Full text: 1.1916,12.Okt.=Nr. 10 (1916000110)

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—¡Ay, si los hombres bebieran de mi agua! —suspiraba 
el manantial. 
Después el silencio más completo entre ambos. 
Un cordero que se había apartado de la majada, acerto 
a descubrir, un día de ardiente calor, el agua que escondía 
el peñasco, y bebió de ella con avidez, relamiéndose la 
lengua de puro gozo. Aunque no era un hombre el que lo 
había descubierto, el manantial se regocijó, y comenzó a 
cantar haciendo sonar el peñasco con latiguillos de gotas. 
Ya había servido para calmar la sed de un corderillo. 
Llegaron después hasta la cisterna algunos hombres 
que resolvieron hacerla útil; y para ello extrajeron toda el 
agua inmunda que contenía, reconstruyeron el brocal y 
esperaron que manara de las entrañas de la tierra un agua 
nueva, pura, cristalina. Todo se realizó. Ya no era la cis 
terna depósito de agua inmunda, sino que la suya podía 
competir con la escondida en el peñasco. Pero los sedien 
tos, cansados de tantas desilusiones como habían recibido, 
no se acercaron más a la cisterna, que comenzó a lamen 
tarse como antes el manantial. Y cuando nadie rondaba p° r 
ahí, en el silencio misterioso de las cosas, que es lenguaje 
para ellas, hubiera podido oirse el siguiente diálogo: 
—Ya lo vez, agüita cristalina: mi agua es tan pura como 
la tuya, y, sin embargo, los hombres no vienen a bebería.•• 
—Te creen siempre corrompida, cisterna. 
Y el agua de la cisterna se lamentaba por el desden 
de los sedientos... 
Pero se consolaba alguna vez pensando que a 
hombres les pasa también algo muy semejante, pues s 1 
alguien tuvo alma corrompida y luego la purifica, los 
más creen sentir todavía olores pestilentes, y no se 
acercan... 
Horacio Maldonado
	        
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