176
LÉTRAS
Lima es la última capital de América
que obtiene la libertad. Y no sie eman
cipa por sí propia, sino con ayuda de ar
gentinos, chilenos, ecuatorianos, bolivianos,
granadinos y venezolanos, que formarán
el Ejército unido de Sur-América, bajo la
conducta de Bolívar y su primer teniente
el mariscal Sucre (1).
111
Carácter de la literatura peruana
Este carácter conservador del Perú man-
tiénese, — insistimos en ello — durante
casi toda su historia contemporánea.
Se cree en la sangre azul; una oligar
quía domina los clérigos educan a la ju
ventud ; innúmeras congregaciones religio
sas viven en el país y del país. «Se
observa (exclamó González Prada, ayer no
más, en 1902), se observa la más estríe
ta división de clases». Y añade: «res
petuosas genuflexiones a collares de per
las y menosprecio a trajes descoloridos y
mantas raídas». Aunque estas palabras de
González Prada se refieren exclusivamen
te a ciertos cuerpos, pueden en rigor apli
carse a toda la sociedad donde semejan
tes corporaciones mangonean y pelechan.
Otro peruano de calidad, Ventura García
Calderón, lo comprende, y escribe: «Sub
sisten las castas coloniales y sus prejui
cios ». La casta dominante conserva con
(1) Conociendo, aunque sea someramente, el carácter
de Lima y su situación en la geografia del país, queda
explicado el absurdo estratégico de San Martín en el
Peni y su completo fracaso. Como si no hubiera abier
to jamás un mapa del Perú, abrió campaña sobre Lima,
y creyó que tomando a Lima había dominado el virreinato.
Los generales españoles le abandonaron a Lima sin
defenderla. San Martín creyó que, sin él disparar un
fusil, acababa de libertar ei Perú, y escribió a O’Higgms:
«el Perú es libre». Estaba ciego. Con razón dice Mitre,
panegerista de San Martín: el abandono de Lima «hace
alto honor a la inteligencia y al ánimo esforzado de los
españoles en el Perú, prolongó cuatro años más la gue
rra y quebró el poder militar de San Martín...» (Vol. II,
Pa páz 67 sóldan, historiador de El Perú independiente, es
cribe a su turno: «la posesión de la capital era una ven
taja aparente, que sólo halagaba la vanidad pero mili
tarmente no presentaba ninguna ventaja». (Vol. II,
pág. 78.)
Los españoles se internaron en la Sierra del Perú, rica
en hombres, rica en ganados, rica en caballerías, llena
de pueblos prósperos con cultivos varios, con minas de
metales preciosos, con posiciones militares de primer or
den y poblada con gente más guerrera y enérgica que
la costeña. Allí organizaron un ejército de 23.000 hom
bres, que antes nunca tuvieron. A San Martín por eso,
lo mismo que por la subordinación de sus^ propias tropas
y por mil y un errores de carácter 'político, y adminis
trativo, que le granjearon el odio de los limeños y pro
vocaron la revolución que depuso a Monteagudo, su mi
nistro y verdadero dictador del Perú, no le quedó más
camino, abandonado, receloso y maltrecho, que correr a
Guayaquil a echarse en brazos de Bolívar y solicitar, en
favor propio y del Perú, el apoyo militar de la Gran
celo, hasta en las exterioridades, su su
perioridad: una mácula de tinta en algún
dedo, o la corbata ladeada o los brodc-
quines polvorientos bastarían para desdo
rar a un petimetre de Lima.
Como el catolicismo es una de' las ba
ses sobre que descansan las clases diri
gentes o dominantes, se hace del cato
licismo una religión de Estado. El que
no sea católico no espere ni la piedad
obligatoria de hospicios y hospitales. «En
hospitales y casas de misericordia, ruge
González Prada, desatendencia o maltra
to al enfermo que no bebe el agua de
Lourdes, ni clama por la bendición del
capellán ».
No existe el divorcio; pero existe la
pena de muerte. A la indiada infeliz la
domina en absoluto y sin escrúpulos mino
ría de capataces: abogados, periodistas,
clérigos, coroneles y generales (2).
Colombia. A este hacer de la necesidad virtud es a lo
que se ha llamado la abnegación del general San Martín.
Apenas llegó al virreinato, Bolívar procedió de otro
modo. No se cuidó de Lima como capital estratégica.
Situó su cuartel general en el Norte del Perú, recorrió
los Andes peruanos del Septentrión al Mediodía, en los
Andes peruanos hizo la campaña de 1824 y en los Andes
peruanos libró las batallas que decidieron, no sólo de la
suerte de Lima, del Perú y del Alto Perú, sillo que
emanciparon definitivamente a Chile, Argentina y Ecua
dor, es decir, al Continente.
Si se quisiese comparar como estrategas al Libertador
y a San Martín, ahí está el Perú, campo de acción para
el uno y el otro. Ahí está, además, el resultado defini
tivo de una y otra campaña.
(2) Chile, pueblo rival del Perú, ha conservado también
una estructura conservadora, con distintos resultados que
su vecino del Norte. ¿Por qué?
Veré si encuentro explicación satisfactoria.
Chile, país paupérrimo y de suelo ingrato — picadlos
andinos o rocas batidas por el mar—ha tenido que des
plegar una energía inmensa para vivir y prosperar sobre
sus peñas. Esa energía, en el fondo, no hizo el moder
no Chile sino desarrollarla; ya la recibió en herencia de
aquella formidable raza ataucana, que dió origen a la
única aceptable epopeya escrita en castellano: La Aran-
cania, de Ercilla. La raza conquistadora, los compañe
ros de aquel Valdivia que se paseó por los Andes como
Pedro por su casa, pusieron asimismo su contingente;
conquistador sin extrema energía lio pudo permanecer
en aquel suelo miserable poblado por indígenas, que dis
putaban sus estériles rocas con tanto brío.
Como durante el período colonial no tuvo tradiciones
brillantes como el Perú aquella obscura provincia, sus