Full text: 1.1915=Nr. 6 (1915000106)

LETRAS 
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corría toda la materia de su cuerpo, se le 
vantaba, y espumante la boca, se lanzaba 
con furia brutal sobre una bacante para 
caer aturdido por la consumación de la 
voluptuosidad. 
La choza del Rey era el mirto de Milita, 
en cuya sombra resonaba constantemente 
el rumor de repugnante orgía. 
Bella entre todas, dominaba a todas laá 
damas jóvenes con sus lúbricas danzas la 
hija.del Rey, la princesa Urutaú. Su pecho 
siempre consumido por un fuego secreto, 
su alma arrebatada por un incendio, le ha 
cían correr en las horas calladas de la no 
che en pos de nuevos placeres. 
A tres horas de caminar continuo hacia 
donde nace el Sol se encontraba el pueblo 
patriarcal de Tapaicuá, regido por rey so 
berbio y fuerte. 
Guerrero como su pueblo, afilaba su sil 
bante flecha, y le daba una virtud formi 
dable untándole el Kurará, veneno' que ocul 
taba un sueño de muerte. Su hijo 1 Carau, 
valiente luchador de la pantera rugidora, 
fuerte como nadie, veloz como la silbante 
flecha disparada por el robusto brazo de 
su padre, de negra y honda pupila, vivía 
intranquilo, vagando inquieto de sombra 
en sombra en la selva secular de prolon 
gados ecos, como impelido por un vago 
misterio. El arrayan blanco y gigante mo 
vido en sus ramas por un soplo del noto 
producía un chirrido, una nota como un 
quejido que resonaba en la sombra um 
brosa; y el príncipe corría en pos de este 
sonido moWbundo, buscando una palabra 
de amor en el viento, en las auras, en el 
céfiro, en cada hoja del árbol, hasta que 
disipado el eco, melancólico y abatido, se 
dejaba caer a la sombra del Cedrón Añoso. 
Vano intento: el suspiro fugitivo pronto 
iba a transformarse en la voz trágica de 
un cataclismo! 
En estos días, cuando resonaba el son de 
besos, el rumor de la orgía en el festín 
de Guaran; cuando un canto de guerra, un 
alarido de combate dejó oir el pueblo de 
Tapaicuá, en lucha entonces con una raza 
de caníbales venidos del otro lado de un 
monte que diseñaba su vago peristilo en el 
horizonte, aparece de repente una figura 
tétrica como un cadáver ambulante evocado 
de las criptas profundas de un sarcófago, 
un hombre de cuerpo descarnado, de rostro 
demacrado, de expresión airada y siniestra, 
de cabellos luengos y desordenados, de 
torvo gesto, fulminando con acento espan 
table un grito de maldición, y vaticinando 
como iracunda Sibila la consumación de un 
misterio terrible, de una temerosa justicia. 
Era este el profeta Tamandaré.—«Oigo, 
decía, un rumor como de mundo que se 
desmorona. El rumor de la caverna de los 
gigantes en que zumba el soplo de huracán, 
no será nada, comparado con el trueno que 
resonará a la puerta de la diva Luna. 
Será ruido 1 de hundimiento, ruido de mu 
chas aguas. 
Ya oigo el rugido desesperado y agoni 
zante de la fiera en la selva umbría; los 
ayes, los lamentos, las palabras de dolor 
llenan ya la inmensidad de los cielos. 
Cuando tres Soles hubiesen pasado por 
la extensión vacía del cielo, todo será llan 
to y agonía. Un globo en chisporroteo’ ho 
rrible cruzará el horizonte; y en la noche 
obscura, cuando la tierra se extremezca de 
espanto^ cuando las profundas grietas dejen 
escapar sus fujitivas llamas y el empinado 
mente se corone de negros crespones de 
humo, meneados por todos los vientos, en 
tonces esperad ¡ oh pueblo ! porque el fu 
ror de los dioses se acercará 1 Inmensas 
olas, altas como montes, turbias y berme 
jas, obscuras y rojas como sangre líquida 
cubrirán la tierra 1...» 
Turbóse el pueblo, la muchedumbre de 
guerreros se irritó, la bárbara gritería llenó 
el espacio 1 , y cada varón armado de flecha 
empinó su arco y arrancó una saeta de 
su carcaj de cuero de venado para dispa 
rarla contra el chivo Sol, el dios iracundo. 
Al ruido del tumulto acuden Tapaicuá y 
Caráu que reclaman el silencio, preguntan 
do la causa de tanta algarabía; y todos les 
señalan al hombre misterioso que perma 
necía de pié y en silencio. Vuelve a ha 
blar y dice;—Tus crímenes, oh tierra, son
	        
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