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LETRAS
si mañana piensa distinto; y andando.
«Ha idea sola del disimulo me indigna»,
asegura en los Recuerdos de Provincia.
Pero no se crea que este ímpetu de es
critor, esta sinceridad literaria colide en
Sarmiento con e! oportunismo polínico. Mo
colide. Así, por ejemplo, cuando en 1840,
pobre, desvalido, emigra por segunda vez
a Chile, buscando vivir de lo único que
posee: la pluma, se aboca con los libe
rales de Santiago, vencidos. Es‘os le ofre
cen una plaza de redactor en un órgano
de oposición. Sarmiento exige ocho días
para reflexionar. Entretanto se entiende
con los gobernantes conservadores y em
pieza a servirlos en la prensa contra los
liberales. De entonces da'an sus relaciones
con don Manuel Montt, el estadista con
servador, que lo acogió con benevolencia,
lo protegió con largueza y supo estimar
lo en lo mucho que Sarmiento valía. La
grave figura de Montt, el emigrado la
abocetará más tarde, en los Recuerdos de
Provincia.
Rebosante de salud y con exceso de san
gre, de vida, Sarmiento, hombre de pasio
nes sueltas, fué contradictorio, excesivo,
fuerte, vital.
Mentiroso a veces, por exagerado, afir
ma en sus Recuerdos que aprendió el
francés en cuarenta días, con un soldado
de Napoleón, «que no sabía castellano y
no conocía la Gramática de su idioma».
«Al mes y once días — agrega — al
mes y once días de principiado el soli
tario aprendizaje había traducido doce vo
lúmenes».
En cuanto al inglés, asegura que lo es
tudió en Valparaíso, en 1833, mientras ser
vía como dependiente en un comercio ■< y
ganaba una onza mensual». Lo aprendió
«después de mes y medio de lecciones».
Y no se crea que su aptitud 1 para las
lenguas lo convirtiese en fenómeno. Por
que, « catorce años — confiesa luego en el
mismo libro — he puesto; después en
aprender a pronunciar el francés, que no
he hablado hasta 1846, después de haber
llegado a Francia».
Naturaleza de extremos, Sarmiento pero
ra, escribe, habla con exageración. Ese
entusiasmo, ese exceso de vitalidad, esa
fuerza que no mide su empleo constituyen
a Sarmiento, como a todo el que posea se
mejante stock de potencia, en fogoso ener
gético.
«Las cosas hay que hacerlas, aunque
salgan mal», exclamó una vez;-y ponien
do por obra su apotegma, siempre es
cribió, cuando tuvo que escribir, aunque
del árbol brotasen más bien hojas que
frutas o sólo frutas pintonas. Por eso
escribió tanto. Por eso en las obras de
este polígrafo exis'en tantas páginas efí
meras, tantas páginas de periódico. Por
eso tan gallardo prosador cae a veces
en lo cursi: «antes de tomar : ervk'i'o,
penetra .tierra adentro a visitar a su fa
milia, a su padre, político, y sabe con
sentimiento que su cara mitad ha fa
llecido».
Sus contradicciones ideológicas son de
mucha cuenta ¿ no resulta este escritor
positivista, cuando menos se'pleqsa, provi-
dencialista anacrónico ? «Algo debe ha
ber de predestinado en este hombre», ex
clama de un jefe argentino; y de Facun
do: «la destrucción de todo esto le es
taba encomendada de lo- Alto...» y otra
vez: «la Providencia realiza las grandes
cosas por medios insignificantes e inad
vertidos». Y otra vez: «no se vaya a
creer que Rosas no ha conseguido hacer
progresar a la república que despedaza,
no; es un grande y poderoso instrumento
de la Providencia que realiza todo lo que
al porvenir de la patria interesa». «Este
suceso, que me ponía en la imposibilidad
de volver a mi patria, por siempre, si Dios
no dispusiese las cosas humanas de otro
modo que lo que los hombres lo de
sean ...»
Así este hombre que parece un sociólo
go de la pampa, un Buckle del desierto,
un Taine de Gauchópolis, un hombro de
ciencia, un positivista, concluye por 'pen
sar como De Maistre y escribir como
Bossuet.
Andandoi el tiempo, ya en su vejez que
rrá seguir las huellas de Spencer; pero