LETRAS
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Es necesario llegjr hasta Francisco Gar
cía Calderón, orgullo del pensamiento ame
ricano, hombre de los que abren vías, de
los que no nació para seguir, sino para
que lo siguiesen, si se desea encontrar, en
punto a historia, nuevas orientaciones en
la mentalidad peruana.
Y los historiadores no se presentan co
mo excepción.
Cultivadores del espíritu en otros ór
denes de actividad, dejarán asimismo trazas
de conscrvantismo y de transigencia ba
juna con los amos de ayer.
En ninguna parte la literatura autócto
na de América, el criollismo, el america
nismo, tuvo hasta hace poco menos adep
tos. Sucedió a menudo, eso sí, que aun
los imitadores más imitadores, en momen
to de abandono y descuido, anduvieron,
no sobre nubes exóticas, sino sobre el
suelo de la patria. Y sus plantas, de
aquel descuido, salieron perfumadas con
las flores de nuestros campos. Pero ge
neralmente no conocieron más flores sino
las de papel, gala de jardines retóricos.
Esta Impersonalidad, este no ser lite
rario, este vivir de préstamo, estos senti
mientos de sombra, estas ideas reflejas,
esta ceguera a lo circundante, esta sordera
para oirnos a nosotros mismos y este ri
dículo remedo literaturesco de la Europa,
no es pecado exclusivo del Perú, sino de
la América íntegra. Pero en otras par
tes hubo más independencia y más conatos
de literatura vernácula. La mayor parte
de los autores peruanos se pasó la vida,
como expresa Ventura García Calderón,
«imitando a los mismos maestros (extran
jeros) con servilismo».
Si no fueron exclusivos del Perú lo si
miesco, la descaracterización literaria ob
sérvase allí que hasta algunos producto
res de obra americana lo hacen a pesar
lascivia, la carencia de escrúpulos, parecen patrimonio
suyo. Los negros de Colombia no fueron excepción. Al
contrario: en una época revuelta, con trece «años de cam
pamento a las espaldas, y en país ajeno, país al que en
su barbarie consideraban tal vez como pueblo conquis
tado, no tuvieron a veces más freno ni correctivo sino
el de las cuatro onzas de plomo que a menudo castiga
ban desmanes y fechorías. Una de aquellas diabluras
cometidas en los suburbios de Lima por estos negros del
Caribe fue la violación, un día, o una noche, de ciertas
pobres y honestas mujeres. De ese pecado mortal des
ciende Ricardo Palma.
suyo, sin proponérselo o proponiéndose lo
contrario. Ejemplo: Ricardo Palma, au
tor de las deliciosas Tradiciones peruanas,
que hizo obra nacional cuando intentó ha
cer obra extranjera y celebrar la domi
nación europea, en estilo y con chistéis a la
española.
En las Tradiciones, las menos son las
consagradas a héroes y heroicidades ex
clusivos de América; y no fallan para és
tos, aquí y allá, arañazos de lego de
convento, que se come las uñas, y no
araña más porque no puede. En cam
bio, ¡qué entusiasmo cuando se trata de
frailes y virreyes de la colonia! Es autor
de aquellos a quien no falta la lista de
condes y marqueses del Perú.
La obra de Palma, es americana, mal-
gré lui. Toída su vida se la paso imi-
tanjdo en versos, no ramplones, sino gro
tescos, a Zorrilla, Bécquer, etc., y en
suelta prosa a los Isla, Fe:jóo, cien más,
sin olvidar a Quevedo para los chistes.
No posee, sin embargo, el monopolio
de parodiar lo ajeno. Todos hacían otro
tanto. «No se copiaban — dice Ventura
Garda Calderón, — no se copiaban úni
camente los metros y los moldes, sino
eran imitados los sentimientos ». « La emo
ción fué pocas veces sincera, postiza la he
rejía y al leerlos sólo notamos el enfas.s».
En general no hubo en Perú, ni menos
en Lima, hasta Chocano, un poeta épico.
Todos son líricos sin unción, de senti
mientos de préstamo. Y abunda la poe
sía, no satírica porque la sátira significa
pasión, sino burlesca..
Un rimador, Felipe Pardo, cierra en ma
los versos anfibológicos contra la libertad
nada menos:
La libertad estéril y quimérica
que agosta en flor la juventud de América.
Grito de caballero antañón, mal habi-
Así explica mi amigo del Perú el odio de Ricardo Pal
ma a la memoria de Bolívar y de sus tropas.
Don Ricardo lia olvidado, hasta ahora, incluir entre sus
Tradiciones peruanas esta amarga tradición de familia.
No podemos echárselo en cara.
Me alegro que el viejo mulato de I.ima pueda leer antes
de morirse esta breve nota. Se la debía. No tanto para
vindicar la memoria de Bolívy como para corresponder
a las anotaciones que él puso, según parece, al margen
de alguna obra mía en la Biblioteca Nacional del Perú.
Donde las dan las toman, seor feolenco.