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^ —Si no me escucha no podrá comprenderme, mi palabra
será vana...
Sé, por Jo mismo, que es a nosotros a quienes toca de
cirlo: lú, calla; aunque sé que no te dejarás sorprender por
una grosería. Mas quiero que lo sepas: encontraste un ceño
que medita ante los graves problemas nacionales.
—Yo no puedo hablar de vuestros defectos, que esto sig
nificaría que han existido manifestaciones del alma que aun
están increadas. Imagina una flor, cerrada, cuyos pétalos em
piezan a separarse para darle la más bella forma; una ley de
a naturaleza, muy sabia, liará al terminar de abrirse que
muestre, con todo esplendor, su plenitud de belleza; con la
diferencia de que nosotros tenemos que aprender esa sabidu
ría para que, al abrir la flor del espíritu, se nos muestre lo
mismo.
Asi como el desenlace de muchas tragedias griegas era
el establecimiento de un culto, deben ser los de nuestras
°m-as... ¿Cómo llegar a ese prodigio del arte?
—Por el arte.
—Uno de los cultos, la alegría.
Es verdad: este pueblo es triste.
Siguieron caminando; por romanticismo acaso, hacia el
puerto. Algo falta a la ciudad, algo, que aunque no lo hemos
m o nunca sabemos que falta. Bajamos una calle en forma
f e lampa; al discípulo se le ocurrió que hacía un momento
c eberían caminar por la playa, y en vez cruzan una calle,
®Ua, un dique, un terreno baldío y al fin, cansados, están
Junto al murallón: ¡ El río!
¡ Olas que venís a estrellaros como infinidad de cuerpos
cansados, dando tumbos, contra estas piedras, tapón ridículo
fiac os pusieron los hombres, impidiendo así que fuerais a ex
tenderos a los pies de la ciudad, para que en vosotras se
r eflejara!... ¡ Cuánta tristeza en vosotras!...
—El río pudo ser el espíritu de la ciudad...
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—La gente de nuestras pampas es muy de otra manera.
—Esa es una de las causas por las que es el “Facundo”
a epopeya argentina: la lucha de la ciudad y el campo.