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Usted sabe que los latinos y los griegos fueron los institu
tores de todo pensamiento y de toda civilización. Hasta en
Oriente, hasta en la China se encuentran hoy ideas y tradi
ciones inspiradas por ellos. Aquellos hombres no valían so
lamente por la fecundidad de su espíritu, sino también por
la luminosa claridad de sus creaciones, por la unidad y la
armonía de sus obras. Oigo hablar de “una” cultura lati
na? ¿Pero acaso hay otra? La cultura latina es única. No
hubo jamás cultura germánica, y es un gran alemán,
Nietzsche, quien lo afirma. Sin duda, poderosos genios y
profundos pensamientos han nacido entre los pueblos de
origen bárbaro, pero ellos son con frecuencia pesados, ne
bulosos y carecen de ese sentido que hace la belleza, la
unidad, la harmonía, — la cultura propiamente dicha. Para
que el mundo se sumerja en una atmósfera densa y en
sombrecida, preciso es que la antorcha del espíritu latino
no se extinga... He aquí lo que yo les diría, a sus compa
triotas de usted, si fuera a visitarlos.
Les recordaría, evocando vastos cuadros históricos, có
mo se ha constituido nuestra común civilización; les invi
taría a esforzarse por aumentar la herencia; les exhortaría
a reunirse a nosotros para mantener siempre encendida esa
luz espiritual, hoy amenazada por la brutalidad de los Bár
baros. Y les demostraría que esa sed de dominación, ese or
gullo soberano, esas ansias todopoderosas de que están
dando muestras las naciones germánicas, sumergerían el
mundo en la estupidez si llegasen a triunfar. Hay que tra
bajar por unir todas las energías latinas, para que ningún
adversario pueda detener la expansión de nuestra raza, ni
malograr las admirables cualidades que han hecho su
grandeza...
Puesto que no nos ha sido dado oir aquí al maestro expo
niendo sus doctrinas, que al menos este pálido trasunto
traiga a los argentinos el eco de lo que, sobre cuestiones
de tan trascendental actualidad, hubiera querido decirles
el robusto y profundo escritor de “La Forcé”.
Juan Pablo Echagüe