado y agoni
zante de la fiera en la selva umbría; los
ayes, los lamentos, las palabras de dolor
llenan ya la inmensidad de los cielos.
Cuando tres Soles hubiesen pasado por
la extensión vacía del cielo, todo será llan
to y agonía. Un globo en chisporroteo’ ho
rrible cruzará el horizonte; y en la noche
obscura, cuando la tierra se extremezca de
espanto^ cuando las profundas grietas dejen
escapar sus fujitivas llamas y el empinado
mente se corone de negros crespones de
humo, meneados por todos los vientos, en
tonces esperad ¡ oh pueblo ! porque el fu
ror de los dioses se acercará 1 Inmensas
olas, altas como montes, turbias y berme
jas, obscuras y rojas como sangre líquida
cubrirán la tierra 1...»
Turbóse el pueblo, la muchedumbre de
guerreros se irritó, la bárbara gritería llenó
el espacio 1 , y cada varón armado de flecha
empinó su arco y arrancó una saeta de
su carcaj de cuero de venado para dispa
rarla contra el chivo Sol, el dios iracundo.
Al ruido del tumulto acuden Tapaicuá y
Caráu que reclaman el silencio, preguntan
do la causa de tanta algarabía; y todos les
señalan al hombre misterioso que perma
necía de pié y en silencio. Vuelve a ha
blar y dice;—Tus crímenes, oh tierra, son