Full text: 2.1916=Nr. 4 (1916000204)

LETRAS 
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voz». De ahí piarte para creer que «la 
escritura, por consiguiente, debe tener sig 
nos para una y otra cosa». 
Y como tales signos no existen, D. Si 
món Rodríguez, «reformador de la socie 
dad y de la ortografía», los 1 inventa. 
¿ Cómo ? Valiéndose, dice su más re 
ciente biógrafo, «de llaves, guiones, pun 
tos suspensivos, tipos diversos por la for 
ma y el tamaño y de renglones seguidos 
o cortados». (F. Lozano y Lozano: El 
maestro del Libertador, pág. 197). 
La teoría se basa en ideas óriginalísimas 
de aquel originalísimo pensador. 
«Leer dice es resucitar ideas; y para 
hacer esta especie de milagro, es menes 
ter conocer los espíritus de las difuntas 
o tener espíritus equivalentes que subro 
garles. Esto no se conseguirá si no se 
pintan los pensamientos bajo la forma en 
que se conciben. En el modo de pintar 
consiste la expresión, y por la expresión 
se distinguen los estilos. El que lee debe 
ver en el papel los signos de las cosas y 
ras divisiones del pensamiento...» 
La teoría de este grande e inquietante 
D. Simón Rodríguez, echado casi en ol 
vido, resultaría por extremo complicada 
cuando se la quisiera observar. No sim 
plifica, sino embrolla. Alejándonos de nues 
tra demótica escritura caeremos en los je 
roglíficos de la clerecía egiptana. Cada pá 
gina sería un papel de música: se nece 
sitaría de iniciación especial para interpre 
tarla. Pero le sobra razón aí maestro cuan 
do cree, como el Emperador Augusto, que 
debe escribirse como se habla; cuando 
opina por eliminar toda letra que no se 
pronuncie, como la h, y reducir la k, la 
Madrid, 1916. 
q y l a c — la c en sus sonidos fuertes, 
—a un solo signo ortográfico. 
Según se advierte, González Prada coin 
cide con el maestro del Libertador. 
Siempre le quedará al autor de Páginas 
libres la paternidad íntegra respecto 1 al pro 
yecto de restablecer las contracciones del 
y dellos, delta y deltas, deste y destos, 
etc. Y aun otra paternidad puede reco 
nocérsele en justicia: la de elidir vocales 
por medio del apóstrofo, a modo de fran 
ceses e italianos. 
Pero no será por semejantes proyectos, 
aunque merezcan atención, por lo que su 
patria y la América lo recordarán en lo 
futuro. Lo recordarán más bien por su 
estilo; por haber encontrado la prosa que 
correspondía a su misión social: una pro 
sa de contraveneno, de estimulantes, de 
inyecciones de energía. 
Cómo no iban a latir con presura los 
corazones peruanos, aun los más en le 
targo y aflicción después del triunfo de 
Chile, cuando rugía el Apóstol: «Trabaje 
mos con la paciencia de la hormiga y aco 
metamos con la destreza del gavilán. Que 
la codicia de Chile engulla guano y sa 
litre ; va vendrá la hora en que su carnie 
coma hierro y plomo». 
En efecto, debe insistirse en que nada 
tan a propósito,' máxime para la muelle 
Lima, como este verso de Isaías que iba 
a conmoverla desde los cimientos. 
El destino suscitó semejante profesor de 
entereza en el Perú de 1886, porque el 
Perú debía removerse, renovarse, conser 
varse paira contribuir a la civilización de 
nuestra América. 
R. BLANCO-FOMBONA
	        
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