menos pasivos del envilecimiento de su pueblo y de
derrumbe de sus instituciones libres.
Sólo el pueblo, comprendió instintivamente los altos
ideales generosos de Madero, y de Carranza después; sólo
el pueblo, y los jóvenes de una nueva generación nacida al
calor de la protestalatente, enardecida al fuego de la gesta
kerioca durante el período revolucionario.
Madero, entró en Méjico, bajo arcos triunfales, sobre los
hombros del pueblo, como un libertador de los viejos tiem
pos... Pero le faltó en el poder la energía que prodigó en
las tribunas y los campamentos de la revolución, y ese
mismo pueblo arrastrado por los acontecimientos, aturdido
por las descargas de las ejecuciones y de los cuartelazos,
lo dejó derrocar y asesinar... Madero que vivió como un
apóstol, murió en su ley, como un mártir. No tuvo aliento
para realizar la obra de reformas radicales que formulara
ante sus partidarios en armas, en el famoso plan de San
Luis Potosí, y la conspiración abierta de los porfiristas,
hizo pacto con los descontentos que alimentaron esperanzas
y ambiciones al fuego del vivac y en el ardor de las ba
tallas.
Las montoneras indómitas se sublevaron también con
sus caudillos aureolados de bárbaros prestigios. También
se levantaron las indiadas, que reivindican sus viejos de
rechos a la tierra madre, desde los días del coloniaje
exclusivista y expoliador.
Pascual Orozco y Pancho Villa, en las abruptas montañas
del norte, y Zapata en el sur, mantenían con periódicas
incursiones el fuego de la revuelta; y más de una vez, los
vecinos de la ciudad de Méjico pudieron ver con ojos de es
panto, el resplandor incendiario de las hogueras que en
cendían en las cumbres del Ajusco, para calentar sus
corajes las indiadas del Tigre de Morelos.
Huerta, como una hiena, acechaba la ocasión del golpe
decisivo. La sublevación de Félix Díaz, Reyes y Mondragón,
favoreció sus planes traidores.
Y un día el general Huerta, se volvió contra su jefe; le