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tu cabeza, verás la terrible realidad, y
entonces te convencerás ele que el hom
bre, a pesar de su grandeza, es jugue-
del acaso, y comtempiarás con calma
lo que hoy te impresiona hondamente.
—Será como vos decís, maestro mío,
dijo Arnaldo, y prosigió:
Grandes y trascendentales son los su
cesos que contemplamos. El tronar in
cesante del cañón diríase que conmue
ve el mundo entero. Los hombres em
puñan el sable y el fusil, y hieren, y
matan, y matan sin cesar, no sabiendo
por qué. Según vos, todo esto es ló
gico, inevitable. Para dar y recibir la
muerte, el hombre que piensa en la sole
dad, tiene horror. Qué de metamorfosis
ha sufrido! ¡Es ahora instrumento ciego,
animado de una fuerza infernal que
aniquila lo que encuentra a su paso!
Y esto se explica, más de una vez me
lo habéis dicho: el cambio de la natu
raleza y tendencia humanas se deben
a las circunstancias actuales que obran
sobre su psicología instable y le trans
forman. Crimen de la guerra, dijo un
pensador; y, en realidad, en mi con
cepto, el más monstruoso de los crí
menes. ¿Dónde están los socialistas que
predican ideas de paz y de concordia?
¿Qué valen las ideas si el martirio no
las corona? Pillos, cobardes e inconse
cuentes, han marchado a la guerra.
Sólo Jaurés fué el Cristo del socialis
mo. Francia tiene este orgullo que
supera a todas sus victorias, - el de
contar entre sus hijos a este mártir
de la fraternidad. Al egoísmo, condi
ción de selección, según vosotros,
opongo el altruismo, la más sublime
virtud que albergarse puede en pecho
humano. Escribe, un eximio pensador:
«La primera de las virtudes sociales
es la abnegación, el sacrificio de uno
misino a los demás. La vida sólo se
desarrolla a condición de esparcirse y
se enriquece entregándose. El que
cifra su dicha en hacer dichosos, que
se complace en aliviar infortunios, se
aproxima a la felicidad verdadera,
porque toma parte en las alegrías que
él procura y goza de los placeres uni
dos a la intención misma, en tanto
que el goce del egoísta, adquirido por
la privación o la desgracia del pró
jimo. es anormal y precario, en con
tradicción con la ley de la equidad».
La selección se efectúa también pací
ficamente, dando el fuerte la mano al
caído y ayudándole a levantarse, en
vez de abatirle. La evolución no nece
sita ser siempre violenta. El odio no-
puede ser eterno en el pecho del
hombre. El odio no debe existir sino
para el mal. La palabra extranjero
desaparecerá de las lenguas del por
venir, porque no habrá sino hermanos.
«Sócrates ya presentía la fraternidad
humana al proclamarse ciudadano del
mundo, más todavía que ateniense o grie
go.» Las fronteras se borrarán,y los hom
bres vivirán en una perpetua frater
nidad, en el mutuo respeto del derecho.
La armonía es una de las más bellas
expresiones de la lengua humana. La
civilización, que según los sabios, es
resultado de explosiones violentas, no-
podría subsistir si el amor, el afecto
mutuo no inspirasen a los hombres. El
pronunciado contraste que ofrecen las-
ciudades sería causa de disolución, si
los reformatorios no existieran para
las almas exraviadas; si la santa ca
ridad no abriera sus brazos compasivos
a los desvalidos, el equilibrio social
desaparecería. Par más que la tole
rancia sea el equilibrio de fuerzas
antagónicas, al decir de un filósofo, el
amor, la compasión hacia los débiles,
es propio de espíritus cultivados. Has
ta hoy el corazón permanece en el ol
vido. Educad el sentimiento, aun más
que la inteligencia. La razón salva, el
sentimiento redime. El cerebro condu
ce al éxito efímero. El corazón lleva
a la sublimidad del martirio. Es nece
sario rendir culto casi divino a los.
grandes benefactores de la Humanidad,
como predica un notable pensador con
temporáneo. El libro vencerá a la es
pada. Hasta hoy César. Alejandro, Na
poleón reinan en la historia, pero no.