Full text: 2.1916=Nr. 4 (1916000204)

LETRAS 
219 
Hécuba; otras heroicas y veloces como 
Aquiles. En esa portentosa ciudad griega 
por donde quiera os halaba la maravilla 
del ritmo, reina la música en su sentido 
original; al mandato de una lógica impe 
riosa, todo se mueve obedeciendo al nú 
mero; al paso escucháis cómo hacen vi 
brar el bosque de aritmética las cigarras 
del verso. 
En ese usado Ars Amandi os sonríen 
variadas y graciosas ideas femeninas. Pro 
vocan, llaman a la batalla del amor; así 
como ese ojeado Aretino, propiedad quizá 
de alguna refinada marquesa del tiempo 
pasado, es un curioso prostíbulo. 
En las bibliotecas existe el «inferi», co 
mo en ciertos museos los gabinetes se 
cretos, y en los estereoscopios las vistas 
reservadas. ¿ En dónde había de estar 
sino en el infierno la Faustino, del divino 
Marqués ? 
III 
Los impresores y los encuadernadores 
son los arquitectos de las ideas congrega 
das. Ellos les levantan sus palacios, o 
las alojan en casas burguesas; Jas ador 
nan de formas elegantes, caprichosas, mo 
dernas, graves, cómicas; las ilustran, las 
refinan o las ponen en aislados ghetos; 
las colocan, las recaman de o-o como si 
fuesen personas imperiales; tapizan sus ca 
sas con las pieles de los animales, con 
costosos pergaminos, telas ricas, sedas y 
galones. Muchas, fastuosas y vulgares, mo 
ran en palacetes opulentos de keapsake; 
otras, hermosísimas, puras, nob'es, llevan 
pobremente en ediciones modestas su per 
fecta gracia gentilicia. 
Las primeras son semejantes a ricas he 
rederas, feas y estúpidas; las otras a prin 
cesas olvidadas, hijas de reyes ca ; dos, vir 
ginales, supremas, avasalladoras por la so 
la virtud de su potencia nativa. Hay unas 
heróicas, yámbicas, masculinas. Hay, las 
soldados, espadachines, verdugos, perros 
furiosos. ¡ No toquéis a los que manejan 
ideas ! 
Allí viven las ideas en sus casas, en 
sus ciudades e imperios, las bibliotecas; 
tienen sus Parises, sus Londres, sus alde- 
huelas, sus villas. En las puertas de sus 
mansiones se ven nombres anunciadores 
de sus jerarquías, desde la Biblia hasta 
Bertoldo, desde Hugo hasta el Sr. X. Pues 
todo en ellas. Y sucede como en los 
hombres, y así, son unas porfirogénitas, 
otras plebeyas. Como el hombre también, 
unas mueren y caen en el olvido; otras 
ascienden a la inmortalidad 1 , por la suma 
gloria del genio. 
Azul... 
... Esta mañana de primavera me he 
puesto a hojear mi amado viejo libro, un 
libro primigenio, el que iniciara un mo 
vimiento mental que había de tener después 
tantas triunfantes consecuencias; y lo ho 
jeo como quien relee antiguas cartas de 
amor, con un cariño melancólico, con una 
«saudade» conmovida en el recuerdo de 
mi lejana juventud. Era en Santiago de 
Chile, a donde yo había llegado, desde la 
remota Nicaragua, en busca de un ambien 
te propicio a los estudios y disciplinas in 
telectuales. A pesar de no haber produ 
cido hasta entonces Chile principalmente 
sino hombres de estado y de jurispruden 
cia, gramáticos, historiadores, periodistas, 
y, cuando más, rimadores tradicionales y 
académicos de directa descendencia penin 
sular, yo encontré nuevo aire para mis 
ansiosos vuelos y una juventud llena de 
deseos de belleza y de nobles entusiasmos. 
Cuando publiqué los primeros cuentos
	        
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