LETRAS
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do la túnica, manchada en todos los fan
gos de la tierra. ¿ Quién no la tiene cu
bierta de las gruesas gotas de la charca ?
¿ quién no ha ensuciado sus manos en la
sangre y en la mugre de las luchas de
la vida ? ¿ quién, por dentro, no es un
mendigo de paz y de perdón ?
«¿quién está cierto de no haber matado?*
según la expresión del cristiano y divino
cisne de Gutiérrez Nájera, el más grande
lírico de América ? Esperad al centinela'
perenne: el mago del suplicio invisible.
No impunemente tendréis jamás malos pen
samientos y proyectos siniestros. Ellas
también hieren el alma, como el puñal
asesino rasga la carne. También tienen
su peso en la balanza de la inexorable
justicia del mago del suplicio invisible,
porque no hay dramas más espantosos ni
más encantadores idilios que los que ti
espíritu forja en un momento de silencio
y soledad. ¿ Qué Shakespeare y qué Ra-
cine han nacidoi que puedan describir las
tragedias que en un instante inesperado
deslumbran y se apoderan de nuestras in
quietudes cuando- estábamos por dormir ?
Un mal pensamiento' es una daga que,
después de herir a un alma o a muchas
almas, vuelve contra nosotros su punta
envenenada. Las mismas leyes divinas
que nos purifican por el dolor físico nos
redimen también, y de modo más perdu
rable, por el tormento moral. Meditad.
«Cogen un día a Adoni - Bezec, y cúr
tanle las extremidades de pies y manos,
y confiesa él mismo que Dios hizo con
él lo que él con setenta reyes»... Hay
más. Achab reinaba en tiempos del pro
feta Elias. Era un rey malo. Naboth,
un pobre, un hijo de Dios, un elegido,
fué despojado de su viña. Pero llegó
un día en que Elias dijo a Achab: « Rey:
W has matado y poseído'; pero escucha
la palabra terrible del Señor. En el lu
gar donde los perros han lamido la saa-
gre de Naboith, lamerán también tu san
gre ». Muerto por un flechazo, los pe
rros lamieron la sangre de Achab. ¡ Ha
bía llegado' la hora del suplicio invisible !
Hay en el Hitopadeza una fábula de
liciosa, atribuida a un teólogo del Gan
ges llamado- Narayana. El Hitopadeza no
es más que una parte selecta dé los apó
logos del Pantchatandra. La Fontaine
se inspiró en él, indiscutiblemente, como
en Bidpai, según sus propias confesiones.
La fábula a que me refiero se titula El
Tirano, y está escrita con la divina gra
cia e ingenuidad de la tierra de los
brahmanes. Oídla: «Era un rey bárba
ro. Sus vasallos no podían ya tolerar
sus calamidades. Y pedían a Indra que
pronto le alejara del mundo.
«Al volver de una cacería, el rey, por
un cambio de conducta sorprendente, en
vió heraldos que publicaran este bando
en las plazas de la ciudad: Pueblo: mi
insensibilidad ha sido hasta ahora un
velo que me ha impedido ver el camino
que debía seguir durante mi reinado, y
mi crueldad me ha hecho hundir el pu
ñal en el pecho de los inocentes. Ale-
gráos; desde hoy me dedicaré a propor
cionaros toda clase de felicidades y a
haceros justicia fielmente como debo.
«Aquella proclama proporcionó a todo
el pueblo una alegría insuperable, los
súbditos gozaron de un reposo que hasta
entonces no habían conocido, y la justicia
fué tan exactamente observada, mientras
duró el gobierno de aquel rey, que lle
garon a verse corderos alimentándose de
la leche de las leonas, el halcón y la
perdiz en el mismo nido y el ganso vo
lando en compañía del águila.
« Ese cambio pareció más admirable por
que se ignoraba la causa que lo había
producido. Un favorito del rey, en cier
to día, le suplicó le permitiese preguntar
le el motivo de aquella mudanza tan sor
prendente.
«—He aquí la razón — le dijo.—En la
última cacería a que asistí, estando- per
siguiendo a una liebre, vi un perro que
se equivocó y siguió l,a pista de una zo
rra. Cogió a la zorra de una pierna, y
se la rompió: la zorra pudo escaparse y
se escondió en un agujero. El perro la
abandonó entonces, y corrió a buscar la
liebre; pero- un transeunte que vió al pe
rro atravesando su camino, le arrojó una
piedra que le rompió una pata... Poco