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LETRAS
ba muy a menudo su editorial a las ga
cetas, como un simple cagatinta.
Obedecían ambos al afán de redimir por
el pensamiento. ¡ Varones apostólicos !
* * *
Sarmiento declara, sin tapujos femeniles
y ridículos, que le faltó una cultura fun
damental desde el principio de su carrera,
«Si me hubiese preguntado' a mí mismo
entonces (1840-1841) si sabía aligo de po
lítica, de literatura, de economía y de crí
tica, habría respondido francamente que
no». Aunque, en rigor, lo que Sarmien
to confiesa no es el ser ignorante, sino el
haberlo^ sido.
Pero aunque no dispusiésemos de esta
sincera confesión de los Recuerdos, tam
poco nos llamaríamos a engaño. El más
superficial espíritu de comprensión basta
ría para orientarnos.
En una reciente biografía de cuarenta y
ocho lincas, leo: «Nació en San Juan el
15 de Febrero de 1811. Aprendió prime
ras letras en la Escuela de la patria; en
1821 no consiguió una beca para el Se
minario de Loreto, de Córdoba; circuns
tancias adversas impidiéronte con i.iuar sus
estudios... En 1826 se dedicó a ense
ñar ». Lo que vate decir, recordando al
clásico': «Deja Fray Gerundio los estu
dios y se mete a predicador».
Sarmiento, como Fray Gerundio, aban
dona los estudios para endocírinar a los
demás. Toda su vida hará lo mismo.
Pero, en resumen, ¿ fué ignorante Sar
miento ? No; todo lo contrario: supo de
masiadas cosas, como buen periodista. Pe
ro a menudo aprendió a la carrera y mal,
Su talento suplía las deficiencias y relle
naba los vacíos con suposiciones, a veces
felices. Tipo del criollo bien dotado, asi
milador y brillante, su saber fué la ciencia
del hispano-americano durante casi todo
el siglo XIX: superficial, de relumbrón,
ciencia que se asimila a maravilla la cul
tura extranjera, sin crear una original cul
tura propia.
Sarmiento comprende, desde temprano,
que español sólo, por único vehículo in
telectual, no basta a su hambre de saber
y a su curiosidad de espíritu. Y se pu
so a aprender lenguas.
Bien o mal estudia, no sólo francés pa
ra leer, sino algo de inglés. Con seme
jantes instrumentos de cultura en la ma
no empieza a abrirse camino y a apacen
tar su espíritu en fértiles lecturas. Lo va
descubriendo todo con ingenuos ojos de
niño; todo lo revela y lo comenta como
si él solo estuviese en autos. Es verdad
que discurría ante un público de animales:
gauches cerriles, auraucanois de guayuco
en el cerebro, bachilleres intonsos, ahitos
de latín y de estupidez: la Argentina de
la época, el Chile de ese tiempo, nuestra
América pintoresca que no lia hecho hasta
entonces, en letras, sino dormir la siesta
y aprender demagogia o teología.
Cuando va a los Estados Unidos, lee,
si ya no lo conoce, a Tocqueville y a
los políticos y pedagogos ang’o americanos.
Se vuelve un yancófilo entusiasta.
Los Estados Unidos fueron hasta la pri
mera guerra de México un pueblo sin
ambiciones militaristas ni imperialistas, el
modelo y el hogar de la libertad civil.
Toda la América del Sur los admiraba
con el mismo fuego con que hoy los de
testa por sus elecciones fraudulentas, por
sus trusts, por su Tammany Hall, por su
liviandad en las costumbres femeninas, por
la mala fe de su comercio, por su ridículo
y palabrero coronel Roosevelt, por su di
plomacia en mangas de camisa, por sus
profesores de Universidad que escriben 'so
bre cosas de Hispano-América con supi
na ignorancia, por su voladura del Mainc,
por su secesión de Panamá, por su cap
tación de las finanzas de Honduras, por
su adueñamiento de las Aduanas de 'San
to Domingo, por la sangre que vertieron
y la independencia que anularon en Ni
caragua, por las revoluciones que fomen
tan en Méjico y su desembarco en Vc-
racruz, por su reclamación de 81.5O0.OCO
bolívares a Venezuela, cuando en reali
dad no se les debía sino 2.182.253, que
les reconoció un árbitro extranjero, por
su reclamación Alsop a Chile, por su mal
encubiertas miras sobre las islas Galápa
gos del Ecuador y las islas Chinchas del
Perú, por su afirmación diaria de que las