LETRAS
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Hécuba; otras heroicas y veloces como
Aquiles. En esa portentosa ciudad griega
por donde quiera os halaba la maravilla
del ritmo, reina la música en su sentido
original; al mandato de una lógica impe
riosa, todo se mueve obedeciendo al nú
mero; al paso escucháis cómo hacen vi
brar el bosque de aritmética las cigarras
del verso.
En ese usado Ars Amandi os sonríen
variadas y graciosas ideas femeninas. Pro
vocan, llaman a la batalla del amor; así
como ese ojeado Aretino, propiedad quizá
de alguna refinada marquesa del tiempo
pasado, es un curioso prostíbulo.
En las bibliotecas existe el «inferi», co
mo en ciertos museos los gabinetes se
cretos, y en los estereoscopios las vistas
reservadas. ¿ En dónde había de estar
sino en el infierno la Faustino, del divino
Marqués ?
III
Los impresores y los encuadernadores
son los arquitectos de las ideas congrega
das. Ellos les levantan sus palacios, o
las alojan en casas burguesas; Jas ador
nan de formas elegantes, caprichosas, mo
dernas, graves, cómicas; las ilustran, las
refinan o las ponen en aislados ghetos;
las colocan, las recaman de o-o como si
fuesen personas imperiales; tapizan sus ca
sas con las pieles de los animales, con
costosos pergaminos, telas ricas, sedas y
galones. Muchas, fastuosas y vulgares, mo
ran en palacetes opulentos de keapsake;
otras, hermosísimas, puras, nob'es, llevan
pobremente en ediciones modestas su per
fecta gracia gentilicia.
Las primeras son semejantes a ricas he
rederas, feas y estúpidas; las otras a prin
cesas olvidadas, hijas de reyes ca ; dos, vir
ginales, supremas, avasalladoras por la so
la virtud de su potencia nativa. Hay unas
heróicas, yámbicas, masculinas. Hay, las
soldados, espadachines, verdugos, perros
furiosos. ¡ No toquéis a los que manejan
ideas !
Allí viven las ideas en sus casas, en
sus ciudades e imperios, las bibliotecas;
tienen sus Parises, sus Londres, sus alde-
huelas, sus villas. En las puertas de sus
mansiones se ven nombres anunciadores
de sus jerarquías, desde la Biblia hasta
Bertoldo, desde Hugo hasta el Sr. X. Pues
todo en ellas. Y sucede como en los
hombres, y así, son unas porfirogénitas,
otras plebeyas. Como el hombre también,
unas mueren y caen en el olvido; otras
ascienden a la inmortalidad 1 , por la suma
gloria del genio.
Azul...
... Esta mañana de primavera me he
puesto a hojear mi amado viejo libro, un
libro primigenio, el que iniciara un mo
vimiento mental que había de tener después
tantas triunfantes consecuencias; y lo ho
jeo como quien relee antiguas cartas de
amor, con un cariño melancólico, con una
«saudade» conmovida en el recuerdo de
mi lejana juventud. Era en Santiago de
Chile, a donde yo había llegado, desde la
remota Nicaragua, en busca de un ambien
te propicio a los estudios y disciplinas in
telectuales. A pesar de no haber produ
cido hasta entonces Chile principalmente
sino hombres de estado y de jurispruden
cia, gramáticos, historiadores, periodistas,
y, cuando más, rimadores tradicionales y
académicos de directa descendencia penin
sular, yo encontré nuevo aire para mis
ansiosos vuelos y una juventud llena de
deseos de belleza y de nobles entusiasmos.
Cuando publiqué los primeros cuentos