Full text: 2.1916=Nr. 4 (1916000204)

LETRAS 
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Es necesario llegjr hasta Francisco Gar 
cía Calderón, orgullo del pensamiento ame 
ricano, hombre de los que abren vías, de 
los que no nació para seguir, sino para 
que lo siguiesen, si se desea encontrar, en 
punto a historia, nuevas orientaciones en 
la mentalidad peruana. 
Y los historiadores no se presentan co 
mo excepción. 
Cultivadores del espíritu en otros ór 
denes de actividad, dejarán asimismo trazas 
de conscrvantismo y de transigencia ba 
juna con los amos de ayer. 
En ninguna parte la literatura autócto 
na de América, el criollismo, el america 
nismo, tuvo hasta hace poco menos adep 
tos. Sucedió a menudo, eso sí, que aun 
los imitadores más imitadores, en momen 
to de abandono y descuido, anduvieron, 
no sobre nubes exóticas, sino sobre el 
suelo de la patria. Y sus plantas, de 
aquel descuido, salieron perfumadas con 
las flores de nuestros campos. Pero ge 
neralmente no conocieron más flores sino 
las de papel, gala de jardines retóricos. 
Esta Impersonalidad, este no ser lite 
rario, este vivir de préstamo, estos senti 
mientos de sombra, estas ideas reflejas, 
esta ceguera a lo circundante, esta sordera 
para oirnos a nosotros mismos y este ri 
dículo remedo literaturesco de la Europa, 
no es pecado exclusivo del Perú, sino de 
la América íntegra. Pero en otras par 
tes hubo más independencia y más conatos 
de literatura vernácula. La mayor parte 
de los autores peruanos se pasó la vida, 
como expresa Ventura García Calderón, 
«imitando a los mismos maestros (extran 
jeros) con servilismo». 
Si no fueron exclusivos del Perú lo si 
miesco, la descaracterización literaria ob 
sérvase allí que hasta algunos producto 
res de obra americana lo hacen a pesar 
lascivia, la carencia de escrúpulos, parecen patrimonio 
suyo. Los negros de Colombia no fueron excepción. Al 
contrario: en una época revuelta, con trece «años de cam 
pamento a las espaldas, y en país ajeno, país al que en 
su barbarie consideraban tal vez como pueblo conquis 
tado, no tuvieron a veces más freno ni correctivo sino 
el de las cuatro onzas de plomo que a menudo castiga 
ban desmanes y fechorías. Una de aquellas diabluras 
cometidas en los suburbios de Lima por estos negros del 
Caribe fue la violación, un día, o una noche, de ciertas 
pobres y honestas mujeres. De ese pecado mortal des 
ciende Ricardo Palma. 
suyo, sin proponérselo o proponiéndose lo 
contrario. Ejemplo: Ricardo Palma, au 
tor de las deliciosas Tradiciones peruanas, 
que hizo obra nacional cuando intentó ha 
cer obra extranjera y celebrar la domi 
nación europea, en estilo y con chistéis a la 
española. 
En las Tradiciones, las menos son las 
consagradas a héroes y heroicidades ex 
clusivos de América; y no fallan para és 
tos, aquí y allá, arañazos de lego de 
convento, que se come las uñas, y no 
araña más porque no puede. En cam 
bio, ¡qué entusiasmo cuando se trata de 
frailes y virreyes de la colonia! Es autor 
de aquellos a quien no falta la lista de 
condes y marqueses del Perú. 
La obra de Palma, es americana, mal- 
gré lui. Toída su vida se la paso imi- 
tanjdo en versos, no ramplones, sino gro 
tescos, a Zorrilla, Bécquer, etc., y en 
suelta prosa a los Isla, Fe:jóo, cien más, 
sin olvidar a Quevedo para los chistes. 
No posee, sin embargo, el monopolio 
de parodiar lo ajeno. Todos hacían otro 
tanto. «No se copiaban — dice Ventura 
Garda Calderón, — no se copiaban úni 
camente los metros y los moldes, sino 
eran imitados los sentimientos ». « La emo 
ción fué pocas veces sincera, postiza la he 
rejía y al leerlos sólo notamos el enfas.s». 
En general no hubo en Perú, ni menos 
en Lima, hasta Chocano, un poeta épico. 
Todos son líricos sin unción, de senti 
mientos de préstamo. Y abunda la poe 
sía, no satírica porque la sátira significa 
pasión, sino burlesca.. 
Un rimador, Felipe Pardo, cierra en ma 
los versos anfibológicos contra la libertad 
nada menos: 
La libertad estéril y quimérica 
que agosta en flor la juventud de América. 
Grito de caballero antañón, mal habi- 
Así explica mi amigo del Perú el odio de Ricardo Pal 
ma a la memoria de Bolívar y de sus tropas. 
Don Ricardo lia olvidado, hasta ahora, incluir entre sus 
Tradiciones peruanas esta amarga tradición de familia. 
No podemos echárselo en cara. 
Me alegro que el viejo mulato de I.ima pueda leer antes 
de morirse esta breve nota. Se la debía. No tanto para 
vindicar la memoria de Bolívy como para corresponder 
a las anotaciones que él puso, según parece, al margen 
de alguna obra mía en la Biblioteca Nacional del Perú. 
Donde las dan las toman, seor feolenco.
	        
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