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LÉTRAS
VI
Dime si todo es verdad, amor mío; di-
mc si esto es verdad. Cuando estos
ojos irradian sus relámpagos, las nubes
oscuras se arremolinan en tu pecho en
tempestuosa forma.
¿ Es verdad que mis labios son fra
gantes como el recien abierto- pimpollo del
amor consciente ?
¿ Se consumen en ini cuerpo, los recuer
dos de los pasados meses de Mayo ?
¿ Es verdad que la tierra, semajante a
una arpa, vibra musicalmente al roce de
mis pies ?
¿ Es verdad que las gotas de rodo caen
de los ojos de la noche cuando yo apa
rezco y que es dichosa la manana cuan
do con su ténue luz envuelve mi cuerpo ?
¿ Es verdad que tu amor solitario via
jó a través de las edades y de los mun
dos en mi busca ?
¿ Que, cuando por fin tú me encon
traste, ese deseo de toda tu vida halló re
poso en mis dulces palabras, en mis ojos,
en mis labios y en mi flotante cab-el.era í
¿ Es verdad, entonces, que el misterio
del Infinito está escrito en esta pequeña
frente mía ?
Dime, amado mío: ¿ es verdad todo
esto ?
Vil
Tomaré lo que me den tus bondadosas
manos; no pido otra cosa.
—Sí, sí, ya te conozco, humilde men
dicante, tú pides todo lo que uno tiene.
—Si hay para mí alguna flor extraviaba,
dámela que la llevaré en mi corazón.
—¿ Y si tuviese espinas ?
-—No importa, soportaré sus dolores.
—Sí, sí, ya te conozco, humilde men
dicante, tú pides todo lo que uno tiene.
—Si una sola vez tú levantaras tus ojos
hacia mi rostro, mi vida se llenaría de
dulzura, hasta más allá de la muerte.
—¿ Y si las miradas fuesen crueles dar
dos ?
—Las conservaría atravesadas en mi co
razón.
—Sí, sí, ya te conozco, humilde men
dicante, tú pides todo lo que uno tiene.
VIH
Arrojé la red al mar, muy de mañana.
Extraje del oscuro abismo cosas de
extraño aspecto y rara belleza: unas lu
cían como sonrisas, otras brillaban como
lágrimas y algunas se enrojecían como
las mejillas de una novia.
Cuando agobiado por la pisada carga
de mi cotidiana labor llegue a mi casa,
mi amada se hallaba sentada en el jar
dín, deshojando una f.or.
Miró mi carga y exclamó : ¡ Qué cosas
raras ! ¿ para qué sirven ?
Incliné mi cabeza avergonzado y pen
sativo.
«Con nadie me he balido para obtener
estas cosas, pensé; tampoco las he com
prado en el mercado: no son, por lo tan
to, dignas de ella ».
Y toda la noche estuve ocupado en
arrojarlas, una a úna por mi ventana, a
la calle.
Por la mañana llegaron los viajeros, las
recogieron y se las llevaron a sus le
janos países.
IX
No guardes para ti, amigo mío, el se
creto de tu corazón.
Dímelo- a mí, sólo a mí secretamente.
Tú que con tal suavidad sonríes, no te
mas ... dímelo quedamente, que te es
cuchará mi corazón, no mis oídos.
La noche es profunda, fa casa está si
lenciosa, el sueño ha amortajado los ni
dos de los pájaros.
Habíame a través de tus titubeantes lá
grimas, con sonrientes tartamudeos y en
tre dulces penas y dolores, dime el secre
to de tu corazón.