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LETRAS
su dinero, de su voto, de su pensamiento,
de su palabra, de su brazo».
Todas estas armas lian sido de parle de
Alberdi objeto de un estudio especial: sus
obras son como un gran arsenal donde se
hallan distribuidas, en admirable orden, las
armas de combate de la democracia. Lo
que hace falta es que el pueblo las conoz
ca, paira que 1 as use; y las use tal como
él lo enseñó, en la forma que ha de ase
gurar su bienestar.
«Un ciudadano que sabe ser libre, dice
Alberdi, tiene tanto que hacer como un
ministro. Todo este saber constituye una
ciencia y una educación: la educación en
la práctica del gobierno, la ciencia de la
libertad».
Que esta educación y esta ciencia des
ciendan al pueblo, influyan en sus acciones,
dirijan su vida. La América debía hacer
accesibles a todos sus hijos las enseñanzas
democráticas del gran pensador. No hay
un pueblo americano que no aprovecharía
de ello.
* * *
Hacer conocer a Alberdi es erigirle su
mejor monumento; porque a medida que
sea más conocido, resultará mas grande.
El Paraguay tiene con Alberdi una deu
da especial de gratitud. No hay un para
guayo que no sepa que Alberdi fué su de
fensor, cuando el rayo de la guerra aso
laba nuestra pa^-ia.
Esa defensa no fué un accidente aislado
de su vida de pensador, sino un trozo inse
parable de la gran construcción de sus
ideas. Los odios han pasado, deben pasar;
pero la verdad es eterna. Es por eso
que esos acentos que conmovieron a Amé
rica, durarán lo que no ha durado el
efímero sonido del clarín del vencedor.
Y cuando los últimos residuos de nues
tras viejas malquerencias sean barridos por
la marcha triunfal de la cultura, trocán
dose en el abrazo de los hermanos del
continente—por la solidaridad de los in
tereses económicos e internacionales — se
destacará en toda su grandeza aquel co
razón eminentemente americano'.
i.' « .• -•••
Fulgencio R, MORENO
Asunción, Agosto 20 de 1910.